En cuanto se menta en público el término mainstream el combate parece ineludible y, como pequeños animales, se agolpan, enfurecidas, las controversias sobre a qué aplicar tal calificativo. ¡Ay! La mayor parte de las veces tal debate resulta estéril. Es muy posible que lo que más contribuya a ello sea la usual disputa sobre si el término equivale a ausencia de excelencia musical, cuando acaso lo que separe ambos mundos consista más bien en una diferencia de propósito y pretensiones.



Que la "calidad musical" no es buena vara de medir en este asunto parece obvio. En la Historia del Pop muchos productos denominados mainstream han resultado ser obras maestras de su género y han acabado por ser valorados por crítica y público como tales; mientras que infinidad de creaciones musicales "independientes" y auténticas en su búsqueda de El Dorado no lo han sido en su tiempo, ni alcanzado una influencia o prestigio artísticos más adelante. Por otro lado, durante décadas, en muchas ocasiones resultó complicado determinar qué canciones o discos en las listas de éxitos tenían una u otra orientación. En el caso de muchos de los grupos con canciones propias de los años 60, por ejemplo, ambas categorías incluso se confundían.



Sin embargo, de primeras, sí parece posible encontrar algunos aspectos que marcarían diferencias y pueden ayudar a entender la forma que toman determinadas creaciones musicales.



Uno distinguiría cualquier producto musical cuyo único objetivo es obtener la mayor cantidad de ventas y beneficios económicos y emplea grandes medios en su confección, promoción y comercialización para lograrlo. Una primera definición de mainstream (incluso de música pop) se ajusta parcialmente a tal premisa: bienes prefabricados pensados como efímeros para ser vendidos masivamente a un gran público, al que, como suele decirse, simplemente entretienen. Y con ello no quiere decirse que las ventas resulten un indicador infalible: ni todo producto hecho para vender, vende, ni los que no tienen por norma, una salida comercial minoritaria.



La segunda separaría a los intérpretes que escriben sus propias canciones como un modo de realización artística personal de quienes interpretan lo que otros escriben dando vida a un objeto de consumo que va más allá de la música: un personaje que vende por sí mismo al margen de ésta. Esta distinción resulta más resbaladiza a la hora de trazar una frontera, si bien en gran número de casos puede ayudarnos a entender el porqué de la forma musical y el tema de una canción, siempre al margen del valor del resultado creativo del artefacto.



Claro está que la separación entre compositor e intérprete es tan vieja como la música. Y como método comercial funciona desde siempre en el Pop. La Historia dice que desde finales del s. XIX y durante cuatro décadas largas, las partituras de los compositores y editores musicales del "Tin Pan Alley" dominaron la música popular de EEUU y de medio mundo desde los "despachos" de cuatro calles de la ciudad de Nueva York. Entre la Gran Depresión y la eclosión del rock and roll, otro grupo de editores y autores musicales recogió el testigo desde un edificio de oficinas, el Brill Building del 1619 de Broadway, montando los éxitos de las grandes estrellas de la época: las orquestas de Glenn Miller, Benny Goodman y compañía. De entonces data el término "Hit Parade" inventado por la revista Billboard en 1936.



Con la consolidación del rock and roll y su diversificación en ese conjunto de variantes que ha acabado por llamarse música pop, la figura del compositor musical ha seguido creciendo, surtiendo de éxitos a cantantes con una gran voz y personalidad o simplemente con una cara bonita. Paralelamente, al calor de las nuevas posibilidades de grabación, ha ido tomando cada vez mayor fuerza el papel de los productores musicales.



Se supone que la función de éstos es ayudar al artista a sacar el máximo partido a su repertorio y la grabación del mismo, así como a darle un resultado sonoro particular a una canción o disco, dirigiendo todo el proceso de pre-producción, grabación y post-producción. Sin embargo, en su trabajo también existen dos especies: los que ayudan a otros creadores y los que fabrican productos para el mainstream. La labor de estos últimos, productores totales, llega en muchos casos a consistir en elaborar el repertorio para esos intérpretes que no componen y ha ido ganando tamaña importancia que hoy parece posible definir un producto mainstream como aquel que ha pasado por las manos de uno de ellos. Al mirar los créditos de las canciones que ocupan los primeros puestos en las listas Billboard a fecha de hoy, pocas encontramos que no sean de tal clase.



Así ocurre con muchos de los grandes éxitos comerciales de los últimos años. ¿Les suenan los nombres de RedOne, Timbaland, The Neptunes, Billboard, Rock Mafia, Stargate, RedZone Entertainment, David Guetta, Dr. Luke, Max Martín, André 3000, "Tricky" Stewart, Rodney "Darkchild" Jerkins, Rich Harrison, Dr. Dre? No es que sean infalibles pero ellos y no muchos más son los productores Billboard, quienes desaparecen a la sombra de los principales triunfos de estrellas del pop tan distintas como Lady Gaga, Rihanna, Britney Spears, Katy Perry, Shakira, Mariah Carey, Ke$ha, Janet Jackson, Snoop Dogg, Gwen Stefani, Nelly Furtado, Robyn, Kylie Minogue, Sugababes, Kelly Clarkson, Avril Lavigne, Backstreet Boys, Miley Cyrus, Selena Gomez, Justin Bieber, Ciara, Jennifer Lopez, Jessica Simpson, Kelis, Lindsay Lohan y algún pequeño etcétera.



Tras las voces, el aspecto físico, las coreografías y los conocidos nombres del firmamento pop actual, están esos que crean, a ritmo frenético casi diario y calculadora en mano, los éxitos que en seguida los A&R y representantes colocan a los diferentes personajes musicales. Desde estudios a los que llaman "hit factories", estos artistas del triunfo inmediato cuecen y enriquecen algo que sin rodeos puede llamarse el Mainstream, el más auténtico mainstream.