Escribir sobre Nina Simone. Tanto y tan poco que decir. Tanto que expresar hacia la obra a que dio lugar y forma. Tan poco que indicar con objetividad, tan poco con lo que dar una explicación al fenómeno. Charlatanería de admiración y algo de descripción alucinada de la magia. Poesía, acaso. Eso es lo que cabe esperar.



Nina Simone vuelve a estar en el aire gracias a que la editorial Global Rhythm acaba de publicar La vida a muerte de Nina Simone de David Brun-Lambert (escritor, periodista musical, creador de radio y televisión que urde artefactos como éste). Al parecer la suya es la más extensa biografía de las editadas (se cuentan al menos otras dos) sobre la mujer que se esconde detrás del misterio. Una de esas exhaustivas investigaciones detectivescas para aclarar el porqué del carácter, de la intensiva y extensiva trayectoria musical, del nacimiento y apagamiento de uno de los astros de la música del siglo XX.



No puedo hablarles del libro porque no lo he leído, así que si les interesa esa persona que vivió tras Nina Simone y necesitan un resumen o un comentario, escriban en su buscador de Internet preferido su título: casi todos los diarios y muchas otras webs dan oportuna noticia de su publicación. O cómprenlo. Por lo que he leído por ahí, seguro que satisface su curiosidad. Por mi parte no sé si me interesa hacerlo. Aunque no pongo en duda la importancia de la obra de Brun-Lambert, hace algún tiempo que rebuscar en la basura de los mitos musicales ha dejado de interesarme en gran medida. No así los análisis sobre música o las autobiografías y memorias, los libros de entrevistas y, en general, los textos propios de los músicos. Esas son cosas diferentes. También hay algunas biografías que consiguen plasmar el ambiente, la época, la sociedad, lo cual tiene su provecho. Son raras.



Pero esa clase de semblanza o crónica que trata de ser una especie de ciencia social aplicada a la vida particular, todas esas hipótesis de explicación de una complejidad que se esconde tras la fachada de la obra de un músico, creo que a menudo acaban desvirtuando al ídolo. Nina Simone es uno de mis ídolos. Y por eso no me interesa la vida de Eunice Kathleen Waymon, sexta hija de ocho hermanos, nacida en 1933 en Tryon, un lugar en tierra de nadie en Carolina del Norte, en el seno de una religiosa familia trabajadora empobrecida por la Gran Depresión, niña prodigio del piano que iba para primera concertista negra de Estados Unidos hasta que, aparentemente, el racismo le cerró las puertas de los altos estudios de música a los diecisiete, mujer dolida (parte del aguijón se quedó clavado) desde entonces que forjará su carrera en el ámbito al que su sociedad la impulsa (los sitios de negros) y dinamitará sus límites, que se involucrará en el movimiento de los derechos civiles como si de una cuestión personal se tratara, logrará fama y respeto merced a una extenuante infinidad de conciertos firmados por su (¿segundo?) marido y representante, que en varias épocas de su vida beberá en exceso y peleará con unos y otros, capaz de gigantescas mareas y oscilaciones de carácter que han quedado consignadas en los anales, que vivirá en varios países de varios continentes tras negarse a pagar impuestos que financiaran Vietnam y, tras ser olvidada, será recuperada en los años 80 gracias a un anuncio de perfume caro y acabará sola y enferma del cuerpo y de la mente, en el sur de Francia, peleada con un mundo que no la adoraba tanto como ella quería.







Si sufría un trastorno bipolar o tuvo amores en secreto son cosas que no me interesan demasiado. Lo que hay fuera del sonido único de su voz y su piano, de sus soliloquios e improvisaciones en los conciertos (el hábitat donde vivió y reprodujo su verdadero genio y acaso también su verdadero yo) cabe en una página de Wikipedia, en un resumen como éste. Escuchándola y, ahora gracias a la red, viéndola en vídeo, asistimos a la aparición de una estrella en el firmamento.



Nina Simone fue una pionera. Una mujer negra emergida del mundo de los negros y agraciada con un don que, desde el conocimiento de la música clásica de los blancos, la hará comprender el valor de su cultura y sensibilidad. Es el crisol de crisoles de la música negra. La que, por encima de todas, logra fundir lo rural con lo urbano, lo delicado y lo feroz y espinoso, lo ordenado y lo enmarañado, lo religioso con lo mundano y lo culto con lo popular.



¿Qué puede importar qué hay tras el brillo cósmico de una intérprete que llegó a iluminar un mundo? Su imperio se tejió mediante una personalidad rica y fascinante a la que asistimos a cada segundo de su música. "Máxima sacerdotisa del Soul" era llamada contra su voluntad. Pero acaso fue el Soul lo que inventó: esa mezcla de tantos estilos negros con una nueva energía y ritmo; esa expresión condensada en la década de los 60 de la música hecha y producida por los negros.







Su aparición en el firmamento supuso un fenómeno único en la creación de la música negra. Tanto si tomaba un standard de jazz, una canción tradicional gospel o blues o reinterpretaba canciones de otros, sus versiones siempre acababan convirtiéndose en nuevos clásicos de la música negra y acababan siendo atraídas por su gravedad de estrella, orbitando como asteroides o pequeños planetas bajo sus dedos y su voz.



Simone cantó incluso temas de autores que imprimen tal huella a sus creaciones que la interpretación de la mayoría queda marcada para siempre. Cantar a Dylan en los 60 era osado. A Brel, temerario. Nina Simone sacaba a flote una canción de alguna forma nueva, con esa capacidad como intérprete de piano (entre la iglesia, el club nocturno y el concierto de cámara) y voz (extraordinaria en matices y fluctuación) tan poderosa como posiblemente no ha habido otra.











Simone es la soledad. Simone es el abandono. Simone es la derrota. Simone es la locura. Simone es la resistencia. Simeone es la rabia. Simone es la desesperación. Simone es la entrega. Simone es un astro que sabemos que existe pero no podemos alcanzar hasta que choque con el nuestro. Un astro azabache flotando en los infinitos del amor y la música.







Y sin embargo hay tan poco que decir. Hay tantas suposiciones hechas, tantas pulsaciones en el teclado y notas acumuladas para desentrañar un misterio que es comprendido al sonar cada una de las canciones...