La imponente fachada de piedra de Al Khazneh, en Petra.

Hace diez años, Petra, la ciudad jordana elegida el 7 de julio de 2007 como una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo, recibía cada día entre 8.000 y 10.000 visitantes. Tras la guerra de Irak, el número descendió casi a la mitad, pero todavía unos cinco mil turistas disfrutaban cotidianamente de la majestuosidad de la ciudad excavada en piedra por los nabateos en el siglo VII antes de Cristo. Hoy, las masas de viajeros ocasionales se alejan de Oriente Medio, aterradas por los ecos de la primavera árabe que incendió el Magreb, de Marruecos a Túnez, Egipto, y por las masacres actuales en Libia y Siria. Jordania, país de paso sin petróleo ni mayor riqueza que el turismo, sufre especialmente los embates de la crisis y ve languidecer su auténtica joya: Petra, la ciudad rosada escondida en el desierto, distinguida como parte del Patrimonio de la Humanidad en 1985. Para evitarlo, se han potenciado diversos festivales culturales en Jerash y Petra, sin demasiado éxito internacional por el momento. Ahora Petra parece más dormida, y espléndida que nunca. Apenas unos centenares de viajeros, la mayoría procedentes de Jordania, pasean lánguidamente entre decenas de niños que ofrecen recuerdos a un euro, venden botellas de agua helada o invitan a recorrer la ciudad en burro, carro o caballo. Frente al monumento más célebre de la ciudad, el Tesoro, conocido a su pesar mundialmente por aparecer en la película de Indiana Jones y la última cruzada, hay más lugareños a la caza del turista que otra cosa. Las leyendas sobre los increíbles tesoros que la ciudad podría esconder se suceden (se dice que entre las ruinas duermen el de los nabateos y el que los turcos pudieron haber abandonado tras tener que abandonar el lugar que fue parte de su imperio), aunque el mayor, sin duda alguna, esté ante nuestros ojos, excavado en piedra rosa, azul, de mil colores que cambian con la luz del sol. Hassan, fotógrafo acostumbrado a retratar a los viajeros ante el edificio por un módico precio, confiesa que hace unos años, a esa hora, la una de la tarde, solía haber fotografiado a unas 500 personas. Hoy, sólo tres se han prestado... Su socio, que le releva por la tarde, tampoco rezuma optimismo precisamente a pesar de que el gobierno ha rebajado a la mitad el precio de entrada para los propios jordanos... Es un privilegio recorrer los desfiladeros y laberintos de Petra casi en soledad, adentrarse en los edificios sin prisas ni aglomeraciones, sentirse casi como Johan L. Burckhart, el explorador suizo que en 1812 descubrió para Occidente la ciudad perdida de los nabateos, y comprobar cómo en algunos puntos las excavaciones se han detenido para preservar el patrimonio para generaciones futuras. Lo que ahora mismo está a la vista es más que suficiente.