Olga Merino.
Ha publicado recientemente la novela Perros que ladran en el sótano.
Pregunta.- ¿Cómo nació la idea para Perros que ladran en el sótano?
Respuesta.- El detonante fue que me apetecía escribir la historia de un artista homosexual venido a menos, de esos que a finales de los 80 actuaban en cabarets de mala muerte. Me imaginaba a un varón, ya veterano, maquillándose frente a un espejo. Eso se fue solapando con la historia del protectorado español en Marruecos, que se ha tratado en la literatura desde el punto de vista militar, como Arturo Barea en La forja de un rebelde y Ramón J. Sender en Imán. Pero la vertiente civil se había explotado muy poco en la literatura y me interesaba mucho.
P.- Parece sentir predilección por los personajes abocados a la derrota.
R.- Me gustan los personajes al límite, si no hay conflicto no tienes novela. Puedes tener evasión, pero no una novela de peso. Me interesa el perdedor con capacidad de lucha. Anselmo, por ejemplo, es un personaje fuerte porque su vida no fue un jardín florido pero hizo lo que quiso: ser artista. Transitó ese camino, aunque le faltó perseverancia y le sobró hedonismo. Además, optó por ejercer su homosexualidad en una época muy difícil, y la libertad tiene un precio.
P.- Siempre está presente en sus novelas la guerra, el exilio y el desarraigo.
R.- No es algo premeditado. Me he dado cuenta a posteriori de que mis tres novelas forman una especie de trilogía. En Cenizas rojas aparecían los niños de la guerra expatriados a Rusia durante el peor periodo de la guerra: los bombardeos del 37. En Espuelas de papel, Juana era una andaluza que, como tantos miles de paisanos suyos que durante la posguerra, tuvo que emigrar de un medio rural pobre y estigmatizado a la Cataluña industrial. Finalmente, en Perros que ladran en el sótano, Anselmo abandona el Protectorado de Marruecos para trasladarse a la península. Las tres novelas hablan del desgarro de la distancia, pero además para Anselmo la homosexualidad es otra forma de desarraigo interior.
P.- ¿Su siguiente novela irá también por ese camino?
R.- A lo mejor cambio de tema. Me apetece abordar la conquista española de América, pero no desde el lado indígena, como suele hacerse, sino desde este otro lado, el de un rufián sin blanca que se embarca en un galeón sin tener ni idea de lo que le espera.
P.- Tendrá ventaja a la hora de documentarse, habiendo cursado un máster de especialización en Historia y Literatura Latinoamericanas en el Reino Unido.
R.- Aprendí y disfruté muchísimo con aquél máster. Parece mentira que haya tantos hispanistas formidables en el Reino Unido. Cuando estudié Ciencias de la Información, la historia de América Latina apenas era una cola de la carrera.
P.- ¿Se documenta mucho para escribir?
R.- Sí, la documentación me ayuda a inventar. A fuerza de escarbar sé cuáles eran las costumbres de los españoles en Tetuán. Sé que iban a la iglesia de la Plaza de Primo de Rivera [hoy de Mulay el Mehdi] y luego a tomar café a la Plaza de España [hoy de Hassan II]. Para ello me fue providencial el contacto con la Asociación La Medina de antiguos residentes en Marruecos. Tuve la oportunidad de conocer a algunos de ellos, que me explicaron esa sensación de desarraigo que sufrieron tras abandonar la colonia. Todos coinciden en dos cosas: que en la posguerra se vivió bien, al contrario del hambre y la penuria de la península, y que al volver no terminaron de encontrar su sitio. Los peninsulares es llamaban "moros" y les acusaban de quitarles el trabajo.
P.- ¿Y cómo se ha documentado para escribir sobre el mundo de la farándula durante el franquismo?
R.- He hablado con viejos artistas del Paralelo, he visto muchas veces El viaje a ninguna parte, de Fernán Gómez, y me resultó muy útil fue leer las entrevistas y los obituarios de cantaores flamencos. Por ejemplo, Juanito Valderrama contaba las penurias de ir de pueblo en pueblo, como "jornalero del flamenco", aunque Chano Lobato contaba anécdotas divertidísimas. Parece que por la noche, en el ambiente hedonista de la farándula, se respiraba un poco mejor.
P.- Manuel Vázquez Montalbán dice que tiene usted "una capacidad descriptiva excepcional".
R.- Vázquez Montalbán es muy generoso al decir eso, pero sí es cierto que soy muy observadora por naturaleza. A veces una imagen, un detalle, un objeto o un gesto pueden explicar toda una situación o la personalidad de alguien.
P.- En 2006 ganó el Premio Vargas Llosa - NH con un cuento de nueve páginas. ¿Se siente más cómoda en las distancias largas o las cortas?
R.- El cuento es muy señorito. Cortázar decía que la novela puede ganar por puntos, pero el cuento siempre tiene que ganar por K.O. Y Tabucchi decía que la novela es una casa que cierras con llave al marcharte, pero el cuento es un apartamento que visitas esporádicamente y cuando vuelvas puede que hayan cambiado la cerradura. El cuento es como una iluminación, en eso se parece a la poesía. Mientras la novela es una carrera de fondo, el cuento es un fogonazo, y eso lo hace más delicado. Es una pena que en España no se cultive mucho, a los editores se les ponen los pelos de punta cuando les hablas de cuentos.
P.- ¿Qué está escribiendo ahora?
R.- Precisamente estoy escribiendo cuentos para mantener la muñeca caliente. Con respecto a mi próxima novela, quiero que sea más contemporánea, que trate de las relaciones afectivas en esta especie de magma en el que vivimos, esta vida líquida en la que nada es constante. Todos buscamos el amor, pero cuando aparece salimos corriendo o bien se acaba al poco tiempo porque no está a la altura de nuestras expectativas.