Mario Muchnik. Foto: Begoña Rivas.

Confiesa Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931) que empezó en la edición de libros sin dinero y que está saliendo de ella igual: "sin dinero". Le vale así. Entre ambos momentos ha llevado una vida bien interesante y como el mismo afirma, en su luminosa casa del Paseo de la Castellana, "al fin y al cabo un editor sólo sirve para que unos cuantos libros suyos duerman en las estanterías de unas cuantas librerías y bibliotecas, al alcance de la gente". Ese es el rastro que deben dejar. Fundó Muchnik Editores en 1973 y gracias a sus buenos oficios vieron la luz en España títulos de Primo Levi, Elias Canetti y Bruce Chatwin. Luego trabajó para Planeta (como director de Seix Barral) y para Anaya. Le despidieron de ambos grupos pero sobrevivió gracias a amigos como Cortázar y Calvino, que le brindaron sus libros -a cambio de adelantos simbólicos- para que saliera adelante con su pequeño sello. Hoy tiene 80 años pero no se corta la coleta. Con su nueva editorial (Del taller de Mario Muchnik) sigue dando a la imprenta, en pequeñas y selectas dosis, los clásicos rusos. El Aleph Editores (nombre que, curiosidades de la vida, tiene ahora su vieja editorial) le encargó que compendiara en un solo volumen lo que había publicado sobre su profesión (aspectos técnicos y vivencias personales). "Evitando, en lo posible, el refrito" el resultado es Oficio editor.



Pregunta.- Dice (citando a Stantley Unwin) que un editor que busca sólo dinero es tan sospechoso como un médico preocupado únicamente de sus honorarios...

Respuesta.- Yo empecé a editar sin dinero y ahora que acabo mi labor sigo sin dinero. Está bien así: un editor sirve para que unos cuantos libros queden en estanterías de librerías y bibliotecas al alcance de la gente. Cuando le dije a Barral que quería dedicarme a esto de editar, él me aconsejó: "Nunca lo hagas con preconcepto mercantil".



P.- Y Guy Schoeller le advirtió: "Hay dos maneras de perder dinero. Con el cine, más rápido. Y editando libros, con más prestigio".

R.- Guy Schoeller fue el artífice en Francia de los Bouquins, unos libros flexibles pero muy resistentes. El modelo lo tomó de Londres, de un ejemplar de El Capital de Marx que vio en un escaparate. Se montó en un taxi y ordenó que le llevaran a la dirección de la fábrica de impresión que figuraba en el libro. Allí pidió reunirse con el director y no salió de su despacho hasta que no tuvo un contrato. Los Bouquins son conocidos como la Pléiade de los pobres. Era un tipo extraordinario, un cazador de elefantes y el primer marido de Fraçoise Sagan.



P.-¿Cuándo calcula que en el metro irá más gente con libros electrónicos que de papel?

R.- Yo creo que lo del libro electrónico es una moda que va a durar poco, unos años nada más. Nadie quiere irse de vacaciones con 500 libros. Como mucho te llevas dos o tres. Yo lo veo útil para los escolares que se parten el espinazo acarreando mochilas y para profesionales que sí necesitan consultar muchos libros para su trabajo: periodistas, editores, investigadores... Para mí es un juguetito que debería venderse en las mismas tiendas donde se vende el cubo de Rubbick, los juegos de magia y todo eso...



P.- Pero usted siempre ha sido un avanzado en cuestiones técnicas. ¿No cree que el abaratamiento en la fabricación de libro puede permitir el surgimiento y la subsistencia de editores pequeños e independientes con menos recursos?

R.- De los editores que nos juntábamos en Barcelona en los años 80, Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Gonzalo Pontón y compañía, yo fui el primero en tener un ordenador. Con este ordenador, que tenía sólo 256 K de memoria, diseñé y maqueté libros. Y también fui el primero que vio -en la feria de Francfort- una máquina que ocupaba una habitación entera y que hacía libros individuales a pedido. Yo valoro mucho los avances de la técnica, porque han conseguido que los libros de papel hayan llegado casi a su tope de perfección, pero no con el libro electrónico, que es torpe, lento y poco fiable. Yo creo que con el tiempo tendremos en nuestras casas una máquina como esa que vi en Francfort pero en tamaño micro. Pasando nuestra tarjeta de crédito nos imprimirá y encuadernará cualquier libro que le pidamos.



