La semana pasada dejé escrito que la siguiente columna de aire (ésta) la dedicaría a uno de los productores históricos del rock and roll: Tony Visconti. Lo prometido es una deuda y un placer. Visconti es uno de mis productores favoritos. Como él mismo explicó al principio de la larga y fascinante charla que diera en la Academia Red Bull de Madrid el pasado 23 de noviembre, su labor debe encajarse dentro de los productores clásicos del pop. Los antecedentes de tal artesanía la encontramos en los años 50 cuando algunos bichos raros como Les Paul y su mujer Mary Ford empezaron a experimentar la superposición de pistas grabadas con rechiflantes (y polémicos en su época) resultados.







Pero podría decirse que la producción musical comenzó su desarrollo en los 60 con el estudio como gran taller de trabajo concienzudo con el sonido donde se va elaborando la canción a medida que se van grabando sus diferentes componentes. Como por arte de nigromante, los ingredientes van dando lugar a una poción, una suma musical y un ambiente capaces de transportar al oyente a un mundo distinto del de la mera actuación en directo o su registro. Brujería que se alimentaba de la ficción sonora de la radio a la vez que tenía muy en cuenta la emisión por ese mismo canal radiofónico. Tal clase de productor iba un montón de pasos más lejos de donde llegaban los llamados "directores musicales" hasta entonces, meros cuidadores de que el producto final se pareciera a lo ensayado.



Dicho esto habría que colocar a Visconti dentro de una "sección colaboradora" que se distinguiría (por talante que no por talento) de esa otra que integrarían los "posesivos" o egocéntricos, con Phil Spector como cabeza visible. La rama de Visconti es la que componen aquellos que no tratan de convertirse en los máximos artífices de una grabación, ni mucho menos en estrellas, sino que trabajan a la sombra para que otros compositores, cantantes y músicos lleven lo más lejos posible sus intenciones. Es la casta de seguidores de ese gran mago blanco que es Sir George Martin. Figuras que representaban el saber musical, que eran capaces de ayudar con arreglos y orquestación, tocando ellos mismos si era preciso. Músicos que además sabían de las posibilidades técnicas del estudio y la grabación, que la llevaban más allá el embrujo de la radio, que estaban a la última en cacharros y procedimientos y, si hacía falta, los inventaban. Productores que organizaban las sesiones, los calendarios de los diferentes músicos, imaginaban sonidos y arreglos y hacían las mezclas para que las canciones y el espíritu de otros brillara. Psicólogos, técnicos y arreglistas. Genios de la lámpara pero muy prácticos genios.







Martin hizo de la música de The Beatles el monstruo que conocemos. Y Visconti es uno de sus principales discípulos. Neoyorquino nacido en Brooklin (1944) emigró a Gran Bretaña por una especie de carambola siguiendo la estela del auténtico quinto Beatle y descubrió a Tyrannosaurus Rex cuando eran un dúo de folk marciano y, después de cuatro discos en ese plan, guió a Bolan y compañía en su conversión al nuevo rock hasta gestar a ese majestuoso macarra que es el glam. De la misma forma, ayudó a David Bowie en sus primeros pasos fuera de la ortodoxia, firmando dos obras de arte de la producción (y de todo) como son Space Oddity y The Man Who Sold The World para luego convertirse en su brazo derecho, firmando la producción de la gran mayoría de sus discos (aunque haya que reconocer a Ken Scott la producción de dos de los mejores, Ziggy Stardust y Hunky Dory). Visconti es el Martin de Bolan y de Bowie pero es la carrera de este último y los poco más de diez años que van de 1969 (Space Oddity) hasta 1980 (Scary Monsters) la que permite ver la mayor y mejor amplitud de sus registros.



Desde el folk alucinado y barroco al proto-heavy del glam y demás rockerías, hasta cierto funky blanco robótico y marciano, pasando por esa escuela de frío experimental de la mal denominada trilogía berlinesa (fue esencial el concurso de Brian Eno pero la produjo nuestro protagonista), lo que ha caracterizado el sonido Visconti por encima de todo es la búsqueda de un registro realista al tiempo que especial, brillante pero duro, compuesto de planos separados y facetados en una atmósfera fractal. Y en medio de todo ello, una interpretación vocal para cada ocasión extraída del cantante como si fuera una piedra preciosa de una mina. Visconti, Major Tom, y su sonido de diamante lunar.