Niccolò Ammaniti. Foto: Lorenzao Vitturi.
Hoy presenta en Barcelona 'Que comience la fiesta', una parodia de la Italia actual
Pregunta.- El cirujano de famosas que aparece en la novela dice que ya no existe el sentido del ridículo en Italia. ¿También lo cree así?
Respuesta.- Nos hemos acostumbrado en Italia, pero no sólo aquí, a curiosear en la vida íntima de la gente famosa, como los políticos. Y cuando hacen cosas ridículas lo aceptamos con naturalidad porque al fin y al cabo se parecen a lo que hacemos nosotros. Ya no hay distancia y hay una sensación de que se puede hacer cualquier cosa, que todo está permitido.
P.- Después de escribir una histora tan dura como Como Dios manda, ¿sentía la necesidad de hacer algo más lúdico y divertido?
R.- Sí, dediqué cinco años a esta novela, y la verdad es que me dejó tocado. Quería escribir algo que me divirtiera. Era casi una exigencia espiritual para poder salir a flote después de sumergirme en profundidades tan oscuras.
P.- Y ha tenido que divertirse mucho, ¿no?, porque la historia es un delirio...
R.- Sí, porque he metido muchas cosas que me resultan simpáticas: la secta satánica formada por unos pobres infelices; la ciencia ficción, con ese ambiente parecido a Parque jurásico; el mundillo de los escritores y de la literatura italiana que, claro, conozco un poquito...
P.- Por cierto, la imagen de los escritores queda por los suelos. ¿Es una pequeña venganza contra algún colega suyo? [algunos ven detrás de algunos personajes a Paolo Giordano, Alessandro Baricco...]
R.- Cuando he empezado a conocer un poco más el mundillo de los escritores, he visto que la frustración al bloquearse ante la página en blanco, la decepción por no conseguir el éxito, la rabia por no aparecer en las revistas, el dolor por recibir críticas negativas...; todo esto es más importante que escribir. También me aburren mucho esos escritores que sin tener ninguna formación específica en nada se sienten capaces de hablar y de opinar sobre todo.
P.- ¿Se ha dado alguno por aludido?
R.- No, no, no... Todo el mundo me pregunta quién es Fabrizio Ciba [el escritor protagonista del libro] y yo siempre respondo que no es nadie y es todos a la vez.
P.- Pero ¿tenía personas concretas en mente cuando delineó los personajes?
R.- No, la verdad es que no: simplemente he sacado a relucir los aspectos peores de mi propia personalidad y los concentraba en los personajes. Es la versión negativa de mí mismo, más que la de cualquier otro.
P.- ¿Quería también dejar claro que la vida de un escritor de suceso no es precisamente estimulante y agradable?
R.- La verdad es que para mí es agradable, pero es cierto que puede convertirse en un infierno cuando te obsesionas por estar en todas partes, en las fiestas importantes, en los programas de televisión, en los suplementos culturales... Hay que saber vivir con lo que se tiene, pero esto es extensible a cualquier profesión.
P.- Otra cosa importante que se desprende de la historia es que tipos de lo más mezquino pueden escribir novelas que lleguen a la conciencia y las emociones más profundas de la gente...
R.- Sí, sucede en la práctica. Es algo que siempre me ha desconcertado, pero ahí están los ejemplos... Esa ambivalencia me llama mucho la atención y por eso la he querido tratar en este libro.
P.- El libro tiene algo de profético. La Repubblica informó hace pocos meses que quieren construir un gran hotel en el parque de Villa Ada...
R.- No lo sabía, pero seguro que no lo conseguirán: siempre hay algo que lo impide. En Roma los parques sufren un grave problema de abandono. Es algo muy triste, aunque esto también tiene su parte fascinante porque su descuido tiene algo de apocalíptico: cómo la naturaleza se apropia de nuevo de los lugares perdidos.
P.- A la fiesta del magnate de la construcción acuden indistintamente políticos, intelectuales, cantantes, futbolistas... Al final el poder acaba abduciendo a todos.
R.- El poder ejerce una fuerte atracción, sobre todo para aquellos que le dan más importancia a su apariencia que a lo que verdaderamente son. Es muy difícil sustraerse a su llamada. Son muy pocos los que saben mantener distancia y tratarlo con ironía.
P.- ¿Cómo valora la derrota de Berlusconi en Milán? ¿Es el primer paso real de su caída, tan vaticinada desde hace meses pero que no termina de producirse?
R.- Creo que sí. Luego veremos pero creo que hemos llegado a punto de mentiras y de demagogia que hace rechinar los dientes. La gente está harta en Milán, en Nápoles y tantas otras ciudades y pueblos... Lo sucedido desmiente esa idea de que en Italia la gente es descreída y pasota, que le da igual Berlusconi u otro. Es una señal muy positiva. Es como en una pelea de boxeo, cuando a un púgil le dan un puñetazo y empieza a tambalearse. Hace falta que le den otro bueno para que caiga. Esperemos que sea el próximo referéndum [los italianos deben votar sobre la energía nuclear y sobre el legítimo impedimento, una artimaña ideada por il Cavaliere para librarse de acudir a los juzgados].
P.- Casi todas sus novelas acaban en el cine. ¿Está contento con las adaptaciones? ¿Con alguna en particular?
R.- No tengo miedo de Gabriele Salvatores me ha gustado mucho, pero prefiero no entrar a juzgar las películas que se han hecho de mis libros, porque son visiones personales de tus historias. Es un error pensar que los directores vean las mismas cosas que los escritores. En realidad, cada lector lee un libro diferente. Yo algunas no las hubiera hecho como están, pero las respeto.
P.- Bertolucci va a adaptar ahora Io e te (lo publicará Anagrama próximamente). ¿Cómo ha surgido?
R.- Bueno, yo le conocía y le pasé el libro para que lo leyera. A Bertolucci le gustó mucho el hecho de que todo el relato transcurriera en un sótano. Ahora estamos escribiendo el guión los dos, junto a Umberto Contarello. Acabaremos este verano y luego todo quedará en sus manos. Trabajar con él es una de las grandes experiencias que he tenido. Me interesa mucho su cine, sobre todo porque sus películas están muy ligadas a su propia experiencia personal, tan rica. Quizá la que más me gusta es El conformista.