Fringe. 4ª temporada (2)



Uno de los grandes desafíos de la cuarta temporada de Fringe pasaba por hilar una continuidad entre dos mundos siameses pero modificados. Es como si de repente nos hubieran reseteado a Walter, Olivia, Astrid, Nina, Philips y Lincoln, y tuviéramos que volver a conocerles. Como si tuviéramos que olvidarnos de todo lo visto hasta entonces, y adaptarnos a convivir con versiones distintas de personajes con los que llevamos conviviendo tres años. Es decir, meternos en la piel de Peter y seguir su aprendizaje entre "extraños" muy familiares. Sabemos que esto en todo caso no es algo completamente nuevo en Fringe. Cuando en la segunda temporada irrumpió el universo alternativo, también tuvimos que adaptar nuestras expectativas a un contexto nuevo hecho de los mismos elementos, de manera que la serie redefinió sus estructuras para que ambos universos conviviesen (en guerra o en paz), alternando episodios que transcurrían en uno y otro. La operación de riesgo funcionó. Pero en este caso, el desafío era mayor, pues el mundo que conocíamos, tal y como lo conocíamos, ha desaparecido. Peter se empeña en los primeros capítulos en volver a él, pero a mitad de temporada desiste, y los motivos son varios.



La cuarta temporada no arranca realmente hasta que Peter se hace corpóreo, pues entramos en la trama desde su punto de vista, el más familiar. Debido a la relación especial que mantiene con uno de los "observadores", que se revela algo así como su ángel protector (y un ángel caído, desterrado, entre los observadores), Peter es el primero en darse cuenta de que el destino se rige por leyes inquebrantables. Sabe, como sabemos nosotros, que en realidad el universo que ha dejado atrás no ha desaparecido por completo. El modo en que se produce un intercambio de información entre casos que Peter ya ha vivido y el subuniverso todavía no, y las similitudes que se producen en ambos mundos, indican que están de algún modo conectados. No se trata de la sustitución completa de uno por otro, sino que más bien se ha ido formando un palimpsesto de recuerdos, un universo se ha solapado con otro y solo las criaturas con habilidades telepáticas muy especiales (sensibilidad generada por el ‘cortexiphan') pueden darse cuenta.



Ahí entra en juego Olivia Dunham. El recorrido de la temporada va lentamente permutando el punto de vista de Peter hacia el punto de vista de Olivia, que acaba tomando el protagonismo y el control absoluto de la trama. Se convierte en deux ex machina de la serie del mismo modo en que Peter ocupó ese honor al final de la pasada temporada. Los recuerdos de Olivia empiezan a confundir las informaciones contradictorias que le llegan de ambos universos, y poco a poco el mundo del que procede Peter (el que conocemos) acaba sustituyendo el mundo del que procede ella. Se produce una suerte de proceso de mímesis entre ambos, que al principio solo afecta a Olivia, pero que de algún modo también acaba operándose en los afectos de Walter hacia Peter. El limbo existencial que habitan Peter y Olivia respecto al resto de personajes -son los únicos con un pie allí y otro allá- justifica a todas luces que, también en el subuniverso, aunque en la práctica acaben de conocerse, se comprometan sentimentalmente.



En paralelo a los intercambios universo / subuniverso, también se produce en esta cuarta temporada un constante trasvase de personajes entre el subuniverso (S) y el subuniverso alternativo (SA). Las interacciones entre unos y otros realmente se complican. Resulta a veces difícil discernir quién es realmente quién, qué pasado les define, pero esa sensación de aturdimiento, como si habitáramos un limbo de la teleficción, es el lugar preciso en el que la serie quiere colocar al espectador. Es lo mismo que ocurría con Lost. Al manejar tantas variables, la cuarta temporada gana algo a su favor respecto a las anteriores. Ahora Fringe está mucho más dedicada a desarrollar la trama maestra -la de los primeros hombres- que a introducir irrelevantes subtramas en los episodios.



Los aspectos más discutibles de la temporada no son en todo caso menores. El villano, que atiende a motivaciones que como es lógico no se revelan hasta el capítulo final, tiene por misión hacer colapsar ambos mundos (S y SA) y llevarlos a la destrucción. Lo encarna el gran actor Jared Jarris (el contable de Mad Men), pero lidia con un personaje, David Robert Jones (viejo conocido de la serie), que básicamente no está a la altura. Es tal la capacidad de destrucción de la serie, jugando con universos como si fueran castillos de arena, que Fringe empieza a dar señales de banalización. Asoma con frecuencia la irritante voz: "Y qué más da". La destrucción del mundo deja demasiadas veces de ser una amenaza para convertirse en realidad, hasta que el Olivia, Peter y Walter lo detienen. Ocurre varias veces. Con el control que va adquiriendo Olivia de sus poderes telequinéticos, Fringe empieza a ser una serie sobre superhéroes. Pero también una serie endogámica, muy cerrada sobre sí misma, donde el destino de la Humanidad queda reducido a tres personajes.



Las redundancias y los finales repetitivos entre temporadas, así como la habitual aparición sorpresa de cada desenlace, refuerza la teoría de clones y multiplicidades que pone en juego la propia serie, de modo que cada temporada podría leerse como un clon / variación de su precedente. Pero esto que funciona estupendamente en el nivel intelectual, pues todas las piezas encajan y convencen a la corteza cerebral (lo que no deja de ser asombroso), no logra en contrapartida atraparnos en el terreno emocional. No al menos como lo hacía antes. La adicción que genera la serie, en todo caso, es muy difícil de vencer. Ni siquiera con 'cortexhipan'.



  • Fringe. 4ª temporada (1). Variaciones Abrams