Ilustración de Ulises



1962 fue el año del milagro literario en español. Acostumbrados como estamos hoy a la multiplicación de títulos y a la mediocridad reinante, mueve al asombro que en los doce meses del 62 tantos y tan buenos títulos, imprescindibles y fundacionales, concidiesen en librerías con otros muchos menores en la producción de sus autores, como Historia de cronopios y famas de Julio Cortázar, o Aura de Carlos Fuentes, que también iban despertando la curiosidad sobre el boom que estaba naciendo en las dos orillas. El Cultural ha invitado a seis creadores y lectores para que, desde la distancia de estos cincuenta años que lo son todo y nada al mismo tiempo, narrativamente hablando, celebren seis de las mejores novelas publicadas en español en ese mítico año 62. Así, Rafael Chirbes recuerda "ese mundo que existió y conocimos", el de Las ratas, de Miguel Delibes; Caballero Bonald evoca "el fin de trayecto narrativo" que supuso Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos; Fernando Aramburu baila con Colometa en La plaza del Diamante, de Mercé Rodoreda, novela que persiguió a su autora toda su vida; Luis Antonio de Villena comparte confidencias sobre Bomarzo y su autor, Manuel Mujica Láinez, Manucho; Belén Gopegui reivindica la revolución de El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier, y Marta Sanz disfruta Dos días de setiembre, de Caballero Bonald, cuando "el mundo olía mal" y el gaditano escribía sobre "lo que le duele" con lenguaje "ubérrimo".

Los otros 62

En enero de 1962, José María Mendiola ganaba el Nadal por Muerte por fusilamiento y ese mismo mes se publicaba Las ratas, de Miguel Delibes. Arrancaba así un germinal año frontera en el que iban a ver la luz un puñado de inolvidables novelas, Warhol inventaba el pop art, la actriz Norma Jeane Baker, más conocida como Marilyn Monroe, ponía fin a su vida, y la carrera espacial alcanzaba un punto de no retorno.



Es este un año literario inaudito en el que brotan obras como Historias de Cronopios y famas, de Julio Cortázar; Bomarzo, de Manuel Mújica Láinez; El siglo de las luces de Alejo Carpentier; Aura, de Carlos Fuentes; El cuaderno dorado, de Doris Lessing; La naranja mecánica, de Anthony Burgess; El hombre en el castillo, de Philip K. Dick o Un día en la vida de Iván Denisóvich, del disidente soviético Aleksandr Solzhenitsyn. El premio Nobel de Literatura iría a parar (nunca fue más justo) a John Steinbeck. Mientras, en Nueva York el asombroso Spiderman trepaba sus primeros rascacielos, tal y como recogían en el número 15 de Amazing Fantasy Stan Lee y Steve Dikto.



Otro novedoso héroe se asomaba a las salas este año con intención de quedarse mucho tiempo. Se trata del agente secreto Bond, James Bond, que con la percha de un jovencísimo Sean Connery hacía su primera aparición en 007 contra el Doctor No. En EE.UU. triunfaban El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford, Lawrence de Arabia, de David Lean, Hatari!, de Howard Hawks y Lolita, de Stanley Kubrick. Truffaut estrenaba en Francia Jules et Jim, Pier Paolo Passolini hacía lo propio en Italia con Mamma Roma y en España arrasaba Atraco a las tres, de Forqué. El 5 de agosto se abatía la tragedia: Marilyn Monroe era hallada muerta en su domicilio de Los Ángeles.



Los nombres no resultaban especialmente conocidos. Pero, en 1962, Brian Jones, Mick Jagger, Keith Richards, Ian Stewart, Geoff Bradford y Dick Taylor fundaban The Rolling Stones. Nacía así una de las grandes leyenda del rock. Aquel mismo año The Beach Boys lanzaban su primer disco, Surfin' Safari y un tal Ringo Starr se unía a The Beatles. Los dos superventas del mercado norteamericano eran Ray Charles y Elvis Presley, y en nuestro país la más tarareada era una jovencísima Rocío Durcal.



Aquella era su primera exposición. El 9 de julio de 1962, Andy Warhol presentaba su obra en la galería californiana Ferusel y el movimiento pop debutaba en la costa oeste de los EE.UU. El 6 de noviembre llegaba a Nueva York para mostrar en la galería Stable su serie de 100 latas de sopa Campbell's.



La ciencia y la técnica aceleraban este año la disputadísima carrera espacial que enfrentaba a los EE.UU. Pero el más importante de ellos resultaba ser el del primer satélite de comunicaciones comercial del mundo, el Telstar 1. Y en 1962, al fin, el Nobel de Medicina honraba Crick, Watson y Wilkins, los codescubridores de la molécula de ADN, la molécula de la herencia llamada a revolucionar la biología.