Jaume Cabré. Foto: Mitxi

El autor catalán, distinguido este sábado con el Premio de la Crítica por 'Yo confieso', reedita en español 'Las voces del Pamano', con una nueva traducción.

Es curioso que Las voces del Pamano, tras arrasar en Cataluña, en el resto de España, una vez traducida del catalán al castellano, apenas vendiera contados ejemplares y la crítica no le prestara demasiada atención. ¿A qué puede deberse esa asimetría? Los hay que esgrimen la teoría del prejuicio. Pero ésta queda desdibujada cuando Jaume Cabré (Barcelona, 1947), su autor, se ha convertido en uno de los triunfadores de 2011 en todo el país, con su novela Yo confieso (los críticos de El Cultural la eligieron como la mejor del año). El escritor barcelonés y su editorial (Destino), a rebufo de ese éxito, vuelven a lanzar el libro, con una nueva traducción -firmada por Concha Cardeñosa- con la que Cabré se siente mucho "más satisfecho". La trama plantea un viaje temporal de ida y vuelta que mantienen dos profesores, Tina, de la época actual, y Oriol, de los años 40. Una carta escondida tras la pizarra de una pequeña escuela en la zona pirináica del Pallars los pone en contacto y revela las oscuridades y miserias que azotaron a los habitantes del valle al término de la guerra civil.



Pregunta.- Confiesa que arranca las novelas con ideas vagas que van cobrando forma (de personajes, atmósferas, tramas...) a medida que las escribe. ¿Cuál era la idea que desencadenó la escritura de La voces del Pamano?

Respuesta.- Fue una imagen. Un día paseando por la zona del Pallars en el Pirineo vi en un pequeño pueblo el edificio de la escuela abandonado. Me impresionó mucho. Yo estaba escribiendo otra novela, La sombra del eunuco, y tenía la cabeza en otra parte, pero esa imagen se me quedó grabada. Me preguntaba si sería capaz de contar la historia de las personas que habían estado allí, como profesores y como alumnos. No deseché la idea pero cuando me puse a desarrollarla me encontré con muchos baches, dudas... Estuve siete años con ella.



P.- ¿Cuáles fueron los obstáculos que más ralentizaron la escritura?

R.- Creé dos personajes. Por un lado, Tina, una maestra de la época actual, y, por otro, Oriol, un profesor de los años 40. Por una circunstancia concreta, una carta encontrada detrás de la pizarra, entran en contacto. Entre ellos había una distancia cronológica insalvable. Empecé a escribir y situaba los pasajes de la trama divididos en periodos distintos, estaba bien delimitada su ubicación temporal. Pero cuando ya llevaba bastantes páginas me di cuenta de que me sobraba el tiempo. Lo que quería hacer es que una frase empezara en una época y terminara en otra. Estar en todas las épocas de la novela al mismo tiempo, alcanzar una especie de simultaneidad.



P.- El perdón y sus posibilidades está en la médula ideológica de la novela, que se abre con una cita de Vladimir Jankélévitch: "Padre, no los perdones, porque saben lo que hacen".

R.- Sí, he dedicado mucho tiempo a reflexionar sobre el perdón. Le he dedicado tanto que traspasó Las voces del Pamano y llegó a Yo confieso. Es algo de lo que me doy cuenta ahora, después de haber escrito las novelas. Jankélévitch, francés de origen polaco, se pregunta en un ensayo durísimo si tiene derecho de perdonar a alguien que ha gaseado niños en un campo de concentración. En nombre de quién podría hacerlo. No se atreve a perdonar, duda, como yo, porque la responsabilidad por un daño infligido no la extingue el tiempo, aunque la historia la escriban y la maquillen los vencedores.



P.- Usted tiene un ensayo titulado El sentido de la ficción. ¿Uno de ellos sería desmaquillar la historia? ¿O contar su verdad a través de la mentira de la fabulación?

R.- Bueno, yo no diría mentira. Cuando fabulo, lo que hago es inventar, no mentir. El poder de la ficción lo puedo explicar con un ejemplo. Adorno decía que era imposible escribir poesía después de Auschwitz. Yo creo que no sólo es posible sino que además es muy necesario. Y cuando hablamos de poesía me refiero también a narrativa. Cuando mueren todos los testigos directos de un capítulo trágico como aquel, su narración queda en manos de los historiadores. Estos pueden dar datos, decir cuántos barracones había y dónde estaban, pero el novelista es el que puede entrar en ese barracón y contar lo que siente una mujer con su hijo en brazos que llega a ese infierno.



P.- Se pone nervioso cuando escucha a los políticos hablar de memoria histórica...

R.- Me cabreo mucho, la verdad. Hablan y hablan de ella pero al final sólo llegan a conclusiones muy parciales. No soy jurista pero imagino que Garzón ha debido de hacer algo técnicamente mal. Si no, no se le hubieran podido cargar tan limpiamente. Pero yo sigo teniendo la sensación de que hay una asimetría en este país en relación a la guerra civil. Hay unos perdedores que pagaron y unos vencedores que no, porque cuando llegó la Transición casi todos cambiaron de chaqueta corriendo. Y si alguien pretende equilibrarlo, entonces se encuentra muchas barreras. Es algo que no está solucionado.



P.- Las voces del Pamano arrasó en Cataluña. En cambio, en el resto de España apenas tuvo seguimiento. ¿Se lo explica?

R.- Pues no. Los editores dicen que hay ciertas reticencias hacia lo que se escribe en catalán. Pero esta teoría lo desmiente lo que ha sucedido Yo confieso. Con Las voces del Pamano no sé qué ha podido pasar, pero tiene bemoles que se haya vendido más en Portugal que en España.



P.- Se hizo en la televisión pública catalana una adaptación de la novela. ¿Quedó satisfecho con esta miniserie?

R.- Normalmente el autor no queda satisfecho con las adaptaciones de sus libros. Esto es como una ley termodinámica inamovible. Yo no quise participar en el guión porque estaba ya con Yo confieso, aunque exigí tener voz (bueno, altavoz) en su elaboración. Entiendo perfectamente, porque yo también he escrito alguno, la necesidad de que un guión recorte pasajes de la novela y elimine muchas cosas. Llegamos a muchos acuerdos pero hay aspectos que no me gustan. Digamos que pudo ser peor.



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