La serie Iluminada (Enlightened, HBO, de emisión en Canal +) padece de trastorno bipolar. Es probablemente la serie más contradictoria y ambivalente que haya visto. Su bipolaridad, sin embargo, no hay que tomarla como un defecto, sino como una necesaria virtud, toda vez que responde con exactitud a la psique de su protagonista, la irritante y encantadora Ammy Jellicoe, interpretada por Laura Dern, actriz a quien siempre he admirado por su valentía y extraña belleza. (Impagable su intepretación en Citizen Ruth, de Alexander Payne). No es solo que protagonice la serie, es que Laura Dern es su artífice, su demiurga, probablemente su perfecto alter-ego.
En connivencia con Mike White (que también intepreta un papel en la serie, el entrañable Tyler), Laura Dern ha encontrado su lugar en la pantalla, en esa difícil edad -los cuarenta- en que las actrices de Hollywood suelen tener dos opciones: esperar en vano un gran papel (en su caso esperar a que David Lynch vuelva a contar con ella) o poner en marcha un proyecto personal. Iluminada es ese proyecto, para el que también ha contado con la participación de su madre, Diane Ladd (que da vida a su madre en la ficción), y de Luke Wilson, en el papel de su exmarido, adicto a la cocaína. Desde su debut con la mágica, semi-olvidada Bottle Rocket, de Wes Anderson, siempre me pregunto por qué las apariciones del hermano pequeño de los Wilson son tan intermitentes y esporádicas.
El tono de Iluminada está hecho para paladares exquisitos, telespectadores pacientes y amantes de la extrañeza. Incluso de la complejidad. Su primera temporada (diez capítulos que suman cinco horas) practica un juego peligroso, pues al contrario que la mayoría de las teleficciones -que ya en su piloto revelan sus cartas más valiosas y establecen con claridad sus propósitos-, deja al espectador indefenso, enfrentado a un personaje que nos saca de quicio, a unas situaciones que no sabemos si tomar en serio o no, a ciertas momentos que apelan a la vergüenza y el ridículo ajenos no en la forma en que lo haría Ricky Gervais (dejando claro que estamos viendo una sátira destructiva), sino provocando sensaciones que caminan en múltiples direcciones y en sentidos opuestos. Hasta el quinto o sexto capítulo, incluso hasta el último de la temporada (excelente), no sabremos muy bien si debemos simpatizar con Amy (y no lo pone muy fácil) o reírnos de su dolor, de su miseria, de su aparente ingenuidad o directamente de su estupidez. Pero vayamos por partes.
[Aquí empiezan los "spoilers"]
Los primeros minutos nos muestran a la protagonista en probablemente el momento más vergonzoso de su vida. Sentada en un retrete, su rostro es la máscara de la desesperación, cubierta de lágrimas, iracunda, al borde del ataque de nervios que se produce a continuación. Amy ha sido humillada por un compañero de trabajo casado con el que mantenía una relación. Monta en cólera, da un espectáculo de histeria en las oficinas y abandona la empresa mientras clama venganza. Humillante. Este prólogo, como el resto de la serie, oscila entre el drama y la comedia, entra la parodia y el humanismo, entre el sosiego y la violencia. Nos sume en el desconcierto. Máxime cuando al poco nos enteramos de que Amy se ha tomado un descanso de varios meses -una excedencia voluntaria- para renovar su espíritu en una comunidad de envangelización 'new age', una experiencia transformadora basada en la meditación y la limpieza de espíritu. Con las pilas renovadas, la nueva Amy -todo sonrisas, sosiego, motivación y amabilidad- regresa al trabajo convertida en otra persona.
