Creador tan plural como imaginativo, no existe un solo Cunqueiro, cada lector tiene el suyo. A continuación, seis escritores gallegos ofrecen una mirada personal sobre su obra. Son Luisa Castro, Víctor F. Freixanes, Xosé Luis Méndez Ferrín, Claudio Rodríguez Fer, Lola Beccaria y Marta Rivera de la Cruz.
El gastrónomo
Lola Beccaria
Cunqueiro es uno de esos personajes con el suficiente encanto y lado oscuro, contradictorio y excéntrico, como para hacerme babear. Entre otras cosas porque me parece que se trata de un espíritu único para quien la vida era un manjar. Y quizá por eso, el Cunqueiro que más me gusta es el Cunqueiro gastrónomo. No solo cuando escribía, sino también cuando hablaba, hacía de cualquier cuestión, por modesta que fuera -y hasta de la más excelsa-, una degustación sensorial, preciosamente lujuriosa. Decía Jung que el hombre dedica la primera mitad de su vida a la naturaleza, y la segunda mitad, a la cultura. Yo creo que Cunqueiro supo hacer una fusión culinaria de ambos aspectos, y concebía la cultura como un proceso físico del individuo, de modo que desde los labios, pasando por la boca, por la lengua, entre carnal y goloso, era capaz de conectar el tacto, la nariz, el paladar y la conciencia, y hacer cocina con el arte, dorar el verso, flambear la prosa y trufar hasta las etimologías, todo ello en singular maridaje con los productos del mar y de la tierra, y ligado con el nutritivo caldo de la imaginación. Siendo la ofrenda resultante el más precioso y necesario alimento del ser humano. Y también me gusta el Cunqueiro que cuenta la historia de un caballo que hablaba en gallego, que además era un coqueto y le pidió a su amo que le cambiara de nombre y le pusiera Cheval (encantador comienzo del libro de relatos Os outros feirantes).
El maestro
Luisa Castro
En 1980, meses antes de la muerte de Cunqueiro,Galaxia publicó un volumen que reunía su obra poética completa y su teatro. Es un libro que tengo en mis manos, y que conservo con los subrayados de entonces. Yo tenía 14 años y no sabía que arrastraba una larga enfermedad que poco después le llevaría a la muerte, pero empezaba a leerle. Despertaba a la poesía con un autor que era celebrado por su prosa. Mar ao Norde, publicado en 1932, era el primero de aquellos cinco libros y en su primer poema encuentro el primer rastro de su influencia. Un subrayado, dos versos: sin afáns de presencia / sin afáns de fuxida. Diez años después, yo escribiría algo muy similar: su turbia postración / su fuga turbia. La misma música y una imagen opuesta, dos fuerzas que se contrarrestan, una centrípeta y otra centrífuga, como un problema de física. Podría hacer una tesis sobre este mínimo subrayado en el que veo reflejada la influencia del pensamiento poético de Cunqueiro sobre mi quehacer. Pero baste el detalle para comprobar hasta donde su poesía me orientó: poesía del movimiento y poesía del reposo. Contemplación y contradicción.
El vanguardista gallego
Xosé Luis Méndez Ferrín
Cunqueiro es uno de los escritores más importantes en lengua gallega de todos los tiempos, comparable a Alfonso X el Sabio, a Rosalía de Castro y a Valle-Inclán porque supo marcar indeleblemente la literatura en gallego del siglo XX de tres maneras. En primer lugar, suscitó imitadores, siempre condenados al fracaso porque su escritura tiene tal magia y originalidad que es irrepetible. Por otra parte, suscitó rechazos porque, según el momento, se le tachó de ser demasiado vanguardista o demasiado amable o demasiado rompedor. Y en tercer lugar, su poesía suscitó una admiración amplia y marcó caminos nuevos. Cunqueiro fue y es un faro de la literatura gallega, uno de esos autores que remueven los cimientos de nuestras certezas. Sin él, nuestra literatura sería mucho más pobre, aunque hoy su huella parezca difícil de percibir. De hecho, ni siquiera debería existir tal rastro, porque si existe un autor único es él. Por eso resulta tan llamativa la atención que ha suscitado su teatro, quizá lo menos conocido de su obra, que hoy resulta de una extraordinaria y admirable posmodernidad.
