Hoy se estrena en salas la versión cinematográfica de la mini-serie Carlos, de Olivier Assayas, de la que escribí un post hace unos meses aquí mismo, solicitando que Canal + España (pues se trata de una co-producción de Canal + Francia) la programara en su parrilla. Como podrán comprobar, era muy escéptico al respecto (de hecho, lo consideraba casi imposible), pero su llegada a España, y por partida doble (televisión y cine), viene a demostrar que los buenos productos audiovisuales acaban tarde o temprano encontrando su hueco en cualquiera de las múltiples ventanas de exhibición. La serie podrán verla los suscriptores de Canal + en junio.



El éxito que precede a la mini-serie (concebida en verdad como dos películas de casi tres horas cada una) desde su estreno en Cannes, incluyendo un Globo de Oro a la mejor creación televisiva, sin duda ha allanado el camino. Y hay que decir que en otros países como Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, se ha estrenado en grandes pantallas en sus dos versiones, es decir, la original de 5 horas y media, y la versión mutilada de dos horas y 45 minutos, dando al espectador la opción de poder experimentar esta prodigiosa película en su plenitud, tal y como fue concebida, en una pantalla grande. Esta circunstancia de algún modo vuelve a poner de relieve el modo en que las fronteras entre televisión y cine se han diluido.



El propio Assayas ha reconocido que la tarea de mutilación del filme es el trabajo más complicado al que se ha enfrentado en su vida. También me reconoció, en la entrevista que le realicé en la Mostra de Valencia, que su deseo era que se estrenara en dos partes, un poco a la manera en que se estrenaron en salas (y con gran éxito) La mejor juventud, de Marco Tullio Giordana -que alimentada por el boca a boca permaneció durante meses en la cartelera-; Kill Bill, de Quentin Tarantino, o el díptico Che, de Steven Soderbergh, cuya temática sobre el activismo militar de izquierdas en los setenta guarda una estrecha relación con la primera parte del filme Carlos. Olivier Assayas, al contrario que Tarantino o Soderbergh, no tuvo tanta suerte con los productores -"creo que haberla estrenado en dos partes hubiera funcionado, pero los productores no querían"- y se vio obligado a adocenar esta versión corta para su estreno comercial en cines.



Aunque el alcance que tendrá Carlos, la película, exhibida en estas condiciones será mayor que si se hubiera estrenado Carlos, la serie, hay que decir que en términos creativos desde luego no es la mejor opción posible. Raúl Ruiz también elaboró una versión más corta de Misterios de Lisboa para su estreno en salas (la redujo de 360 a 272 minutos), si bien la extirpación del metraje no fue tan amplia ni tan dolorosa, entre otros motivos porque los cortes estaban narrativamente más justificados que en el caso de Carlos. Para los que ya habíamos visto la serie Carlos, ver la película es casi como asistir a un trailer de casi tres horas, un aperitivo. Si la serie desarrolla con absoluta minuciosidad histórica el ascenso, el desarrollo de su actividad y la caída del terrorista conocido como 'El Chacal' a lo largo de cuatro décadas, la película hace inevitablemente más visible ese contraste entre la ascensión y la caída, pues casi todo el desarrollo de su actividad terrorista ha padecido las inclemencias de la sala de montaje. En apenas unos minutos, el filme salta del año 1976 a la caída del muro de Berlín en 1989, con lo que borra de un plumazo la década más activa del terrorista, en la que se transformó en un mercenario al servicio de causas antiimperialistas, en la que vendió armas, trabajó para tirios y troyanos y se convirtió en el terrorista más buscado y acorralado por las agencias de espionaje internacionales. Sí permanecen en el filme los dos acontecimientos más sonados de su célebre biografía del terror, los que le dieron notoriedad mundial (excelentemente filmados por cierto): los asesinatos en Francia de dos policías y un traidor árabe (por los que Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, alias Chacal, cumple condena actualmente en una prisión francesa) y el secuestro en diciembre de 1975 de varios miembros de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) interrumpiendo a tiros una de sus reuniones en Viena.



Por otra parte, los rasgos más íntimos del personaje, como su relación con amantes y prostitutas, o su vertiente como desastroso marido y padre de familia, queda apenas apuntada en el largometraje. El principal problema que tuvo que gestionar Assayas en la mutación de la serie al largometraje, como es obvio, es la cuestión del ritmo o el timming narrativo. "Debían obedecer a dos músicas distintas, que casi no tuvieran nada que ver la una con la otra. En la práctica, era como montar una película completamente nueva", explica el director. Aunque la primera parte, la ascensión del terrorista, es la más vitalista y enérgica (y la que menos ha sido cortada), a mí me interesa más la segunda, la de su decadencia. En el filme, los contrastes entre la acción y la inacción (y por consiguiente el cuerpo atlético del actor Edgar Ramírez frente a ese mismo cuerpo obeso y pasivo), son más evidentes, pero también más inverosímiles y menos ajustados en términos de cadencia expositiva. Asimismo, gran parte de las intrigas y conspiraciones políticas, esas cuya historia nunca nos habían contado de modo tan explícito, han pasado a mejor vida en la versión cinematográfica. Digamos que en la versión para cines, el equilibro entre el ruido y exposición es menos preciso, y que se ha dado prioridad a las convenciones de la acción y el sexo sobre las tramas geopolíticas y los motivos ideológicos (cuando los hubo) de la acción terrorista.