Habitando su nuevo ego, por el que es difícil sentir algo más que compasión, Amy se ve obligada por razones económicas a vivir con su madre, mientras que en la empresa -una gran corporación llamada Abaddon Industries- es degradada a trabajar en los sótanos, en compañía de todos aquellos empleados que, por distintas circunstancias, han sido también degradados. Son las galeras de Abaddon, un calabozo corporativo, una auténtica jaula de freaks y nerds, empezando por su jefe Dougle (un hilarante Timm Sharp), un genio de la informática que dirige con orgullo y algo de guasa lo que el denomina "el corazón de la empresa", y continuando con su tímido compañero de mesa, Tyler, que queda deslumbrado por la indómita personalidad y la rubia melena de Amy. Aparte de lidiar con el desprecio, la burla y la humillación a la que le someten sus antiguos compañeros / amigas de trabajo (aunque la mayor parte de las veces la propia Amy se gana a pulso sus dosis de humillación pública... y es que nunca sabe cuándo es mejor callar que hablar), Amy también mantendrá a lo largo de la serie una tirante relación con las dos personas más cercanas a ella: su indolente madre y su desmotivado exmarido, a quien trata de convencerle de que, como ella, debe dar un vuelco de 180 grados a su vida.
Iluminada es de ese tipo de series que ganan los combates (episodios) por puntos, que conquistan la mente y el corazón del espectador con detalles aparentemente intrascendentes, con ciertos golpes de guión que rozan la genialidad, capaces de borrar de un plumazo todas las irregularidades precedentes. Es realmente impagable la composición de Laura Dern, el modo en que, sin ningún tipo de complejos, se apropia de Amy con crueldad y comprensión al mismo tiempo, esbozando un retrato muy agudo de la mujer moderna, encapsulando en su rostro la frustración, la tristeza, la belleza y la astracanada. Su personalidad quijotesca toma el mando de la serie, cuyo leit-motif no es otro que tratar de integrar una vida espiritual "iluminada" en un mundo materialista, condenado, frío y perverso. Cada capítulo se construye sobre la idea de alternar comedia y drama a partir de las estresantes situaciones a las que se enfrenta Amy. Una serie de encantadores fragmentos en los que la dulce voice-over de Amy filosofa sobre imágenes que persiguen "la belleza del mundo", y que oscilan entre el lirismo y la candidez 'new-age', Amy confronta su pasado, explica las razones de su espíritu, indica un camino de redención hacia la utopía (im)posible.
[Aquí terminan los "spoilers"]
Esta serie nace con la determinación de no pasar desapercibida. Sea por el camino de la angustia, la incomodidad o la seducción, cada capítulo de Iluminada provoca siempre algo en el espectador, anida un momento de tal ambivalencia que en determinado momento uno se pregunta qué está viendo y a dónde quieren llevarle Dern y White. Te preguntas incluso por el modo en que supuestamente debes reaccionar. La inteligencia de la serie también pasa por abordar cuestiones de indiscutible actualidad pero sin imponerlas, dejando que crezcan desde el interior de las imágenes, en definitiva, convenciéndonos de modo natural. ¿Qué cuestiones son éstas? Pues aquellas que establecen la temperatura anímica del desencantado mundo occidental: la necesidad a la que se enfrenta la sociedad contemporánea de encontrar nuevos marcos de convivencia, nuevos hábitos y estilos de vida; el creciente escepticismo (o indignación) frente a los modelos de productividad de las grandes empresas (Abadon, en griego, significa "destrucción", "perdición"); las reacciones a contraola de la depredación laboral y afectiva que nos consume; las señales de alerta y las voces de reacción para salvarnos del anunciado Apocalipsis medioambiental. Un perfecto estado de bipolaridad transitiva. Tiempos encaramados al grito de sálvese quien pueda en los que solo imaginamos escenarios de desaparición o de salvación.
Laura Dern en la piel de Amy es una persona que, como la serie, esconde su cabreo generalizado bajo una apacible y falsa sonrisa. Su 'via crucis' merece un hueco en el martirologio de los indignados. La evangelización 'new age' sobre las que ocasionalmente la serie nos invita a burlarnos acaba generando el efecto inverso. Inocula esperanza, un esbozo de utopía. Sin apenas darnos cuenta, al final de la temporada nos hemos convertido a la causa, nos hemos iluminado.