Treinta años de virus extraterrestres
Laurie Anderson representó ayer en Madrid su última creación. Delusion (Delirio) resultó una febril y onírica sucesión de historias dentro de historias, con la muerte de su madre como punto de partida, la falta de amor y el declive del Imperio América en el centro y un final abierto y tembloroso. Su representación tuvo por momentos aire crepuscular y el tono fue (supongo que de forma intencionada) un tanto borroso, echándose en falta esa chispa tan suya que acaso sólo puede aportar el humor destilado en una sátira que ayer apenas compareció. Pese a todo, como es habitual en ella, la función resultó evocadora, hipnótica y clarividente y fue una nueva exhibición de muchos de los ágiles golpes de los que se ha valido la neoyorquina en las últimas tres décadas para sacudir desde la esquinas del cuadrilátero de la cultura contemporánea.
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Laurie es la descubridora de una rara combinación de lenguaje hablado y visual, de performance, escenografía teatral, spoken word, arte multimedia y experimentación técnica, en la que la música hace de pegamento, de contextualizador sensible de un montón de estímulos diferentes. La música en sus obras tiene un sentido a la par elemental y sofisticado, minimalista e intensamente emocional, vanguardista y pop. Es vehículo de emoción pero sobre todo de comunicación (tema esencial a lo largo de su obra). Incluso en actuaciones como la de ayer donde apenas la escuchamos cantando, lo musical resulta el eje vertebrador e incansable de la propuesta y va perforando el alma del espectador para que entre la palabra, la narración y la poesía.
De hecho, me parece que lo que hace Laurie en el fondo siempre es música. Está dentro de ese pequeño grupo de artistas que han comprendido el concepto de John Cage (tan afín al pop y especialmente a la llamada "música electrónica") de que la música es la organización de sonidos, de impulsos (incluidas las palabras que a su vez son música).
Laurie ha afirmado: "Mi punto de vista es en primer lugar el de una artista, en segundo lugar el de una neoyorquina, y en tercer lugar el de una mujer, probablemente en este orden."Así que no tengo muy claro si le molestaría aparecer dentro de la sección "Pioneras", pero no me cabe la menor duda de que lo es. En primer lugar como artista que ha sabido acercar a un público mayoritario expresiones de exóticas latitudes. Tratándonos con inteligencia (es decir, partiendo de que también tenemos), ha acercado como casi nadie la vanguardia de las artes visuales y plásticas, de lo literario en un sentido estricto, al ámbito de la música pop, de lo intelectual y experimental a lo mundano.
Bueno, en eso y en muchas otras cosas relacionadas. Su acercamiento a la tecnología le ha llevado, por ejemplo a inventar numerosos artilugios. Ha usado el cuerpo y la vestimenta como instrumentos musicales, sin ignorar la aplicación de los instrumentos electrónicos y elementos como los filtros sintéticos para voz a un contexto con pretensiones más allá de la limpieza de sonido. Laurie ha sido una futurista del No Future.
Precisamente este año se cumplen treinta desde que Anderson irrumpiera en la escena Pop desde los escondrijos del arte underground de la ciudad de los rascacielos con "O superman (for Massenet)", una historia-canción de once minutos vagamente inspirada en un aria (Ô Souverain, ô juge, ô père) de El Cid de Massenet. Fue esa canción la que, publicada en el minúsculo sello One Ten Records, alcanzara el número 2 de las listas de Reino Unido y éxito en media Europa. Allí reformula por completo la petición de ayuda del aria de Massenet y la muda en semblanza del nuevo mundo de las aplicaciones tecnológicas en lo cotidiano y de la posibilidad de desvío de éstas, con la incomunicación contemporánea flotando en el aire.
Para Greil Marcus su éxito confirma el triunfo de un punk que "puso de manifiesto, con crudeza y en primer plano, todo tipo de fenómenos anteriormente ocultos." Así, lo que podría haber sido curiosidad restringida a unos pocos cenáculos artísticos, invadió el centro de la vida pop.
Con su minimalismo rítmico y voz vocoderizada, con su monotonía confortable y extática O Superman es en realidad un canto cómicamente apocalíptico, donde la conformidad del hogar americano se ve sacudido por nuevas tensiones.
Allí canta (recita): "Cuando el amor se ha ido, siempre hay justicia. Y cuando la justicia se ha ido, siempre hay fuerza. Y cuando la fuerza se ha ido, siempre hay mamá. ¡Hola mamá! Así que abrázame, mamá, entre tus largos brazos, en tus brazos automáticos, tus brazos electrónicos, entre tus brazos. Así que abrázame, mamá, entre tus largos brazos, tus brazos petroquímicos, tus brazos militares, tus brazos electrónicos."
Hoy Laurie, a punto de cumplir 64 años aparece aún iluminada pero menos rutilante, como si se encontrara en el punto de desamparo posterior a lo que dice su canción: Cuando la madre se ha ido... ¿? Treinta años hace que se abrieron esos puntos suspensivos, esa interrogación que hoy brilla como siempre en el centro de un cuerpo Pop donde algunos inocularon virus venidos del espacio exterior.
