José Manuel Zapata

El tenor granadino desvela en clave de humor los entresijos del género lírico con 'Opérame. ¿Qué diablos es la ópera?' en el Palau de les Arts de Valencia.

José Manuel Zapata (Granada, 1973) sólo sabe hacer una cosa mejor que cantar y es hacer reír. "El truco consiste en empezar por uno mismo", se lanza. "A mí me encanta reírme de lo que soy y de lo que no llego a ser". Tras el éxito de Los Divinos, junto a Ara Malikian en los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid, el tenor granadino vuelve a convertirse en reclamo de las familias con Opérame. ¿Qué diablos es la ópera?, que se representa en el Teatro Martín i Soler del Palau de les Arts de Valencia del 30 de marzo al 3 de abril. Zapata es el actor y creador de este desternillante espectáculo pedagógico pensado para despertar el gusanillo por la ópera entre risas y arias de La traviata de Verdi, La cerenentola de Rossini o Los cuentos de Hoffmann de Offenbach. Después, el camaleónico tenor volverá a encarnar al abejorro de las Bodas de Klaus Guth en Dusseldorf. "Me he disfrazado de Rambo, de señora de la limpieza y me han hecho llevar ligueros. Soy incorruptible", advierte. Y tras un breve silencio añade ceremonioso: "También he sido Elvis".



Pregunta.- ¿Cómo surge la idea de este espectáculo?

Respuesta.- Llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza a un espectáculo de estas características. Sobre todo, después de la fantástica acogida de Los Divinos con Malikian. Le confesé la idea a Luana Chailly, coordinadora del Centro de Perfeccionamiento Placido Domingo del Palau de les Arts, y para mi sorpresa la cosa terminó cuajando. Me alegro mucho, porque creo que la ópera anda falta de niños.



P.- ¿Cómo recuerda su primer contacto con la ópera?

R.- Perdí la virginidad bien tarde, recién cumplidos los 18. Es que en aquella época Granada era un desierto cultural. No había afición por la música como hoy.



P.- El problema de los espectáculos pedagógicos es que aburren a los niños o a los padres. ¿Ha tenido usted que elegir?

R.- Yo no me he encontrado con ese problema porque soy padre y niño, y digamos que entiendo a las dos partes. Mientras escribía el guión de Opérame pensaba en mi hija María, un tesoro de 5 añitos, y también en lo que me gustaría ver sobre el escenario a mis casi 40.



P.- Tengo entendido que da vida a usted a un inventor chiflado...

R.- Chiflado y frustrado. Interpreto al hijo de un famoso tenor y de una científica nuclear llamada Angela Kermel, a la que, por cierto, también le vertieron en su día una cerveza en el cogote. El joven piensa que no sabe cantar y por eso se dedica a diseñar robots que lo hagan por él. Al final resulta que no lo hace tan mal como él se piensa... Pero se tiene que dar cuenta.



P.- Usted tampoco se separa de un robot llamado iPhone...

R.- Es que necesito estar conectado con el mundo. Contar cosas, discutir en Twitter, devanarme los sesos con los 140 dichosos caracteres...



P.- ¿Cuántas puertas diría que le ha abierto el sentido del humor?

R.- Creo que todas, o al menos no me ha cerrado ninguna. Porque un cantante no puede vivir sólo de su voz. Tiene, además, que convivir con la gente entre bambalinas. Y si no haces la vida agradable a la gente te quedas solo. También en el escenario.



P.- Suena usted muy rossiniano...

R.- Es que lo soy. Soy un bon vivant, un disfrutón. Me gustan los placeres de la vida, levantarme tarde y la buena cocina. Pero... ¿a quién no?



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