José Coronado

José Coronado ha vuelto de San Sebastián como de un sueño del que no quiere despertar. El día del estreno de No habrá paz para los malvados, la sala de 1.200 personas no dejaba de aplaudir después de la proyección. "Nos hicieron un paseíllo y yo me emocioné mucho." Al día siguiente de la presentación de la nueva película de Enrique Urbizu, con el que ya ha trabajado en La caja 507 (2002) y La vida mancha, leyó con el equipo las críticas de la película, que han sido muy positivas, y si a eso añadimos la respuesta del público... "parece que hemos dado en la diana, que hemos hecho algo que ha merecido la pena".



PREGUNTA: Ha seguido la evolución de la película desde el principio. ¿Cómo ha sido su intervención en el proceso creativo?

RESPUESTA: Estoy en el proyecto desde que Urbizu tenía el detonante de la novela de Chester Himes, hace cuatro años, así que he seguido de cerca su evolución y la de mi personaje, Santos Trinidad, que es un desalmado, un ser despreciable. Mi papel ha sido más de testigo que creativo. Me asombraba asistir al proceso de cómo Enrique Urbizu conseguía que la historia de un asesino a la caza de su testigo, que es lo que cogió de la novela, se convirtiera poco a poco en la salvaje crónica de la realidad que vivimos en Occidente, con el miedo y la inseguridad del terrorismo amenazándonos. Yo me he limitado a dar forma a mi personaje de la mejor manera que he podido.



P.: Un personaje muy complicado, porque Santos Trinidad propone de algún modo una relectura del anti-héroe, que ignora su acto de heroicidad...

R.: Exactamente. Ya sabe cómo somos los actores, que queremos siempre redimirnos de nuestros personajes, pero mientras construíamos el guión Enrique me insistía en que este personaje es el diablo, que no cabe redención posible para él, que es un verdadero malvado, un cabrón. Es producto de la casualidad que salve al mundo cuando sólo quería salvarse a sí mismo.



P.: Una de las dificultades de su papel era sin duda despertar la simpatía del espectador.

R.: Yo le dije a Urbizu al principio que Santos tiene que hacer un viaje de dos horas y que va a ser muy difícil que el espectador siga a este personaje tan antipático. Es un expolicía que al principio de la película, borracho, se carga a varias personas en un puticlub, entre ellas a una pobre chica detrás de la barra. Pues no sé cómo lo ha hecho, si es por el talento narrativo que tiene Urbizu, si es por la tristeza y amargura que tiene el personaje todo el tiempo, pero se produce algo en la película que logra poner al espectador de su parte. Creo que es una de sus grandes virtudes.



P.: El personaje le ha hecho pasar por una cierta transformación física...

R.: La suerte que tuve es que el personaje lo hemos ido construyendo durante cuatro años. Y conociéndonos como nos conocemos, que habíamos hecho ya dos películas juntos, sabiendo que Urbizu es el mejor "cargador" de actores que he conocido, pues fue un proceso muy continuo. Yo había estado un año trabajando mi masa muscular, porque Santos había sido un buen policía y debía ser un hombre fuerte y recio, pero cuando adquirí esa masa muscular me dediqué a ponerme ciego de hamburguesas, cordero asado, helados con nata. Engordé mucho hasta dar esa apariencia de alguien que se ha abandonado, que se ha entregado al alcohol, pero que no hace mucho tiempo estaba en forma. Me dejé crecer el pelo, la barba… pero todo eso es lo más vistoso y en realidad lo más fácil. Creo que el infierno y el salvajismo de Santos va por dentro, que en su mirada vemos que odia a la humanidad y que su verdadera tormenta es interior.



P.: Más que en la palabra, su interpretación está basada sobre todo en los gestos, la forma de andar, las miradas… ¿Se hace especialmente complicado interpretar un personaje tan silencioso?

R.: Es cierto que Santos habla mucho más con el silencio y las miradas que con el verbo. Ahí estaba la principal dificultad de mi personaje. En eso y en no caer en lo grotesco. Yo estoy seguro de que hay muchos Santos Trinidad pululando por el mundo. Mi trabajo es adaptarme al guión, y el personaje está lo más alejado posible de mi trayectoria.



P.: ¿En qué medida le ha ayudado que la mayor parte de las escenas se hayan rodado en escenarios reales?

R.: Mucho, la verdad, ha sido muy importante. Todo el comienzo lo hicimos en un puticlub en Alicante. Nosotros empezábamos a rodar cuando las prostitutas terminaban su jornada laboral, con lo que rodábamos de seis de la mañana a cuatro de la tarde. Incluso en la película, cuando la jueza comenta lo mal que huele, un personaje le contesta: "Estos sitios huelen así, Señoría". Y efectivamente, estaba el olor del vicio allí donde rodábamos. Y eso ayuda mucho. He vivido al personaje de una forma muy intensa. Yo que llevo 25 años interpretando papeles, con este personaje me he olvidado a veces de mi persona. Algunas noches me acostaba vestido con las botas puestas, disfrutando de esa dejadez y desapego por el mundo, de esas pocas ganas de vivir.



P.: ¿Cuál es el secreto de su romance cinematográfico con Enrique Urbizu?

R.: Creo que entendemos el cine de la misma forma. Su cultura cinematográfica es por supuesto mucho más vasta que la mía, yo soy un aprendiz a su lado, pero coincidimos mucho en los gustos. Y fundamentalmente, a los dos lo que nos gusta de esta profesión es levantarnos temprano, ponernos el casco y hacer nuestro trabajo contando con un equipo creativo. Lo que nos sobran son los oropeles, la fama, los brillos. Nosotros éramos los primeros en llegar y los últimos en irnos del rodaje, trabajábamos diez horas al día y disfrutábamos como enanos. Eso hacía que dos sumaran tres.



P.: ¿Dónde encuentra usted la gran baza de No habrá paz para los malvados para distinguirse del resto del cine español?

R.: Una de las grandes bazas de la película de Enrique es que hace cine negro de una forma muy directa y efectiva, y al mismo tiempo aborda temas muy candentes, política y socialmente, que nos afectan a todos. Creo que aquí hay un respeto al espectador, y Enrique le invita a hacer una labor policial de investigación, y que vayan sacando sus propias conclusiones. Y luego, sobre todo, que reflexione sobre lo que ha visto. Vengo de hacer teatro, una obra de David Mamet, que es un tipo al que le gusta provocar la reflexión, y creo que Urbizu también va por ese camino. Creo que es digno de mérito. Aparte de ser un cineasta como la copa de un pino, cuyos thrillers te mantienen pegado a la butaca, al mismo tiempo está poniendo de reflejo la sociedad que vivimos con una perspectiva crítica.

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