La verdad es que no tengo muy claro si entender Girls como un tributo o como una enmienda a Sexo en Nueva York (1998-2004). Las similitudes aparentes son tan símiles que ya en el piloto Lena Dunham no puede evitar hacer una referencia directa a la serie creada por Darren Star, y después comprobamos que uno de los personajes, la virginal Shoshanna (Zosia Mamet) -el que de hecho tendría más papeletas de sumarse al reparto de las insoportables chicas del grupo de Carrie Bradshaw- tiene un póster gigante de Sexo en Nueva York colgado en el cuarto de su dormitorio. La odiosa comparación, por lo tanto, es inevitable desde el momento en que es asumida por la propia creadora de Girls. Seguramente hay en Girls una mezcla de ambas cosas, es decir, de homenaje y de enmienda (que va más allá de la mera actualización), lo cual explicaría los sentimientos encontrados que me produce este nueva serie-fenómeno de la HBO, producida por el mismísimo Judd Apatow, emblema y motor de la Nueva Comedia Americana. Pero si el molde de la serie es el mismo -cuatro tipologías de chicas solteras en Nueva York, capítulos de media hora, el sexo y las relaciones sentimentales como centro dramático, etc.-, los resultados acaso no podrían ser más distintos.
Debo advertir que nunca he sido capaz de soportar más de medio capítulo de Sexo en Nueva York (aparte de la manía especial que le tengo a Jessica Parker, tanto los personajes como sus propósitos me resultan insoportablemente idiotizados y banales), pero no he tenido mayores problemas para ver casi consecutivos los nueve que de momento se han emitido de Girls (queda uno para el final de la 1ª temproada, que actualmente se puede ver en España en Canal +). Aparte de que la honestidad y la inteligencia de la serie de la precoz Lena Dunham -con apenas 24 años, es creadora, actriz, escritora, directora y productora de la serie- es muy superior a la del pastoso show protagonizado por Jessica Parker, Girls mantiene los pies en el suelo, nos habla de tú a tú, muy lejos de la superioridad y de la frivolidad desde la que concibió Darren Star su serie. Si Sexo en Nueva York proponía el fracaso romántico bajo el envoltorio del éxito social y la ostentación del lujo pre-crisis, Girls sitúa la desilusión romántica en el contexto del fracaso social y político de nuestra era, con cuatro veinteañeras sin trabajo o con trabajos precarios sobreviviendo en la metrópoli, en esa edad en la que dejan de ser adolescentes para convertirse en algo que desconocen -son ‘girls' pero también son 'women'-, y además no tienen ni idea de qué hacer con sus vidas.
Fotograma de Girls
El mundo de la moda, la literatura y las galerías de arte confluyen en ambas series, si bien en Girls no está tratado con la estética de diseño, casi de video-clip, de How to Make it in America, y su retrato de Nueva York es mucho menos trivial, más personal. La fuerza de Girls procede de la riqueza de sus personajes y sus intérpretes, así como de la calidad de sus guiones, de un tono entre irónico y escéptico, y una puesta en escena más relacionada con el cine 'indie' -de hecho, Lena Dunham ha dirigido el filme altamente autobiográfico Tiny Furniture, donde también intepretaba a una recién graduada tratando de llenar sus ambiciones artísticas mientras lucha día a día por mantenerse a flote- que con el género de comedias románticas de alto voltaje hormonal como El diario de Bridget Jones o la serie Ally McBeal (Renée Zellweger y Calista Flockhart también entran en la categoría de esas actrices a las que no soporto durante mucho tiempo). Si Sexo en Nueva York pertenecía al ámbito de Wall Street, Girls pertenece al de Main Street. Y esto es así tanto para su contenido como para su contienente. Todo es más sucio, oscuro, realista, perturbado. Sobre todo el sexo.
Señala Apatow que es extraño que una serie como Girls no esté censurada. Bien es verdad que cierto tipo de escenas, bien sea por su contenido sexual (en todo caso, muy anti-erótico) o por la pólvora irreverente de sus diálogos, no son de lo más frecuente en un 'dramedy' realista de este tipo, pero no se cruza ninguna frontera en Girls que no hayan cruzado antes otras series de la HBO. En todo caso, para una teleficción de estas características, es probable que Girls haya llegado más lejos que sus precedentes. Lo más sorprendente es al fin y al cabo el particular sentido del humor de Lena Dunham, su mirada vivaz y aparentemente no alienada, su actitud desacomplejada tanto delante como detrás de la cámara. Es un humor judío-neoyorquino, con claras similitudes con el de Woody Allen o Larry David, locuaz, ácido, sin sentimentalismos, esencialmente ególatra (a veces demasiado) y evitando moralismos (incluso en un episodio dedicado al aborto), si bien Dunham demuestra que tiene la habilidad -sobre todo a partir del tercer capítulo- de retratar el estado del alma contemporánea y de imaginar personajes muy distintos a ella (como el impagable Adam Slacker) sin caer en los clichés y venciendo las tipologías comunes.
Puede que Dunham aún sea muy joven y haya vivido poco, y por lo tanto parece que escribe sobre aquello que ha experimentado (de ahí la honestidad y verdad que se apropia de la serie a medida que avanza), pero también es una excelente observadora de su entorno: "Quiero ser la voz de mi generación... o al menos una voz", le dice su alter-ego, Hannah Horvath, a sus padres en el piloto. Como si fuera una suerte de Richard Linklater en femenino (las confluencias con Reality Bites también son claras), o una Miranda July más carnal y menos etérea, Dunham ha adquirido cierta sabiduría que le permite tomar perspectiva sobre las cosas, sobre el tiempo que le ha tocado vivir y los cambios de paradigma en las relaciones sociales y las brechas generacionales, y además tiene el potencial y el talento suficientes como para convertir todo eso en algo realmente valioso. Puede que, con todo, Dunham esté muy cerca de conseguir lo que quería, convertirse en una de las voces más interesantes de su generación.