Albert Espinosa. Foto: Domènec Umbert.
Estará sábado y domingo en la Feria del Libro firmando ejemplares de sus éxitosos libros
Pregunta.- Cuenta que el libro se lo inspiró el cuadro de Llorenç Pons [un niño solitario en mitad del bosque] que aparece en la portada. ¿Cómo?
Respuesta.- Ocurrió en Menorca, que es una isla a la que viajo mucho y me suele inspirar. Allí encuentro a veces los finales que busco para mis historias. Esta vez, en cambio, encontré un principio en ese cuadro, que a él no le gustaba y estaba a punto de repintar de blanco. Vi la historia dentro. Lo compré y hasta ahora me ha traído mucha suerte.
P.- Y el título se lo dio una mujer de 90 años, en una panadería...
R.- Sí. Este libro ha nacido a partir de varios golpes de suerte. Yo lo iba a titular Amar se conjuga en pasado, porque en presente se suele decir 'yo quiero', mientras que cuando se pierde a la persona querida lo que se dice es 'yo amé'. Pero ella me insistió mucho con Si tu me dices ven lo dejo todo... pero dime ven. Me contaba que su vida hubiera cambiado mucho si le hubieran dicho ese ven algunas personas. Al final me empezó a gustar y lo cambié. Ahora cuando coincido con ella en la panadería muchos días le invito al pan, a las dos barras que siempre compra, aunque ya no están sus hijos en casa, porque era lo que compraba cuando sí estaban.
P.- El dilema al que se enfrenta el protagonista es que cuando creía que tenía todas las respuestas, llega el universo y le cambia todas las preguntas...
R.- Este es el tercer golpe de suerte del libro. Un amigo y yo estábamos buscando un saco de boxeo para comprarlo y nos encontramos a George, un hombre que tenía uno lleno de ropa de gente querida que había perdido. Cuando se encuentra triste, se abraza a él y las penas pierden su magnitud. Él me describió esa situación, en la que yo coloco al protagonista. A él le abandona su pareja y en un solo día le dejan de valer todas sus respuestas.
P.- El protagonista se dedica a buscar niños. ¿De dónde sale ese oficio?
R.- Es a lo que se dedicaba un hombre que conocí en el hospital. Se había especializado en la búsqueda de niños de 15 años, que era la edad que yo tenía entonces. Esa historia se me quedó grabada y tenía muchas ganas de sacarla en unos de mis libros. En este ha tocado.
P.- Desde lo 14 a los 24 años vivió hospitalizado por el cáncer. Una experiencia que obliga a madurar de golpe, pero usted conserva y cultiva una mirada infantil de la vida. ¿Cómo explica la paradoja?
R.- A lo largo de esos 10 años me quitaron un pulmón, el hígado y una pierna, pero yo fui muy un niño muy feliz. Cuando salí del hospital dentro de mí estaba ese niño y yo. Los dos hemos llegado a un acuerdo. Ambos tienen voto en mis decisiones. Y también lo tienen los otros niños que no lograron superar el cáncer. Era un pacto que teníamos: los que sobrevivíamos debíamos vivir sus vidas. Nos las repartíamos: a mí me corresponden 3'7 más la mía. 4'7 en total.
P.- O sea que está a tope de vida...
R.- Sí, porque la muerte da mucha vida y las pérdidas se acaban convirtiendo en ganancias. También, cuando superas tres cánceres, le pierdes el miedo a la muerte para siempre.
P.-¿Siente como un deber moral escribir sobre el cáncer?
R.- No, no lo veo así. Simplemente me gusta. Es una parte de mi vida importante, que no sólo fue quimioterapia, en la que hice grandes amigos, en la que jugaba todo el tiempo (de hecho, el día antes de que me cortaran la pierna estaba jugando al fútbol) y en la que no sentía dolor físico. En general el cine y la literatura refleja una visión triste de los niños enfermos de cáncer, que no es real. Yo no me identificaba con ella cuando estaba en el hospital. En mis historias ellos encuentran héroes que les ayudan y les dan ánimos. Es lo que ha sucedido con la serie Pulseras rojas, que ha hecho aumentar las visitas a los hospitales, porque los amigos de los niños enfermos se dan cuenta que a sus amigos no se les ha acabado la vida por tener un cáncer.