Sería demasiado audaz retirarle a Larry David el honor de haber perpetuado el modelo 'sit-com' de Seinfeild, pero no es menos cierto que la serie del comediante Louis C. K., Louie, guarda en apariencia más similitudes que Curb Your Enthusiasm con la mítica 'sit-com' que definió el humor neyorquino de los años noventa y abrió nuevas posibilidades a un género por entonces en decadencia, cuando el show de Bill Cosby era el rey de las audiencias, contrarrestado en parte por la actitud desinhibida y desmitificadora de Matrimonio con hijos -con su imprescindible Charles Bandit-, El príncipe de Bel Air, Roseanne y Los Simpson. De hecho, en julio de 2009, cuando Louis C. K. convocó a sus seguidores de 'twitter' a un local del Greenwich Village para participar como figurantes en el piloto de su serie, se produjo un pequeño incidente. Louis explicó al público que en su serie alternaría escenas típicas del 'stand-up comedy' (comediante-micrófono-escenario) con viñetas de la vida cotidiana de un personaje inspirado en él mismo, y entonces alguien desde el público preguntó por el título del show, mientras que otro, con evidente mala uva, respondió: "¡Seinfield!". Los reflejos de Louis en el escenario le salvaron de la evidencia: "Espero tener tanta suerte como él".



Y vaya si la tuvo. El humor siempre ha sido el mejor y más sano antídoto para tiempos adversos, y el humor de Louis C. K. ha sintonizado excepcionalmente con el síndrome de indignación y desorientación que atenaza a la sociedad contemporánea. Ha vendido cientos de miles de copias de su espectáculo en el Beacon Theater de Nueva York, convirtiéndose en el primer comediante que extrae rendimiento económico de su trabajo mediante distribución on-line: al precio de 5 dólares la descarga ha recaudado ya más de ¡1 millón de dólares!. En diciembre del año pasado, explicó en su página web adónde destinaba ese dinero, que dividía en cuatro partes equitativas: el mantenimento de la web, fundaciones caritativas, sus colaboradores y para su bolsillo. Sus apariciones televisivas le han convertido en toda una celebridad en Estados Unidos, y su fama tiene ahora mismo poco que envidiar a la de Jerry Seinfield o Larry David.



El suyo ha sido un trabajo prolongado de varios años. Su primera serie, Lucky Louie (HBO), es de 2006 y tiene una sola temporada. Realizada bajo el habitual patrón de escenas filmadas con tres cámaras en estudio y delante de un público en directo, el incendiario humor de Louis -generoso en contenidos sexuales y argumentos muy políticamente incorrectos, con un tratamiento naturalista de candentes cuestiones sociales- no encontraba la mejor forma de sacar provecho a todo su potencial.



Louie, sin embargo, que ya lleva dos temporadas en emisión (de momento, sólo he visto la primera), explota un formato de 'sit-com' y algunos códigos audiovisuales que se corresponden más con su sentido del humor. Extrae una mayor organicidad de su talento. El éxito de la serie se ha visto reforzado por las intervenciones de otros humoristas como estrellas invitadas: Ricky Gervais (en el papel de un doctor aficionado a las bromas macabras), Nick DiPaolo (un comediante republicano) y Todd Barry, entre otros.



En todo caso, los paralelismos entre Louie y Seinfield no van más allá del tributo. En verdad, son dos clases de 'sit-com' bien distintas, aunque ambas estén inspiradas en las vidas de sus creadores, profesionales del 'stand-up' comedy. Louie (alter ego de Louis C. K.) es en la serie un malhumorado neoyorquino que vive solo, es padre de dos hijas y divorciado después de diez años de matrimonio. Sus citas con mujeres son casi siempre un desastre. Es un tipo aparentemente vulgar que se enfrenta a los absurdos y accidentes del día a día con una mezcla de indiferencia, radicalidad y sensibilidad bohemia. Su persona se construye sobre el efecto que produce la conjunción de una mente moderadamente subversiva en el voluminoso cuerpo de un matón irlandés. Tiene cara de buena persona -rostro orondo y mirada limpia-, la de un tipo común al que le gusta pasar las tardes tomando cervezas con los amigos hablando de deportes y de sexo. El segundo episodio de la primera temporada consiste en su mayor parte en una noche jugando al póker con los amigos (algunos de ellos cómicos de cierta popularidad) mientras conversan sobre prácticas homosexuales. La homofobia, el racismo y el falocentrismo son dos temas recurrentes en el discurso cómico de Louie.



Al contrario que Seinfield o Curb Your Enthusiasm, a Louie no le preocupa atar cabos en las historias que narra cada episodio. No hay un leit-motiv claro. Sus guiones albergan un impulso mucho más libre y anárquico, alejado de esquemas y estructuras formalistas. Sus episodios no son un modelo de timming cómico o de sofisticación narrativa, pero tampoco son una acumulación de gags o chistes, sino que básicamente construye su humor sobre el concepto de crear extrañas situaciones y generar un efecto de incomodidad o desconcierto, de aparente improvisación, alternando el tono naturalista con el artificio audiovisual. Me gusta más el humor de Seinfield. Aunque sea políticamente más correcto -el sentido del humor de Louie es ciertamente grotesco y, en ocasiones, facilón-, lo considero más astuto, más pertinaz, más perdurable. En todo caso, hay varios aspectos que convierten Louie en una serie capaz de romper algunos moldes preconcebidos del género, proponiendo ciertas soluciones formales -¡ese psicoterapeuta lynchiano!- que sorprenden por su audacia, aunque no siempre acierte.



El virtuosismo de Louis C. K. descansa en su capacidad para sostener escenas aparentemente insostenibles. Por ejemplo, el capítulo sexto de la primera temporada (Heckler/Cop Movie) empieza como lo hacen todos: Louie en el escenario del Comedy Cellar haciendo su número cómico. Lo normal sería que, al final del monólogo, la escena corte a una experiencia cotidiana de su vida que guarda relación con el discurso que acabamos de escuchar y nos acaba de hacer reír; pero en esta ocasión, Louie se dirige a una clienta del bar que charla animadamente con alguien y le pide que se calle. Lo hace dos y tres veces, pierde la educación, la insulta y es insultado, se enzarzan en una discusión pública realmente tensa: él con el micrófono en la mano, ella desde su mesa. Podrían llegar a las manos. Lo más sorprendente en todo caso está por llegar. De ahí, salimos al exterior del local, donde la discusión continúa y adquiere un tono entre agresivo y sentimental muy impropio de una 'sit-com'. De forma muy sutil, casi sin darnos cuenta, Louis traslada al espectador a una 'serie dramática' en el mismo contexto y con los mismos personajes. El mismo método se apropia en otro episodio con una acalorada discusión política con su amigo el cómico Nick DiPaolo que, esta sí, acaba en las manos, así como del capítulo 9, Bully, logrando que el sentido del drama prevalezca sobre el humor.