P.- Pero entonces ¿tienen las editoriales pequeñas alguna posibilidad de sobrevivir y conservar cierta independencia en estos tiempos de concentración editorial?

R.- Si siguen trabajando mal, ninguna. Me refiero algunas editoriales en cuyos libros en una páginas escriben el Hotel La Gare y otra más adelante dicen Hotel de la Estación. ¿Cómo te puedes fiar de un texto así? Los que lo hagan cuidadosamente por supuesto que sí. No hay que olvidar que muchos editores grandes de ahora empezaron con muy poco. Yo mismo en el primer año publiqué sólo un libro, en el segundo cuatro, luego hubo otros años que solamente volví a publicar uno, más tarde ya no bajaba de cuatro...



P.-¿Y qué más les aconsejaría a los que están empezando?

R.- Hace tiempo siempre les decía que lo primero de todo era que buscasen un buen distribuidor. Casi ninguno de los que venían a preguntarme reparaba en ese detalle, y es crucial. Hay que tenerlo claro antes incluso que qué tipo de libros se quieren editar. Pero ahora les digo que lo más importante es que tengan dinero. Y que si lo tienen, que lo guarden; que deben buscarse un socio capitalista que los financie y mantengan sus ahorros por si acaso. Así está el mundo.



P.- Usted mantuvo una estrecha relación Giulio Einaudi y Carlos Barral. ¿Qué tipo de editor encarnaron ambos?

R.- Un tipo de editor que ya no existe. Eran personalidades distintas pero muy parecidos como editores. La finura con que fabricaban sus libros respondía a su finura intelectual. Barral se creía el hombre más elegante del mundo. Einaudi lo era. Ahora, si vas a la feria de Francfort, todo el mundo habla del precio de los libros y de los derechos. Yo, a ellos dos, nunca le escuché hablar de eso. Estaban en la edición no para publicar juguetitos o divertimentos, sino porque tenían una profunda visión de la literatura y de la cultura.



P.- Bueno, rompamos por un segundo su honorable regla. ¿Qué libro le ha hecho ganar más dinero?

R.- De parte de la princesa muerta, de Kenizé Mourad. Lo publiqué en abril del 88 y en mayo celebramos en un local nocturno de Barcelona los 100.000 ejemplares vendidos. Lo que pasa es que poco después mis socios me robaron con malas artes la editorial. Sé que llegaron a vender un millón de copias, pero a mí esos beneficios me los sacaron de debajo del colchón.



P.-¿De qué autores se siente más orgullos de haber editado?

R.- De Susan Sontag, que no tuvo éxito en España hasta que la publiqué yo. De Bruce Chatwin, que no había sido editado aquí. De Oliver Sachs, aunque luego me dejara. De Elias Canetti, que empecé a publicar en el 64 y en el 71 ganó el Nobel. De Cortázar, al que edité sus últimos tres libro.



P.-¿Y de arrepentimientos se puede hablar?

R.- He editado unos 500 títulos, que tampoco son muchos para un editor. En todos ellos creía y estaba convencido de que eran buenos libros. Me da pena que de Chatwin no vendiera nunca más de 4.000 ejemplares. Pero luego me reconforta que me pregunten por él estudiantes en conferencias que doy por ahí. En cambio, de Kenizé Mourad no me pregunta nadie. Ahí está la diferencia entre los libros que venden mucho y los que conforman la cultura de un país. Sólo dos veces me dejé llevar y me equivoqué y me arrepentí. Me pasó con un libro sobre televisión de Manuel Campos Vidal, que presentaba el telediario y mis compañeros me decían que nos íbamos a forrar porque él era muy popular. Y también con un libro de Menotti, El fútbol sin trampas, que publiqué cuando era él entrenador del Barça. Bastaba con que los socios del club lo comprasen para que fuera en éxito. Pero los dos fueron un auténtico desastre.