No hay piedad en Crematorio. Todo se desploma. Todo es sordidez. Todo es decadencia y vileza moral. Los últimos cuatro episodios de la serie relatan con encomiable pulso narrativo la desasosegante y negra crónica de un derrumbe. Un fin de ciclo. El plano final, un complejo litoral a medio construir, es la imagen de las ruinas de la opulencia en que han quedado muchas costas españolas tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. Playas invadidas por monstruos de hormigón, por viviendas a medio hacer, por carteles que prometen paraísos edificados sobre la corrupción política y empresarial. Paisajes destruidos como símbolos de un mundo devastado y abocado al vacío moral. Un crematorio.



La miniserie de Canal +, adaptación de la novela homónima de Rafael Chirles (galardonada con el Premio Nacional de la Crítica 2008) y sobre cuyos cuatro primeros capítulos escribí aquí hace unas semanas, ha llegado a su implacable final. Hemos asistido a la detallada notaría de una demolición, un viaje al final de la decadencia. Uno imagina, sin embargo, que el legado de corrupción pervivirá en manos de dos mujeres, Silvia y Mónica, hija y viuda de Rubén Bertomeu. O puede que no. ¿Habrá una segunda temporada? ¿Será posible una tragedia sin su héroe trágico? ¿Sería permisible continuar Los Soprano sin Tony Soprano? Evidentemente, no. (Aunque estuvo una temporada entera en coma). Pero el justificado éxito de la serie bien podría animar a sus responsables a perpetuar este feroz diagnóstico moral de las relaciones de poder en la sociedad española desde la transición hasta nuestros días. Como en las mejores tragedias, la traición es el motor de la trama Quizá lo primero que diferencia a Crematorio de otras grandes series de contenido criminal y mafioso es que está basada en un texto literario, con un marco definido y unas reglas que respetar. No se ha visto arrastrada por la orquestación industrial de la creación episódica semanal, por la necesidad de introducir nuevos personajes y eliminar otros que no funcionan, por las respuestas de los guionistas a los niveles de audiencia y a las reacciones de los espectadores. Crematorio ha partido desde su inicio con un guión absolutamente cerrado y la conciencia clara de hacerse eco del espíritu y la letra de la novela. En este sentido, dignifica a la serie que, como la novela, también podría arrancar con la cita de la Epístola de San Pablo: "Nadie vive para sí mismo. Nadie muere para sí mismo".



Más allá de la fidelidad con que los hermanos Sánchez-Cabezudo han trasladado el espíritu novelístico de Chirbes -con su prosa precisa, con su implacable lectura del sistema de ambiciones instalado en el poder, con su contundente retrato familiar-, debemos concluir que la teleficción española se ha hecho adulta con Crematorio. Ha superado con creces el desafío de mirar de frente a la televisión de calidad -modelo HBO- sin sentir complejos, sin dejarse contagiar por las inercias de las ficciones españolas que pueblan los canales televisivos. Sin su retórica, sin su vulgaridad. Sin recurrir al sexo por el sexo, a la sangre por la sangre y al chiste por el chiste.



Evidentemente, en esta serie de realización tan pulcra, y con un guión más propio de una película de ocho horas que de una ficción serial (los cliffhangers son más bien moderados), algunos aspectos no están a la altura del resto. La trama de la adolescente, la del marido de Silvia (que en la novela es un tipo mucho más interesante, un catedrático alcoholizado que pretende escribir su gran obra maestra, reconstruyendo la biografía del escritor Federico Brouard, viejo amigo de la familia y protagonista de una vida de fracaso), la del confidente de la policía... También falta ese sentido del humor que hizo memorables, entrañables y cercanos a los sociópatas de Los Soprano. De forma no muy justificada, además, se abandona la espiral narrativa de los flashbacks, necesarios para comprender de dónde vienen los barros de estos lodos. Aún así, la elegancia y negrura con que Crematorio dispone el complejo paisaje humano que se trae entre manos, su desencanto y vileza, pero al mismo tiempo su humanidad (la familia Bertomeu son como lobos acorralados, luchando por su supervivencia), es totalmente inédita en nuestro territorio catódico.



Sería una buena señal que este terrible documento sobre el final de un ciclo en la historia española de los ultrajes -en el que, aunque parezca mentira, la Justicia actúa de manera asombrosamente eficiente-, sea el principio de una nueva era para la teleficción 'made in Spain'. De momento, Crematorio es un oasis en el desierto.