Bernardí Roig. Fotografía: T. Greenfeld-Sanders

El artista inaugura hoy en la galería Max Estrella de Madrid

Ha tardado seis años en regresar a Madrid, a su galería habitual, Max Estrella, allí Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) sorprende con un nuevo montaje, partiendo del relato Der Italiener (1963), de Thomas Bernhard, que el artista reinterpreta. La exposición, escenografía pura, barroco renovado, resume el imaginario de Roig, donde el cine de Lynch y el propio Bernhard tienen un lugar preferente. Son obras inéditas, realizadas en el último año: dibujos, esculturas y algunos vídeos que "reflexionan sobre la representación, el frío, la soledad o el silencio. Se trata de evitar que la imagen se acomode al ojo", dice. Un buey abierto en canal, a tamaño real, "reventado" por una cascada de fluorescentes nos da la bienvenida a la sala. Una invitación para bajar al infierno de sus obsesiones.



Pregunta.- Ha tardado seis años en regresar a Madrid, ¿por qué?

Respuesta.- El espacio de Max Extrella ha sido para mí un laboratorio de pruebas. El lugar donde mostraba los avances y fracasos que desarrollaba en mi taller y que una vez presentados en Madrid los ampliaba y ponía a circular en otros espacios. Esta vez he tardado más de lo habitual, no sólo por otros compromisos sino porque, al final, de lo que trata una exposición es de amontonar obsesiones y puedo asegurarle que cada vez es mas difícil encontrar una forma que las sintetice.



P.- ¿Qué es lo que más ha cambiado en su obra en estos años?

R.- A partir de cierto momento las cosas ya no cambian sino que se deterioran, pero ese deterioro puede fertilizar territorios imprevistos. Mi deterioro ha consistido en galvanizar mi soledad. Mi trabajo no ha cambiado, si acaso ahora, como repetía Beckett, fracaso mejor.



P.- La obra que abre esta muestra es un buey desollado, ¿la muerte está más presente?

R.- Le puedo asegurar que no pienso más en la muerte de lo que ella piensa en mí. La imagen del buey desollado forma parte de la historia de la pintura, desde Rembrandt, Soutine o Bacon hasta Barceló. Es una naturaleza muerta que nos remite al rito de la matanza, que no es otra cosa que la sacralización de la vida. Es la imagen que domina todo el filme Der Italiener.



P.- ¿Por qué Der Italiener?

R.- El arranque del proyecto es el relato corto Der Italiener que luego se convirtió en un filme que sintetiza en imágenes todo el imaginario de Bernhard. Trata sobre la culpa y la expiación a través del suicidio de un gran señor de la Alta Austria y de sus exequias que no son más que el funeral colectivo a todo un país que aclamó a Hitler. He sido un lector de Bernhard desde sus primeras traducciones al español y cuando pude ver el filme, sólo disponible en alemán sin subtítulos, decidí subtitularlo yo mismo, aún sin saber una sola palabra de alemán. No hay dudad de que nunca he leído propiamente a Bernhard sino a Miguel Saez, su traductor al español. Yo lo he vuelto a traducir en imágenes para plantear una reflexión sobre la autoría y la traducción, pero no de una lengua a otra, sino de una cabeza a otra, confirmando que en nuestra cabeza ya no hay nada que nos pertenezca.



P.- La escenografía es importante en todos sus montajes, ¿no corre el peligro de que un escenario demasiado barroco acabe con la esencia de la obra?

R.- Creo que el carácter escenográfico de mi trabajo precipita la narración. Todo es escenario. El mundo es un escenario donde se ensaya. No sabría separar el escenario de la obra. Todos mis trabajos se idean y producen en función de un lugar y sus características espaciales, ahí se convierten en relato.



P.- Me dijo una vez que ni artista multimedia ni escultor, que usted era sobre todo pintor, pero le veo más dibujante...

R.- El dibujo es esencial por su inmediatez. Es lo que pone en contacto la mano con la dureza del pensamiento, es lo que te permite transformar, a través del trazo, una mancha en una alfombra voladora. Es como un sismógrafo que recoge las pulsaciones de tu imaginario en plena construcción, sirve para acorralar a la idea que siempre se da a la fuga.



P.- Algunos críticos han relacionado su obra con Juan Muñoz, ¿comparte la opinión?

R.- Juan Muñoz ha sido junto a Sarmento, Schutte o Gober, un referente para muchos artistas de mi generación. Aprendimos de ellos a ubicar una figura en el espacio para que active un relato, pero los relatos que se cuentan son muy diferentes. Una parte de la crítica, con su mirada epidérmica, sólo se detiene en las similitudes formales y no quiere bajar al infierno de las obsesiones.



P.- Estuvo en la anterior Bienal de Venecia (expuso en Ca Pesaro) y vuelve a estar en esta edición, en dos exposiciones colectivas, Glasstress en el Palazzo Franchetti y TRA en el Palazzo Fortuny, supongo que visitará la Bienal. ¿Qué le parecen este tipo de macroeventos artísticos?

R.- Esos macroeventos forman ya parte del catalogo de las agencias de viaje, son la base del itinerario del turismo cultural. No creo que sea ni malo ni bueno. El evento no es la Bienal es la ciudad de Venecia, desde hace años, las mejores exposiciones no están en los Giardini sino en la ciudad. La industria de la cultura convertida en entretenimiento crea acefalía, no construye cabezas sino que las destruye.