La escritora Lucía Etxebarria. Foto: Antonio Heredia
Hoy sale a la venta 'El contenido del silencio', su nueva novela
P.- Ha tomado una historia real para saber por qué un individuo anula su personalidad para unirse a una secta. ¿Qué le interesaba de esta circunstancia?
R.- El hecho de que se pueda dar a distintas escalas, en un sistema totalitario, con un equipo de fútbol o a través de una fascinación amorosa. La mayor escala sería la China maoísta. El sistema es el mismo tanto en grandes poblaciones como en casos personales. Por poner un ejemplo cultural, La fiera literaria funciona como una secta, en el sentido de que están todos completamente volcados con una concepción de lo que ellos entienden por literatura y que consiste en anular todo lo que no sea eso. Pero a mí lo que me interesa es en qué punto una persona está dispuesta a anularse a sí misma por lo que sea.
P.- ¿Considera esa tendencia un mal propio de nuestro tiempo?
R.- No, ya existía, por ejemplo, en la Alemania nazi y antes en la de Bismark, me da igual. Siempre ha habido una voluntad de dominación desde la que se intenta explotar las carencias del otro para mantenerlo en una posición de sumisión.
P.- Con todas las referencias históricas que incluye, ¿Cree que es su novela mejor documentada?
R.- No necesariamente. Es en la que quizá he buscado más datos de cosas que a priori no tenía muy controladas. De la Alemania nazi me lo sabía todo porque ha sido una obsesión desde hace mucho tiempo. Quizá sí me he documentado sobre la Casa Winter y sobre los nazis en España, tema que ya salía en mi anterior novela de refilón. Sobre sectas católicas no sabía tanto y cuando entré, me aterroricé. La historia de los Legionarios de Cristo es muchísimo más bestia de lo que salía en periódicos: Marcial Maciel tenía más de 200 denuncias, dejó herencias multimillonarias a dos mujeres y, sin embargo, murió en una residencia de lujo, incluso estando probado que había abusado de sus hijos.
P.- Usted es católica, ¿qué le ha supuesto investigar historias de este tipo?
R.- Me hizo perder la fe en el Vaticano. Si tenía poca, desde aquí decidí que mi relación con Dios era personal. Mi religión es un asunto mío y una crisis religiosa es un asunto muy duro para cualquiera. El propio Ratzinger sabía qué había hecho Maciel y, al final, bueno, le quitó del Ministerio, pero nadie le mandó a la cárcel. Desde ahí pasé a entrevistar a gente del Opus, intenté sin éxito hablar con ex legionarios... pero llamarles Opus o legionarios me daba igual, no me interesaba hacer sangre con esto. A lo que iba es a comparar las sectas nazis con la gente que ha salido de estas organizaciones, que ha vivido una relación manipuladora a diferentes escalas.
P.- No es su novela más documentada pero usted piensa que es la mejor de cuantas ha escrito.
R.- Así lo creo, pero la he creado yo, luego cada cual... las novelas apelan a alguien por algo personal. Hay fans de Beatriz y los cuerpos celestes y de Amor curiosidad, prozak y dudas y los hay de De todo lo visible y lo invisible. Esos son de mis libros los que más seguidores tienen. Sin embargo, a mí Cosmofobia me gusta muchísimo y fue una novela que a nadie le llamó la atención. Una vez la acabas, lo que despierta en los demás no es cosa tuya. Es como la crítica: a mí en España me ponen a parir y en Francia al contrario. ¿Por qué? Podría hacer un análisis sociológico de horas, pero el caso es que sucede así. Esto no hace que la novela sea mejor o peor, simplemente hay formas de mirarla.
P.- Ya se había acercado al género negro, muy de moda, por cierto, pero ahora lo hace de lleno.
R.- Sí, pero porque el guión del que surgió era un thriller. Hay misterio, pista, desvío, pista... pero al ampliar la novela puedes buscar motivaciones más profundas. Intencionadamente metí una historia de amor porque quería que hubiera una redención, no quería para nada que el mensaje fuera pesimista. Todos los protagonistas se acaban salvando de alguna manera. Para mí es una novela a lo Highsmith. Me gustan mucho Mankell, Donna Leon, Hammett, también leo a los suecos... pero tiraba más a Highsmith, a las historias en las que la que la resolución del misterio no es lo importante. Es más como una indagación en la partes más oscuras, me interesa saber por qué esa gente hace lo que hace más que conocer si al final los pillan o no.
P.- La novela funciona a veces por omisión, por elipsis. ¿Se esfuerza o desea ser contenida escribiendo?
R.- No, ya lo era en las anteriores, pero se me sigue asociando a lo primero que hice. Tengo 45 años, no puedo seguir escribiendo de jóvenes y alcohol. He adquirido un bagaje que me ha permitido escribir una historia que de joven no habría logrado, aunque se nutre de todo lo que he hecho antes. Hubo primeros intentos de novela negra en el pasado, pero no funcionaron porque no tenía ni la experiencia de vida ni la seguridad en mis propias armas narrativas, en mi propia técnica. Me encanta que me manden cartas hablándome de Beatriz... y a lo de Amor, curiosidad... lo llamo el sueldo Nestcafé, pero he evolucionado estos años.
P.- Así que se ha lanzado al género y a historias menos cercanas solo cuando se ha sentido preparada.
R.- No es tan cerebral como sentarse y decir: "Ahora voy a hacer..." Yo sé cuáles son las razones que me enganchan a un tema así, son personales, es haberme visto en una situación así alguna vez, aunque no sea en una secta, son mis propias crisis religiosas... El tema apela a algo profundo de ti. Eso es lo que consigue que durante dos años puedas dedicarte al trabajo inmenso que representa esto, porque el otro día calculé y cobro menos por horas que mi asistenta, ¿sabes? Tienes que estar muy motivada para meterte en algo así.