Las series televisivas americanas siempre han mostrado debilidad por las sagas familiares. Desde Dallas hasta Los Soprano, las grandes fortunas y las turbulentas relaciones entre miembros de un mismo clan funcionan bien y enganchan al público. En el fondo, los relatos que más afición crean no han cambiado mucho con el paso de los siglos: los grandes dramas familiares de la televisión vienen a ser traslaciones a la actualidad de las viejas tragedias griegas de Esquilo, Sófocles o Eurípides, cuyo principal motivo era la caída de un mito. Si, además, esas tragedias tienen una base nacional, histórica y realista, fundamentada además en el escándalo sexual, las conspiraciones de poder y las personalidades enigmáticas, como es el caso de la familia Kennedy, el factor morbo se añade a la ecuación.



Los planes iniciales pasaban porque History Channel estrenara la mini-serie de ocho capítulos The Kennedys, pero las presiones por parte de la propia familia Kennedy ante un docudrama que, supuestamente, declara de partida su incorrección política y se complace en las zonas grises (y negras) de la leyenda (rivalidades entre hermanos, conexiones mafiosas, crisis políticas, adulterios y todo lo demás), convirtieron el proyecto en una patata caliente que ha ido saltando de canal en canal, sin que ninguno se atreviera a comprarla y mucho menos a emitirla. Finalmente cayó en manos de ReelzChanel, un canal de pago por satélite, propiedad de la familia Hubbard, cuyo patriarca es uno de los grandes benefactores del partido Republicano. Tiene sentido. Después de su moderado éxito en Estados Unidos, ya está confirmada su emisión en una treintena de países, entre ellos España.



La polémica ha rodeado The Kennedys desde su nacimiento, que recibió críticas incluso antes de que se rodara. Ya el propio casting despertó la animadversión de aquellos que no veían a Greg Kinnear en el papel del presidente John Fitzgerald o a Katie Holmes en el de su esposa Jackie, mientras que la idea de que Barry Pepper encarnara a Bob Kennedy tampoco convenció demasiado. Lo cierto es que nunca he sido demasiado exigente con el parecido físico de los actores con el personaje real al que incorporan siempre y cuando sean capaces de proyectar una imagen verosímil del modelo en que se inspiran, pero en el caso de Greg Kinnear, ataviado con una peluca que siempre parece a punto de caérsela en cualquier momento, es muy difícil pensar en JFK para olvidarse del actor, ese brillante secundario tan aficionado a las comedias románticas. En todo caso, el reparto es el menor de los males de la serie.



Greg Kinnear es JFK y Katie Holmes, su esposa Jackie

Visualmente, The Kennedys es una serie en papel couché, como si estuviera realizada en los años ochenta. Y me temo que su anacronismo también es evidente desde el punto de vista narrativo y moral. Hasta la sintonía de apertura recuerda a Falcon Crest (1981-1990) y a Los Colby (1985-1987). A todas luces extemporánea, como producto televisivo The Kennedys no está a la altura de series sobre otras históricas dinastías familiares como Los Borgia o Los Tudor. El primer capítulo doble establece las bases de lo que veremos a continuación, es decir, un drama más centrado en la crónica rosa de la familia que en el fondo ideológico de los caldeados y decisivos años sesenta en la historia política americana. Da la sensación de que los guionistas, muy mediocres en comparación a lo que los escritores de la teleficción norteamericana nos tienen acostumbrados en los últimos años, han trazado la historia de la saga revolviendo en sus trapos sucios y acentuando el morbo de aquello que ya conocemos, trasladando ciertos paradigmas del drama familiar más lacerante a la vida política de los Kennedy.





La serie arranca con la noche electoral en que JFK se proclamó presidente (con flashbacks en torno a la muerte del hermano mayor y la competitividad entre Jack y Bob, retratados como niños de papá sin ninguna conciencia realista del mundo que habitan) y termina con el asesinato de su hermano Bobby. En medio, todo aquello sobre lo que la cultura popular americana de los últimos cincuenta años ha venido especulando: que JFK era un señor torturado y mujeriego que padecía problemas de espalda, que Bob era el hombre honesto de la familia, que el padre, Joe (reconocido antisemita, interpretado por el gran Tom Wilkerson), era el verdadero maestro de marionetas manejando todos los hilos políticos, hasta que sus hijos se rebelaron. ¿Algo nuevo bajo el sol? Realmente, no.



La mini-serie no escurre el bulto de los asuntos más controvertidos en la presidencia de JFK: la crisis de los misiles de Cuba, el ‘affaire' Marilyn Monroe (sugiriendo que provocó su suicidio) y sus relaciones con el mafioso Sam Giancana, que básicamente le entregó los votos de Chicago en las elecciones de 1960 y a quien, a través de Sinatra, JFK debía un favor. Tampoco esquiva las tensiones entre los Kennedy y el director del FBI, Edgar Hoover, quien supuestamente no investigó adecuadamente la posibilidad de una conspiración para asesinar al presidente JFK. No los esquiva pero tampoco lidia con ellos con determinación aclaratoria o con una conciencia de revisión histórica. Medio siglo después de los acontecimientos, la especulación sigue siendo el motor de toda trama alrededor de la dinastía Kennedy. Y en este sentido, cualquier secuencia de la película de Oliver Stone JFK tiene más verdad y más interés que el conjunto de la serie.



Es tarea de los historiadores determinar el rigor y la verdad histórica de The Kennedys, pero a pesar de las (desentonadas) inclusiones de imágenes documentales de la época y clips de noticiarios (con recreaciones que parecen propias del History Channel), a pesar del propósito de los diseños de producción por reproducir al detalle el imaginario colectivo de determinados eventos, nunca desaparece la sensación de estar delante de una teleficción en lugar de una representación histórica. Esto es así porque el desarrollo de lo acontecimientos y la forma en que se exponen y se relacionan, así como la composición de los personajes extraídos de la realidad, se han encajado a los códigos sentimentales de la crónica rosa, el melodrama político y el serial televisivo.