Juan Mayorga

Se estrena como director hoy en el Centro Cultural los Canapés y lo hace con su última obra, 'La lengua en pedazos'

Juan Mayorga (Madrid, 1965), aparte de autor teatral, es matemático y filósofo. Es un hombre que ensalza la razón como motor de conocimiento de la realidad. Pero no es hermético al encanto del misticismo. Cuando empezó a leer la obra de Santa Teresa de Jesús ("hace unos pocos años") quedó fascinado. Sobre todo El libro de la vida le hizo preguntarse si su palabra, "tan evocadora y poética", podía resonar todavía en la conciencia del público contemporáneo. Le parecía un empeño clave, para enfrentar el ejemplo de valentía y radicalidad de la santa a "la clase media moral contemporánea", tan "banal y cínica". Con ese propósito escribió La lengua en pedazos. La obra, estructurada como un interrogatorio en el que un inquisidor (Pedro Miguel Martínez) intenta desmontar los postulados de Teresa (Clara Sanchis), se estrena este viernes en Avilés, y el próximo 1 de marzo recalará en el Instituto Cervantes de Madrid (con entrada libre).



Pregunta.- ¿Desde cuándo llevas dándole vueltas a escribir una obra con Teresa de Jesús como protagonista?

Respuesta.- Teresa es una de esas figuras consideradas como españolas universales, de las que todos creemos conocer mucho. Fue hace unos años, a raíz de una conversación con mi amigo y profesor Reyes Mate, cuando comencé a bucear en su obra. Descubrí a una persona excepcional y a una escritora capaz de ensanchar nuestra experiencia con su palabra. Empecé a preguntarme cómo le sonaría esa palabra al público contemporáneo. También vi un personaje muy poderoso y complejo, cargado de contradicciones. Me interesó en particular el momento en que decide irse del Monasterio de la Encarnación, en el que se vivía como en un hotel, y fundar el de San José, que se regiría por la austeridad y el voto de pobreza. Eso le granjeó la desconfianza no sólo de su orden sino de toda la ciudad. Una desconfianza agravada porque era descendiente de conversos.



P.- ¿Se le ve a usted muy apasionado con el proyecto?

R.- Es que es muy difícil no enamorarse de Teresa cuando la empiezas a conocer a fondo. Eso es un peligro para alguien que pretende escribir sobre ella porque la puede retratar como alguien invulnerable y por tanto carente de interés. Por eso creo la figura del inquisidor, que la interroga y la hace vacilar de sí misma. El inquisidor intenta hacerla ver que ella no es una persona indicada para conducir almas, y que el Cristo que dice ver no es más que un invento para justificar sus acciones.



P.- La oración en Teresa es acción y cada acto suyo es un modo de orar. Un equilibrio casi perfecto, ¿no?

R.- Sí, así es. Siempre tuvo la tentación de que cualquier selva ella la podía convertir en un vergel. Para mí es una heroína de la imaginación, una especie de Quijote, capaz de ver y hacer ver con sus palabras. La mujer mística y la andariega van de la mano. Su fuerza para cambiar el estado de las cosas le viene de lo otro: de estar siempre a la escucha de lo que ella llama Dios, que era un Cristo cercano, presente en lo cotidiano, que anda "entre pucheros".



P.-¿Cree que la figura de Jesús también puede llegar a los ateos?

R.- Como decía antes, Teresa es una persona de la que es muy difícil no enamorarse. De todas formas, en la obra se enfrentan dos personajes purasangres y extremos, que representan dos concepciones dispares de entender la religión y también encarnan la oposición entre el poder y la humildad, lo femenino y lo masculino...



P.- Y usted, matemático y filósofo aparte de dramaturgo, ¿cómo se define en el terreno de la religiosidad?

R.- La religión es un extraordinario depósito de experiencia y por tanto de conocimiento. Considerarla un conjunto de mitos enfrentados a la razón es un muy erróneo. Es posible conciliar ambas: razón y religión. El Libro de Job, el Evangelio y la obra de Santa Teresa son buenos ejemplos. En esos textos están intentos de responder a cuestiones clave, como el paso del tiempo, la relación del hombre con el sufrimiento y la muerte...



P.- Dice que a la postre siempre es más interesante lo que Teresa dice de nosotros que lo que nosotros podemos decir de ella. ¿Cómo ha superado ese complejo de inferioridad?

R.- He intentado sobre todo distanciarme de operaciones historicistas, que lo que hacen es colonizar el pasado con arquetipos del presente. Un ejemplo de manera de manipular el pasado sería decir que Teresa fue una feminista, una etiqueta que reduce su complejidad y domestica al personaje. Es cierto que en ella pueden verse atisbos que anticipan ese discurso, pero en otros momentos se manifiesta muy distante a él. En Teresa hay algo de monstruoso, en el sentido original de este término: es alguien que estremece y espanta y a la vez maravilla.



P.-¿Y qué vigencia tiene su palabra hoy?

R.- Toda, porque ella está en el extremo opuesto de lo que podríamos denominar la clase media moral contemporánea. Ella es lo contrario de la banalidad y el cinismo. Es una mujer valerosa y radical.



P.- Coloca a Teresa a la altura de nuestros mayores poetas en su capacidad para someter a la lengua castellana a "una extrema tensión".

R.- La obra está inspirada sobre en la lectura de El libro de la vida. Al leer a Teresa a uno le entra una especie de nostalgia de la lengua, porque ves hasta qué punto hemos limitado el castellano a su función meramente transmisora de información. Ella le da un vuelo poético y una enorme potencia evocadora. Como por ejemplo cuando dice: "Mi vida han sido muchos trabajos del alma". Son expresiones que en la actualidad corren el riesgo de ser entendidas sólo en parte.



P.- Y es la primera vez que dirige una obra suya. ¿Cómo ha sido la experiencia?

R.- Pues he gozado mucho. La verdad es que siempre he estado muy cerca del escenario, en constante diálogo con actores y directores. Llegar a dirigir era un paso natural, que lo he dado cuando he encontrado a los cómplices perfectos, como lo son los actores Clara Sanchis y Pedro Miguel Martínez. He comprobado que dirigir es una continuación de la escritura escénica. En el papel escribo "silencio", pero ese silencio luego hay que llenarlo, y es algo que se puede hacer de muchas maneras. Dirigir es escribir en el tiempo y el espacio.



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