El realista mágico
Marta Rivera de la Cruz
Yo conocí a Cunqueiro mucho antes de leerlo: mi abuelo era redactor de El Progreso, donde colaboraba don Álvaro, así que su nombre estaba presente en las conversaciones de los almuerzos del sábado, como lo estaban Ánxel Fole, Trapero Pardo o Luis Pimentel. Oí hablar de Cunqueiro años antes de acercarme a él como lectora, y creo que el primer escrito suyo que cayó en mis manos fue una recopilación de sus historias gallegas. Yo crecí escuchando cuentos de aparecidos, de ciudades sumergidas y de pozos que ocultaban tesoros, así que la tradición oral me había puesto a salvo de las sorpresas de la literatura. Ya estaba en el instituto cuando leí por primera vez Merlín e familia, y así llegó el deslumbramiento cunqueiriano: acababa de descubrir la naturalidad en la narración de lo extraordinario gracias al protagonista de la saga artúrica que pasaba su jubilación en un pazo gallego. Esa es la base de lo real maravilloso: no lo que se cuenta, sino la forma de contar. No que haya muertos que se levanten de sus tumbas, sino que se relacionen sin dramatismos con los vivos. Todo eso me lo enseñó Cunqueiro, de quien mi abuelo decía que tenía el genio revuelto y el sentido del humor a flor de piel. Gracias a don Álvaro, cuando empecé a leer a los popes del realismo mágico ya estaba curada de espantos: como alguien dijo una vez, no solo García Márquez tenía abuelita.
El mundo de color azul
Víctor F. Freixanes
Felipe de Amancia cuenta la historia de su amo, el señor Merlín, instalado al final de sus días en la sierra de Meira, tierra de Miranda, diócesis de Mondoñedo. El viejo druida de Camelot, acompañado de la reina Ginebra (de la que en el fondo uno sospecha que está secretamente enamorado), atiende a los viajeros que acuden de las más apartadas geografías a solicitar remedio para sus calamidades: la princesa encantada que, transformada en cervatillo, vive en el interior de una jaula; el ejército que perdió el camino en medio del desierto y viene a que el señor Merlín se lo arregle (el camino), el enano de Belvís que corre por las noches con su linterna entre las almenas del viejo castillo...
Este es mi libro favorito de Álvaro Cunqueiro: Merlín y familia, publicado por primera vez en lengua gallega en 1954. Felipe de Amancia hace memoria de su primera mocedad junto a su amo y el lector queda atrapado por la música de las palabras, ese aroma especial que flota en el aire, los personajes, los tipos humanos, la imaginación culta y desbordante que anuda en un único lazo el universo de los grandes mitos y las distancias cortas de lo local, la nación de los gallegos, que se universaliza. "¿De qué color quieres esta mañana el mundo?", le pregunta el señor Merlín al muchacho, mostrando una jofaina con agua maravillosa. "Azul", le responde el chaval. Y con unas gotas salpicando el aire, los valles, los caminos, los árboles, las nubes, los pájaros aparecen de pronto teñido de fantasía.
El poeta
Claudio Rodríguez Fer
Aunque ahora sea más conocido como prosista, Cunqueiro inició su ininterrumpida andadura poética en la vanguardia gallega, publicando libros tan audaces y encantadores como Mar ao norde o Poemas do sí e non durante los años 30. En esta misma época deslumbró además con el brillante y medievalizante neotrovadorismo de Cantiga nova que se chama riveira, cancionero de difícil traducción rítmica a otras lenguas, pero al que cualquiera puede aproximarse entregándose simplemente a la sutil e inconsútil interpretación que de él hizo Amancio Prada a través del universal lenguaje de la música que ya le era propio.
Después de la guerra civil y al margen de numerosos poemas dispersos, Cunqueiro publicó un libro en castellano, Elegías y Canciones, y volvió al gallego con obras de madurez tan acrisolada como Dona do corpo delgado y la póstuma Herba de aquí e acolá, especie ésta de ecuménico legado borgeano en el que entremezcló todos sus estilos y todas sus temáticas con referencias a todas las culturas: la bíblica y la árabe, la celta y la sajona, la griega clásica y la europea contemporánea...
La poesía es a la obra completa de Cunqueiro lo que el Cantar de los Cantares es a la Biblia: el diamante cuya fulgurante pureza no pueden algunos resistir sin revestirlo de un carácter alegórico. Mientras, ya lírica, ya épica, la poesía de Cunqueiro parece esperar el Retorno de Ulises en sus iniciales e iniciáticas palabras intraducibles a palabras: "Pende en que pende Penélope pensativa / perde novelo nove novamente canto".