En la granja de The Shield
En paralelo a la emisión en la HBO de la monumental The Wire, coincidiendo exactamente durante los mismos años de producción (2002-2008), pero con dos temporadas más, se emitió en el canal FX la serie The Shield, creada por Shawn Ryan. Sus siete temporadas son adquiribles en DVD en el mercado español, pero si no pueden comprarlas, recomiendo que las tomen prestadas, las roben o se hagan con ellas de cualquier otro modo. La adicción que crea The Shield es tan brutal como la de The Wire, con la que tiene muchos puntos en común. En pocas palabras, diría que The Shield es un razonable cóctel entre The Wire y 24. Con la primera comparte su visión bipolar (policías y traficantes) de la lucha contra el narcotráfico y cierta visión de conjunto sobre el funcionamiento interno de los cuerpos de seguridad (donde en The Wire era Baltimore, en The Shield es Los Angeles); con 24 comparte un nerviosismo narrativo, una estupefacción ética similar y, sobre todo, la energía y la ambigüedad heroica de un protagonista memorable. La parada final del anti-héroe. No es Jack Bauer, es Vic Mackey, quien ya ha ingresado en mi particular "Hall of Fame" de personajes televisivos después de haber visto las cinco primeras temporadas de la serie.
Vic Mackey es el líder del "equipo de asalto" (strike team) de la comisaría de Los Angeles sobre la que gira toda la serie. Interpretado por Michael Chiklis, es un tipo bajito pero de robusta constitución, de cabeza grande y calva, que cobija un cerebro maquiavélico. Su presencia física, como lo era la de Idris Elba en Luther, es absolutamente determinante para los designios de The Shield. Mackey es prácticamente un símbolo fálico de ira masculina, un nuevo prototipo ficcional del "macho" norteamericano, sobre el que la serie hace descansar aquellos límites morales en torno a los que se vienen construyendo los policiales televisivos en los últimos años. Mackey es un policía corrupto, muy corrupto, que durante los 45 minutos del extraordinario episodio piloto muestra un carisma tan intenso que prácticamente pone al espectador de su lado aún a sabiendas de la cantidad de mierda en la que está envuelto y en la que se verá atrapado: desde los pequeños negocios con traficantes en las calles al robo de dinero a la mafia armenia o, incluso, al asesinato de un informador encubierto en su equipo de asalto (esto ocurre en los primeros capítulos, así que no revelo nada importante).
Pero Mackey es un hombre completamente entregado a su profesión, que opera bajo sus propias reglas, uno de los seres más complejos, enigmáticos y torturados de la historia de la televisión. Es el último outsider. Resuelve los casos más complicados, arresta a los criminales más peligrosos, y al mismo tiempo lidia con el negocio sucio en las calles (siempre mirando a sus propios intereses y a los de su grupo), mientras se divide entre sus dos familias, la del hogar en el que nunca para (una mujer, una hija mayor y dos niños autistas) y los otros tres miembros del equipo de asalto: Shane, Lem y Roonie. Su concepto de la lealtad es implacable. Con una mano da lo que quita con la otra. Es tanto el peor mejor policía como el mejor peor policía. Da resultados. Por eso sus superiores, hasta cierto punto, prefieren mirar para otro lado. Sin embargo, entre caso y caso (algunas duran un episodio y otros se extienden durante toda una temporada), el conjunto de la serie va revelando su verdadera trama motriz: arrinconar contra las cuerdas a Mackey y su amoral grupo de asalto. Piezas clave en ese enfrentamiento serán el capitán Aceveda (Benito Martinez) y, como invitado especial de la quinta temporada, el teniente Jon Kavanaugh, interpretado con cierto histrionismo por Forest Whitaker, una de las estrellas invitadas a la serie junto a Glenn Close, que tiene un papel protagónico en la cuarta temporada.
Sorprende de The Shield su crudeza cuasi-documental. La inquietud y vibración de la cámara, los planos alejados de la acción, los cortes bruscos, el feísmo consciente de su estética, sucia y opresiva. Su implacable retrato de la violencia, en una teleficción que representa con minuciosidad las guerras entre bandas rivales y fuerzas de seguridad, provocó cierto ruido en su emisión en Estados Unidos. En busca de un equilibrio entre las escenas de acción y las de exposición, los capítulos avanzan y se resuelven mediante impulsos, al tiempo que van tomando envergadura dramática algunas subtramas dispersadas sutilmente. Siempre que queda un cabo suelto, sabemos que la serie acabará en un momento dado por volver sobre él. Pronto The Shield va mutando su piel, y lo que comienza como un policial de entretenimiento con la exposición de casos basados en hechos reales, se convierte poco a poco en un lacerante estudio de personajes. No es gratuito que el centro de operaciones de The Shield, el espacio en el que interactúan sus protagonistas y donde se decide el destino de la ley, sea una antigua iglesia reconvertida en comisaría. Sus inquilinos la llaman "The Barn", el pajar, porque está ubicada en el ficticio distrito de Farmington ("The Farm", la granja), cuya comunidad es mayoritariamente hispana, pero donde también cohabitan coreanos, negros, judíos, musulmanes y armenios.
En ese espacio, en ese distrito, se disputan los conflictos morales que plantea la aplicación de la ley. Una vez más, nos encontramos frente a una serie policíaca que básicamente se construye sobre el concepto de los límites éticos, instalada en la zona gris donde ley y justicia entran en conflicto, donde la diferencia entre criminales y policías a veces sólo la dicta una placa. En un momento dado, el capitán Aceveda dice que Vic Mackey "no es un policía, sino Al Capone con una placa". Esa zona fronteriza está dictada por las dinámicas entre lealtad y traición que se van creando. El equipo de asalto se ve continuamente forzado a hacer uso de métodos ilegales o poco éticos para mantener la paz en las calles, mientras que también ganan dinero a espuertas mediante hurtos o estableciendo acuerdos de protección con narcotraficantes. Prácticamente todos los personajes en la serie (excepto quizá Claudette) se definen por sus vicios y sus virtudes, y sobre todo por dónde trazan sus fronteras morales, hasta dónde son capaces de llegar por sobrevivir o saciar sus ambiciones. ¿Pagará Vic Mackey por sus pecados? Esa es la gran pregunta que pende sobre The Shield, a medida que cada temporada va acumulando cadáveres y crímenes. Y a la que probablemente no dé respuesta hasta el último capítulo.