"Vida maravillosa -decía Sofía-. Pero detrás de esos árboles hay algo inadmisible". Detrás de los cipreses y la vegetación circundante se hallaba "el mundo de los barracones de esclavos que a veces hacía sonar sus tambores como un granizo remoto". Carpentier nos trajo ese granizar remoto, Europa no era centro ni era cuna, "todo lo que hizo la Revolución Francesa en América fue legalizar una Gran Cimarronada que no cesa desde el siglo XVI. Los negros no los esperaron a ustedes para proclamarse libres un número incalculable de veces".



La Habana, último tercio del siglo XVIII, en un viejo caserón los adolescentes Carlos, Esteban y Sofía, hijos de la burguesía colonial, han quedado huérfanos y viven encerrados en su reino de libros, ensueños y juegos. Hasta que un día Víctor Huges entra en sus vidas y, con él, un viento de revolución.



Leer hoy El siglo de las Luces exige aceptar una presencia de la descripción muy superior a la que encontramos en la mayoría de las novelas. La realidad de los sentidos se ampara en la enumeración y la pintura de imágenes de un modo distinto, casi opuesto, al de la llamada cultura visual de nuestras días que dibuja y olvida el movimiento. "Aunque se adornaran de mármoles preciosos y finos alfarjes de rosáceas y mosaicos [...] no se libraban las mansiones señoriales de un limo de marismas antiguas que les brotaba del suelo apenas empezaban los tejados a gotear". Así también la materia invade el texto de Carpentier mediante verbos que cercan la acción y nombres que hoy resultan excesivos, desacostumbrados, pero que entonces inventariaban un mundo excluido de la tradición literaria.



Sorteada la primera extrañeza se entra en una novela dialéctica, allí la muerte significa perder la voluntad y la necesidad de hacer algo que no sea pactar y transigir. Victor Huges, protagonista central, personaje tomado de la Historia y descrito en Los jacobinos negros de C.L.R James como "una de las grandes personalidades de la revolución francesa para quien nada era imposible", es a la vez condenado y salvado en el relato, condenado por sus actos, por su final, sus renuncias y contradicciones, pero salvado por su honestidad trágica en la acción. No hay revancha sino una voz matizada que nos toca cuando dice: "Una revolución no se razona: se hace"; en 1922 Lenin afirmaba: "la práctica es más importante que todas las discusiones teóricas del mundo".



Al terminar la lectura, no el día en que se llega a la última página sino algunos más tarde, el libro deja en las casas el ruido de granizo de esos tambores de guerra y un recuerdo ajeno que ahora nos pertenece, como si ya supiéramos que las advertencias, el "cuidémonos de las palabras hermosas", o el "creyendo maniobrar mi destino fui llevado por los demás, por esos que siempre nos hacen y deshacen, aunque no los conozcamos siquiera", se parecen a la primera y la segunda lluvia, avisan, dan tiempo a los preparativos pero después queda aguantar a pie firme los derrumbes y fragores, el grueso del huracán en la ciudad.