No deja de ser irónico que una serie titulada Luck ("Suerte") haya sufrido tantos infortunios. La muerte de tres caballos durante su rodaje y las consecuentes protestas por parte de asociaciones de animales ha forzado a la HBO a cancelarla, a dar por finiquitado un producto de gran calidad que dice adiós al término (forzado) de su primera temporada. Con apenas nueve capítulos, la serie se corta bruscamente, como ya ocurriera, por otros motivos, con otras teleficciones de gran interés como Deadwood y Carnivale. La mala suerte de David Milch (creador de Deadwood), que ve cómo una y otra vez su visión de las dinámicas del poder en América (en sus cimientos y en la actualidad) se ven dramáticamente interrumpidas, ya empieza a ser algo legendaria.



Se ha escrito más bien poco sobre Luck en los espacios dedicados a las reseñas de series televisivas, algo infrecuente tratándose de un show de la HBO de gran factura, con dos extraordinarios creadores detrás (Michael Mann y David Milch), un reparto de importantes estrellas (Dustin Hoffman, Nick Nolte y Dennis Farina como cabezas visibles de cartel) y unos niveles de producción impecables. Hay al menos tres factores, sin embargo, que parecen justificar el escaso seguimiento que ha tenido la serie: 1) su universo extraño (el mundo de las carreras hípicas y las apuestas), con pocos terrenos familiares para el espectador perezoso; 2) su ritmo más bien dilatado -el crítico de The Washington Post hablaba de "fascinación tediosa", como si Luck fuera el Sátántangó de Béla Tarr-, producto en todo caso de la concepción de una serie de largo recorrido, con vocación de retratar un amplio y desconocido microcosmos con múltiples personajes y subtramas; y 3) su nivel de complejidad, reforzado por el empleo de un argot técnico que incluso obligó a la productora a enviar un detallado "glosario" de términos a los periodistas, y que en todo caso suma su filosofía al lema de David Simon: "Fuck the average reader".







De lo poco (al menos interesante) que se ha escrito sobre la serie, merece la pena destacar el artículo "El arte del piloto", escrito por José Manuel López y publicado en el número de febrero de Caimán. Cuadernos de cine. Como el título indica, el texto en verdad reseñaba el piloto de Luck, "ese episodio de presentación que trata de atarnos con la promesa de un relato". A partir de él, efectivamente, podían trazarse algunas promesas estéticas y temáticas de la serie, entre ellas la posibilidad de que dos grandes creadores, "dos trenes de mercancía", según López, abocados a colisionar entre sí (los egos y los antecedentes), pudieran encontrar un territorio en común desde el que dar lo mejor de sí mismos. Una de esas señales era la relación entre el empresario Ace Bernstein (Hoffman) y su mano derecha Gus Demitriou (Farina). Tanto para el cine de Mann como para la teleficción de Milch -Policías de Nueva York y Deadwood-, las relaciones masculinas de competición y dependencia juegan un papel fundamental. En Luck, de hecho, las escenas entre ambos personajes terminan por ser una especie de ritual en cada episodio, que no sólo sirven para ir armando uno de los retratos psicológicos más fascinantes de la serie, sino también para ir revelándonos las intenciones del misterioso Ace, determinado a ejecturar un plan de venganza contra quienes le enviaron a la cárcel. En cierto modo, Ace y Gus vendrían a ser como Tony y Silvio en Los Soprano, o como Tom Kane y Ezra Stone en Boss.



En todo caso, la singularidad temática de Luck dificulta el ejercicio de establecer analogías con otras teleficciones. Sin duda, uno de sus grandes propósitos consiste en radiografiar determinadas dinámicas de poder y corrupción (ladrones de guante blanco) en Estados Unidos, un tema central también para series como Boardwalk Empire, Boss o Juego de tronos, pero hay algo mucho más escurridizo en juego, algo que tiene que ver con el romanticismo, el destino y los umbrales de confianza. Las tramas pivotan alrededor de los distintos cruces entre cuatro grandes grupos de personajes: jugadores de apuestas (la más divertida), jockeys y sus agentes (la más floja), entrenadores de caballos (con dos pesos pesados) y empresarios de prácticas delictivas o criminales. Tal y como están escritos, todos los personajes despiertan algún tipo de simpatía en el espectador, y si hay que destacar a "protagonistas", estos serían Ace, el tahúr del póquer Jerry y los entrenadores de equinos Escalante (John Ortiz) y Walter Smith (Nick Nolte). El tiempo que se dedica al resto de personajes está bastante bien repartido. El único punto de maniqueísmo recae sobre Michael (Michael Gambon), el antagonista de Ace, un villano de una sola pieza, que debilita profundamante la trama destinada a las ansias de venganza y los oscuros intereses empresariales.



La sensualidad de las imágenes propias del cine de Mann, con su característica calidez fría o gelidez cálida, con su estetización hiperrealista, es apreciable en el modo en que la serie organiza cada uno de sus capítulos alrededor de la(s) carrera(s) de caballos, filmadas como quizá nunca se han filmado. El extraordinario detallismo, el vértigo de la inmersión en la carrera, la dosificación del tiempo, el montaje musical que las envuelve... toda la concepción y ejecución de estas secuencias se cuentan entre lo más notable de Luck en términos audiovisuales. En todo caso, el "sprint final" de la serie se ha visto claramente afectado por la conciencia de su cancelación, que aparentemente ha obligado a los guionisas a forzar la máquina en sus dos últimos capítulos, avanzando hacia determinados happy end y una foto finish totalmente insatisfactorios y previsibles.