Manuel Vilas. Foto: El Mundo
Presenta hoy su libro Los inmortales (Alfaguara), acompañado de Rafael Reig, en la librería Tipos infames de Madrid
Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) vuelve a desplegar su desbocada inventiva y su visión cervantina de las cosas para construir unos personajes delirantes e hilarantes, en su mayoría desfiguradas encarnaciones de celebridades históricas, ahora inmortales. Entre ellos, un Cervantes eufórico al que le encanta Joy Division y que viaja por las islas Canarias con su biógrafo; un Stalin que se aparece a un esquizofrénico y le encomienda bizarras misiones; un Juan Pablo II que peregrina por los centros comerciales probando todos los electrodomésticos; Neruda y Dante filosofando mientras beben una Guinness tras otra en Dublín... Incluso el propio Vilas aparece en el libro, como uno de los mejores poetas de la Tierra que viaja a la Luna junto a otros colegas en un viaje turístico-literario.
Pregunta.- ¿Por qué ha elegido como tema la inmortalidad para esta novela?
Respuesta.- El libro arranca en el año 22011, en una época en la que la inmortalidad es un bien común. Se ha erradicado la mortalidad como en el siglo XX erradicamos el analfabetismo o el hambre. Quería ser una metáfora de la evolución del ser humano, para reflejar los límites que tenemos en nuestro presente. Mirando a este futuro podemos adivinar cómo es el siglo en que vivimos.
P.- Aristo Willas, el inmortal de la Galaxia Shakespeare, dice que en la novela se pinta la inmortalidad como "digna de parodia e incluso indeseable". ¿Es así como la ve usted?
R.- Yo lo que hago es enfrentar una concepción shakespeariana de la inmortalidad con otra cervantina. La primera es noble, trágica; la segunda, a la que pertenecen los inmortales que yo pinto, es cómica y divertida.
P.- ¿Con la inmortalidad la humanidad sería perfecta, como los habitantes de la Galaxia Shakespeare?
R.- La inmortalidad acabaría con la Historia y la política, que son hermanas. Desaparecerían, dando paso a la libertad absoluta, aunque no soy politólogo ni sociólogo ni filósofo. Yo lo veo como ficciones posibles, es una exploración de posibilidades que tiene que ver con la ciencia ficción.
P.- ¿Tratar la realidad desde el humor y el absurdo es una medida higiénica?
R.- No creo tocar lo absurdo, mis ficciones están en el límite de la razón pero no me interesa lo irracional. Extremo las ficciones con ánimo expresivo para poner de relieve nuestro mundo, creo personajes dislocados pero tratando de plantear cosas reales. El protagonista de mi novela, Saavedra (o SA), acumula saberes y vidas como el personaje de Christopher Lambert en la película Los inmortales. Me interesa por ser un testigo directo de la Historia. Estuvo con Robespierre, Kafka, cuando muere Felipe II, en la Alemania nazi...
P.- Sus personajes van de dos en dos, a la manera de Don Quijote y Sancho: uno está loco y hace de maestro, y el otro, más juicioso, actúa como un discípulo atento.
R.- Sí, hay en ello un homenaje intencionado a Cervantes, que es un escritor posmoderno. Con él me basta, no necesito más. La dualidad cervantina tiene que ver con la pesadez de un personaje solo, de la identidad solitaria. Es mejor una conversación entre dos, es vencer la soledad. Elijo a personajes de la historia cultural del siglo XX para explorar con ellos diferentes posibilidades históricas desde el ámbito de la cultura o la política.
P.- ¿Qué hay detrás de los encargos bizarros que reciben los personajes, como Corman Martínez, a quien Stalin encomienda recorrer los 30.000 McDonald's que hay en el mundo?
R.- Son alegorías, una parodia de las misiones de las novelas de caballerías. Corman Martínez es un caballero andante -otro homenaje a quijote-, y Stalin le encarga esa misión para comprobar la victoria sobre el hambre. Que McDonald's simbolice el fin del hambre puede ser discutible, pero como imagen sirve. Es todo muy líquido y posmoderno. El marxismo como teoría política ha terminado pero como teoría filosófica sigue vigente. No se ha elaborado una teoría contra el capitalismo más honda y clara que el marxismo.
P.- En la crítica de Los inmortales en El Cultural, Santos Sanz Villanueva le alaba "el alejamiento de impostados cosmopolitismos y su enraizamiento español sin complejos". ¿Qué opina de eso?
R.- La cultura española es mi mayor punto de referencia. Con la República surge una manera de pensar España desde el liberalismo progresista: Hernández, Cernuda, Machado, Lorca... Ése es un patrimonio cultural al que no pienso renunciar. Además, si en la tradición española está el mayor novelista de todos los tiempos, sería el colmo del papanatismo huir de esa influencia. Es curioso, por ejemplo, que en España haya seguidores de Nabokov que obvian a Cervantes, cuando Nabokov era un cervantino acérrimo. ¿Cómo se explica eso?
P.- En Los inmortales vuelve a hacer uso de su capacidad para fundir la alta cultura con la popular y hay constantes alusiones a objetos y marcas de la realidad más inmediata.
R.- Puedo hablar de Joy Division, Media Markt o McDonald's porque pertenezco al siglo XX. Soy mestizo, me he formado sentimentalmente en la cultura popular, y la integro con la alta cultura porque son perfectamente integrables, no voy a renunciar a nada que me enriquezca.
P.- ¿Esa inventiva desbocada para crear situaciones y diálogos delirantes es algo espontáneo o minuciosamente trabajado?
R.- Minuciosamente trabajado, pero también es algo que está en el ambiente. Lo vemos en Tarantino y en la realidad, oigo constantemente diálogos desbaratados, alocados, llenos de pasión. Vivimos en un mundo dislocado. Los escritores de ficción indagamos en el presente y vislumbramos posibilidades que muchas veces se cumplen, e incluso nos quedamos cortos. Por ejemplo, pinto a Hugo Chávez convertido al Islam y resulta que el presidente de Irán visita Venezuela y se tratan como hermanos.