Rosa Díaz en La casa del abuelo
El año que se va ha sido extraordinario para esta mujer, que cumple 30 sobre las tablas. Su compañía, La Rous, ganó el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia. Estos días presenta El refugio y La casa del abuelo.
Y añade que sus obras no tratan ese tipo de temas, sino asuntos que no suelen explicarse a los niños. "La casa del abuelo está dedicada a mi padre, pues comencé a pergeñarlo tras su muerte. Surgió a raíz de las preguntas de mi hija sobre su abuelo. No me convencía decirle que estaba en el cielo, sino que quería explicarle el sentido de la muerte".
Creación de objetos.
En él invirtió dos años, uno de ellos dedicada exclusivamente a la investigación y creación de objetos y a cómo manipularlos. "Fue muy duro, pero tuve la ayuda de María José Frías, de Títeres María Parrato, que es una gran experta". Porque Rosa Díaz ha tejido a su alrededor una red de amigos y colaboradores dedicados al teatro de objetos, al teatro de calle y al circo, tres géneros que parecen maridarse de forma natural. Son artistas que se apoyan e intercambian información sobre un teatro que, sobre todo, exige mucha investigación.
Los orígenes de Díaz arrancan hace treinta años en la Escuela Municipal de Teatro de Albacete, donde funda con el entonces director Julián Herrero su primera compañía, Teatro Fénix. Ha colaborado con muchas otras troupes (La Tartana, Cambaleo, Comediants) hasta que en 1992 recaló en Granada y fundó Laví e Bel, dedicada al teatro de niños y adultos, y más tarde La Sal. En 2008 nació La Rous, su primera formación en solitario. Autora y actriz, es requerida por otras formaciones para dirigir espectáculos como el que acaba de estrenar en Albacete, Do Not Disturb.
-¿Qué salud tiene el teatro para niños y, en especial, el teatro de objetos?
-Hemos avanzado mucho. Hay compañías que trabajan con mucho rigor, diría que con una calidad difícil de igualar.
-¿Y a qué se debe?
-Para mí es fundamental el trabajo que han desempeñado las editoriales de libros para niños, como Kalandraka, Kókinos, Bárbara Fiore y otras. Se han implicado mucho, dando a conocer a ilustradores y a autores. Yo me nutro muchísimo de las buenas historias que publican, tengo una biblioteca impresionante. Y luego, han trascendido la idea tradicional del ilustrador. Las escenografías de mis obras rescatan muchas referencias de estos libros, muchos de los cuales son desplegables, con pop-up. Ahora, por ejemplo, le doy vueltas a mi próximo espectáculo, Una niña, que se inspira en una obra de Grassa Toro ilustrada por Isidro Ferrer. Por otro lado, pienso que hemos recibido, al menos en mi caso, buenas influencias de maestros de fuera.
-La casa del abuelo es un espectáculo íntimo, de teatro de objetos. No así El refugio.
-El refugio es un trabajo de actriz. Es muy sentimental, que transmite mucho dolor. Presenta a una niña en un refugio de una ciudad en guerra. Desde 1979, he ido guardando infinidad de recortes de periódico. Los descubrí y me di cuenta de que muchas de las fotos eran de niños en zonas de conflicto. Quise organizar una exposición sobre el tema que fuera por los colegios, para que los niños acomodados de Europa fueran conscientes de lo que ocurre en países alejados. Pero acabé haciendo un espectáculo.
-¿Piensa en los niños cuando imagina una obra o en un público adulto?
-Siempre en los niños. De otra manera mis obras serían más crueles. Yo corto y censuro mucho mis trabajos, elimino escenas de violencia. Hay menos sangre de la que me gustaría. El niño quiere que le hables como a una persona y yo le cuento asuntos duros pero de manera dulce. Creo que en mis obras los niños se ríen y los adultos se enfadan.