Laurie Anderson representó ayer en Madrid su última creación. Delusion (Delirio) resultó una febril y onírica sucesión de historias dentro de historias, con la muerte de su madre como punto de partida, la falta de amor y el declive del Imperio América en el centro y un final abierto y tembloroso. Su representación tuvo por momentos aire crepuscular y el tono fue (supongo que de forma intencionada) un tanto borroso, echándose en falta esa chispa tan suya que acaso sólo puede aportar el humor destilado en una sátira que ayer apenas compareció. Pese a todo, como es habitual en ella, la función resultó evocadora, hipnótica y clarividente y fue una nueva exhibición de muchos de los ágiles golpes de los que se ha valido la neoyorquina en las últimas tres décadas para sacudir desde la esquinas del cuadrilátero de la cultura contemporánea.
Laurie es la descubridora de una rara combinación de lenguaje hablado y visual, de performance, escenografía teatral, spoken word, arte multimedia y experimentación técnica, en la que la música hace de pegamento, de contextualizador sensible de un montón de estímulos diferentes. La música en sus obras tiene un sentido a la par elemental y sofisticado, minimalista e intensamente emocional, vanguardista y pop. Es vehículo de emoción pero sobre todo de comunicación (tema esencial a lo largo de su obra). Incluso en actuaciones como la de ayer donde apenas la escuchamos cantando, lo musical resulta el eje vertebrador e incansable de la propuesta y va perforando el alma del espectador para que entre la palabra, la narración y la poesía.
De hecho, me parece que lo que hace Laurie en el fondo siempre es música. Está dentro de ese pequeño grupo de artistas que han comprendido el concepto de John Cage (tan afín al pop y especialmente a la llamada "música electrónica") de que la música es la organización de sonidos, de impulsos (incluidas las palabras que a su vez son música).
Laurie ha afirmado: "Mi punto de vista es en primer lugar el de una artista, en segundo lugar el de una neoyorquina, y en tercer lugar el de una mujer, probablemente en este orden."Así que no tengo muy claro si le molestaría aparecer dentro de la sección "Pioneras", pero no me cabe la menor duda de que lo es. En primer lugar como artista que ha sabido acercar a un público mayoritario expresiones de exóticas latitudes. Tratándonos con inteligencia (es decir, partiendo de que también tenemos), ha acercado como casi nadie la vanguardia de las artes visuales y plásticas, de lo literario en un sentido estricto, al ámbito de la música pop, de lo intelectual y experimental a lo mundano.
Bueno, en eso y en muchas otras cosas relacionadas. Su acercamiento a la tecnología le ha llevado, por ejemplo a inventar numerosos artilugios. Ha usado el cuerpo y la vestimenta como instrumentos musicales, sin ignorar la aplicación de los instrumentos electrónicos y elementos como los filtros sintéticos para voz a un contexto con pretensiones más allá de la limpieza de sonido. Laurie ha sido una futurista del No Future.
Precisamente este año se cumplen treinta desde que Anderson irrumpiera en la escena Pop desde los escondrijos del arte underground de la ciudad de los rascacielos con "O superman (for Massenet)", una historia-canción de once minutos vagamente inspirada en un aria (Ô Souverain, ô juge, ô père) de El Cid de Massenet. Fue esa canción la que, publicada en el minúsculo sello One Ten Records, alcanzara el número 2 de las listas de Reino Unido y éxito en media Europa. Allí reformula por completo la petición de ayuda del aria de Massenet y la muda en semblanza del nuevo mundo de las aplicaciones tecnológicas en lo cotidiano y de la posibilidad de desvío de éstas, con la incomunicación contemporánea flotando en el aire.
Para Greil Marcus su éxito confirma el triunfo de un punk que "puso de manifiesto, con crudeza y en primer plano, todo tipo de fenómenos anteriormente ocultos." Así, lo que podría haber sido curiosidad restringida a unos pocos cenáculos artísticos, invadió el centro de la vida pop.
Con su minimalismo rítmico y voz vocoderizada, con su monotonía confortable y extática O Superman es en realidad un canto cómicamente apocalíptico, donde la conformidad del hogar americano se ve sacudido por nuevas tensiones.
Allí canta (recita): "Cuando el amor se ha ido, siempre hay justicia. Y cuando la justicia se ha ido, siempre hay fuerza. Y cuando la fuerza se ha ido, siempre hay mamá. ¡Hola mamá! Así que abrázame, mamá, entre tus largos brazos, en tus brazos automáticos, tus brazos electrónicos, entre tus brazos. Así que abrázame, mamá, entre tus largos brazos, tus brazos petroquímicos, tus brazos militares, tus brazos electrónicos."
Hoy Laurie, a punto de cumplir 64 años aparece aún iluminada pero menos rutilante, como si se encontrara en el punto de desamparo posterior a lo que dice su canción: Cuando la madre se ha ido... ¿? Treinta años hace que se abrieron esos puntos suspensivos, esa interrogación que hoy brilla como siempre en el centro de un cuerpo Pop donde algunos inocularon virus venidos del espacio exterior.