Jordi Soler. Por Gusi Bejer

Pregunta: Sus novelas hablan de los perdedores de la guerra civil, pero ¿hubo vencedores?

Respuesta: No podía haberlos. Los franquistas, no satisfechos con la victoria, enviaron a los republicanos al exilio y dentro de España los persiguieron de manera despiadada. Las victorias gestionadas con semejante mezquindad terminan siendo derrotas; el arte, la ciencia y la inteligencia tuvo que irse al exilio y eso se sigue notando hasta la fecha en España. La Guerra Civil fue una guerra perdida para todos.

P: Los rojos de Ultramar, eje del volumen, se basa en las me-morias de su abuelo: ¿cuánto de él y de sí mismo hay en él?

R: Es una novela basada en la aventura personal de mi abuelo y en sus ramificaciones a lo largo del tiempo y la geografía, hasta llegar al narrador, que soy yo mismo, su nieto. La novela está contaminada por la realidad, pero también es cierto que, una vez que empezó a ser leída, empezó a contaminar a la realidad, al grado de que ocho años después de publicada me cuesta trabajo distinguir entre lo que pasó y lo que inventé.

P: ¿Cómo fue el regreso a Barcelona de su abuelo, Arcadi, en 1978?

R: Llevaba cuarenta años fuera de España, viviendo en la selva mexicana, e imaginando que Barcelona y los afectos que había dejado seguirían exactamente igual. Se equivocó, por supuesto; donde estaba su casa habían construido un edificio; el catalán que hablaba no lo entendía nadie y su hermana, que había logrado quedarse, le pareció, cuarenta años después, una perfecta desconocida. Aquel viaje le sirvió para darse cuenta de que era mexicano, y que uno termina siendo de donde son sus hijos y sus nietos.

P: ¿Y a usted?

R: En cuanto llegué a vivir a Barcelona decidí que lo mejor era liquidar los recuerdos ajenos y construir mi propia galería con la Barcelona de mis hijos, que es la mía; la de mi madre y la de mi abuelo me parece otra ciudad.

P: Tras su regreso, ¿cuándo se ha sentido ganador, literaria y sentimentalmente?

R: El oficio de escritor no da para sentirse ganador de nada, pero también es verdad que quedamos satisfechos con muy poco; a mí, por ejemplo, me basta con enterarme de que alguien está leyendo un libro mío para sentirme feliz. Y lo mismo diría de la vida sentimental, se trata de un territorio donde hay que estar siempre a la altura.

P: ¿Es el más mexicano de los narradores españoles o el más español de los mexicanos?

R: Creo que, lo que de verdad soy, es un narrador irlandés.

P: ¿No le asombra el sectarismo actual, que hace que se ignore el trabajo de quienes no publican en el mismo medio?

R: Me asombran los sectarismos, los nacionalismos, los fundamentalismos y todo lo que, en este mundo tan vasto, te invite a esconderte en un rincón.

P: Hace poco escribió, a propósito de Orwell, que “las ideologías se desvanecen”, ¿con qué consecuencias?

R: Me parece que en los últimos años Europa se ha orientado exclusivamente hacia el dinero, y esto va en contra del resto de los elementos de la vida; hoy la solidaridad, el espíritu de sacrificio, el jugarse el pellejo por un ideal, cosas que eran normales hace cincuenta años, parecen conceptos ociosos, cuando no tontos, porque no dejan dinero, y esto es algo que en el futuro vamos a lamentar.

P: ¿Y en México, donde los candidatos a la presidencia parecen tener poca entidad, al menos en lo que a cultura se refiere?

R: En México los candidatos tienen poca entidad en todo, no sólo en la cultura pero, ¿qué me dice de los políticos españoles?

P: Uf, cambiemos de tercio... ¿Qué lee, de la otra orilla y de esta?

R: De esta acabo de leer Aire de Dylan, la fabulosa novela de Enrique Vila-Matas, y de la otra estoy releyendo las novelas de Jorge Ibargüengoitia

P: ¿Qué está escribiendo?

R: La novela de un santo contemporáneo que va por las calles y los mercados, una especie de Jesucristo Superestrella que de pronto se mete a predicar al Corte Inglés. El fondo sería el lugar que tiene la espiritualidad en la era de Google y la imposibilidad de ser bueno en un mundo que ha sido arrasado por el dinero.