Pilar Rahola. Foto: Domènec Umbert.

Acaba de publicar el ensayo 'La república islámica de España'

Pilar Rahola (Barcelona, 1958) tiene claro que, en determinadas circunstancias, "callarse es una culpa". Es algo que le enseñó Oriana Fallaci. Para tener su conciencia tranquila se impuso denunciar el islamismo radical, aun con todos los riesgos que conlleva significarse en esta tarea. Aunque muchos no lo sepan, lleva años estudiando este fenómeno envenenado (hace sólo escasos días curioseaba -en vivo y en directo- en la Plaza Tahrir las evoluciones de la revuelta egipcia). Fruto de ese estudio es La república islámica de España (RBA), un ensayo en el que arremete contra los buenos (políticos e intelectuales apaciguadores) y los malos (imanes que envenenan de prejuicios a sus feligreses) de esta película. Una película basada en hechos muy reales y muy sangrientos a la que, según Rahola, habría que cambiarle ya el guion: "En nombre de la libertad no se puede amparar a los que quieren destruirnos". Esto, por cierto, se lo enseñó Albert Camus.



Pregunta.- Cita en el libro a Oriana Fallaci: "Callar a veces se convierte en una culpa y hablar es una obligación". Y usted no ha querido sentirse culpable, ¿no?

Respuesta.- Hace muchos años que me preocupa y me ocupa el problema del islamismo radical. Y también hace muchos años decidí que no me iba a callar y que la corrección política no me iba a impedir decir lo que pienso sobre este asunto. Además, siento que, como persona con una cierta relevancia pública, tengo el compromiso y la obligación de denunciarlo. También podría citar a Luther King, que decía que le dolía mucho más el silencio de los buenos que las perversidades de los malos.



P.- ¿Y el miedo? ¿Cómo lo maneja tras dar este paso adelante?

R.- El miedo no puede paralizar el debate de ningún modo. Como decía El Jueves cuando sucedió los de la caricaturas de Mahoma, "estamos acojonados". Es lógico este miedo. El integrismo islámico ha matado mucho, sobre todo a los que han alzado su voz contra él. El miedo es el éxito del radicalismo, porque acaba con la libertad de expresión, base de las democracias. Yo lo llevo con algún disgusto, con protección a veces, con algún que otro susto. Pero no voy a guardar silencio. Tampoco lo hubiera hecho durante el nazismo ni durante el gulag soviético.



P.- En el libro equipara estos totalitarismos con el islamismo radical.

R.- La equiparación es evidente. Primero porque todos han asesinado masivamente. Los primeros a millones de personas y los integristas a miles, pero dales tiempo... Segundo porque aman la muerte y se abandonan a un nihilismo destructor. Tercero porque desprecian al individuo y exaltan la masa amorfa. Cuarto porque odian a la cultura como motor de cambio y progreso. Y quinto porque todo les vale para matar: niños, minusválidos, mujeres embarazadas...



P.- Lamenta la tibieza a la de las democracias occidentales a la hora de afrontar este fenómeno...

R.- España, por ejemplo, es un desastre en esta lucha contra los fanáticos. Hay demasiado buenismo pijoprogre con una empanada mental considerable. Hemos convertido en interlocutores de las administraciones públicas a gente que no tiene más aspiración que destruirnos. España debe dar cobertura legal a toda religión pero no permitir que en nombre de Dios se contaminen cerebros. Lo imanes que incitan a la violencia son sencillamente delincuentes a los que hay que perseguir.



P.- ¿No es la izquierda la que tiene más complejos a la hora de coger este toro por los cuernos?

R.- Muchos políticos de izquierdas me recuerdan en este tema a Chamberlain dándole la mano a Hitler. Unos apaciguadores. Es increíble que algunas feministas ven en el burka libertad religiosa y un gravísimo recorte de la libertad de las mujeres. Hay que superar de una vez el modelo del multicuturalismo, para evitar los guetos; y hay que controlar la construcción de mezquitas financiadas con los petrodólares. Ya se lo dijo Camus a Sartre: "En nombre de la libertad no se puede defender a los dictadores", y tampoco a los integristas, que están muy bien organizados: disponen de una gran logística, tienen interlocución internacional... Son una bomba de tiempo.



P.- En su libro afirma que en Cataluña hay unos 400.000 musulmanes y que entre el 15 y 20% son radicales. ¿Esta es la bomba de tiempo de la que habla?

R.- No es algo que diga yo: lo dicen informes policiales. Están organizando sociedades paralelas y no tengo ninguna duda de que poco a poco empezarán a jugar fuerte: con el velo, con la gimnasia en los colegios... Intentarán imponer la Sharia sobre nuestros principios. En España no ha habido nunca un movimiento extremista con tantos miembros. Pero pasan desapercibidos porque viven en un submundo por debajo de nuestra realidad.



P.- Es una cuestión sobre la que hay posiciones divergentes. ¿Qué peso específico tiene el fundamentalismo en las revueltas del mundo árabe?

R.- Yo estuve en la plaza Tahrir en Egipto durante la revuelta. Hice algún reportaje para La Vanguardia y desde que llegué por la mañana vi que las cosa no iban bien. Desde los años 60 los movimientos revolucionarios de base socialista fueron perdiendo peso en la sociedad egipcia. Los sindicatos y los grupos estudiantiles en la universidad fueron poco a poco tomados por los Hermanos Musulmanes, que son la cuna del salafismo más mortífero, el atentó en Bali, en Casablanca, en los trenes de Atocha, en Marrakesh... En los primeros días de las revueltas los cristianos coptos decían que iban a sufrir mucho porque Mubarak les había protegido hasta entonces de los radicales. Y también vi cómo las mujeres que quisieron manifestarse fueron insultadas y violentadas. Las cosas no van nada bien en Egipto: en la constitución que han votado el otro día excluyen del gobierno tanto a mujeres como a coptos.



P.- ¿Y como demócrata convencida cómo valora el asesinato de Bin Laden?

R.- La aplaudo sin complejos. No fue un acto de justicia, como dijo, con mala conciencia, Obama, porque la justicia se hace en los tribunales. Y tampoco una venganza, porque sería demasiado simple. Ha sido un acto de guerra. Qué pena que en los años 30 no hubiera habido unos seals de estos que hubieran acabado con Hitler.

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