Jon Juaristi. Foto: Iñaki Andrés.

El escritor vasco publica su último poemario, 'Renta antigua'

El último libro de poesía de Jon Juaristi (Bilbao, 1951), Renta antigua, editado por Visor en su colección noble (Palabra de honor), es un gusto para el paladar. La erudición y el largo bagaje intelectual del escritor vasco aparece destilado con altas dosis de ingenio y humor. Nada de trascendencia impostada. Ni peroratas para calentar cabezas ni encender ánimos. Todos los grandes temas que toca (Europa, España, el nacionalismo vasco, el amor, la vejez...), envueltos por lo general en discursos ampulosos y prolongados hasta la náusea, él los despacha con certeras píldoras de ironía y saludable distancia en forma de sonetos, coplas y composiciones varias. Su soniquete -moral, musical- queda tintineando en la conciencia del lector.



Pregunta.- En su trayectoria ideológico-política figuran bandazos muy llamativos. En su carrera como poeta, sin embargo, se mantiene fiel a una voz reconocible en todos sus libros. ¿Es en el territorio poético donde más firme se ha mantenido en sus convicciones?

Respuesta.- La política es algo necesario, pero superficial, y en ella lo normal e inteligente es cambiar de ideas si las que tenías se dan de bofetadas con la realidad. La poesía es bastante más seria. Construirse una voz, un estilo, es un tipo de proyecto en el que hay que invertir muchos años, quizá toda la vida. Como comprarse un piso. Además, los gustos no cambian con facilidad. Me siguen interesando como lector los mismos poetas que leía a los veinte años.



P.- Fue miembro del grupo de vanguardia Pott, junto a Atxaga, Ordorika... ¿Qué queda de aquel poeta en el que ha escrito este libro?

R.- Pott fue un grupito de escritores muy jóvenes que querían triunfar pronto y a base de llevar la contraria a los viejos de la tribu. Pasa en las mejores familias. Supongo que todos los que participamos en aquel guateque hemos ido madurando por libre. Queda, espero, la amistad.



P.- La vejez es tan acogedora como una mansión de renta antigua, dice en uno de sus versos. ¿Envejece bien, tranquilo?

R.- Envejecer no me entusiasma, pero, como me advirtió Joan Margarit, que llegó antes, la sesentena es una edad estupenda. Lo malo es que dura poco.



P.- Aunque tampoco faltan versos de desencanto: la vida que soñé: / menuda broma). Al cabo de los años, ¿la vida le parece eso, una broma?

R.- Algo tiene de broma macabra, creo yo. Aun así, es una buena broma.



P.- Lo que no le apetece es volver a Innisfree, con la tribu. ¿Qué tiene el País Vasco de hoy de ese Inisfree de El hombre tranquilo?

R.- Innisfree no es Vascolandia, sino la idealización de cualquier tiempo pasado al que no se puede volver y además no es deseable. Al margen de eso, me encanta el cine de John Ford, ética de lo mejorcito y en dosis homeopáticas.



P.- ¿Qué le parece este País Vasco en el que, por fin, ya no suenan las pistolas?

R.- La verdad, el País Vasco de hoy me es ajeno y lejano (sentimentalmente, quiero decir). No lo veo como Innisfree ni como Itaca ni como Cercedilla del Monte. Pero deseo a sus moradores que sean felices, justos y benéficos, como prescribía la Constitución de Cádiz.



P.- Donde sí quiere volver es al Bilbao del 83, cercado por las aguas turbulentas. ¿Por qué?

R.- Bueno, eso es algo que hay que dejar que averigüen mis futuros biógrafos, en el improbable caso de que me salga alguno. No hay que ponérselo demasiado fácil.



P.- Su testamento europeo no parece muy optimista. ¿Le sigue pareciendo el viejo continente un avispero de etnias e identidades tirándose los trastos?

R.- Sí. Europa y los europeos siguen siendo un poco cazurros y dados a la murga identitaria. La verdad es que tenemos identidades nacionales pesadísimas. Ahora bien, no quiere ello decir que me desagraden los Balcanes, una tierra y unas gentes que se parecen bastante a las nuestras y entre las que siempre me siento a gusto.



P.- Esta generación se desvanece: / veo / ensancharse el vacío, borrarse el horizonte. ¿De verdad cree que esta crisis acabará desvaneciendo generaciones enteras?

R.- Hay que admitir que esto no nos lo esperábamos, los de mi generación. No ha sido una sorpresa agradable. Y no, no veo salidas esplendorosas por ninguna parte. Lo de leer el Ecclesiastés a diario no es una mala recomendación, créame.



P.- El humor se le escapa cuando escribe poesía, ¿no? No lo puede contener, parece...

R.- Es que no hay que agobiar al lector con tus malos rollos. Esos, te los guardas para el psicoanalista, que cobra por oírte. El lector paga y tiene derecho a que le diviertas. En fin, que la literatura es una modalidad ilustrada de prostitución y no conviene ir de afligida perpetua, porque aburres a la clientela.



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