El pintor y dibujante Javier Montesol.
El artista regresa a los tebeos tras 20 años dedicado a la pintura con la sobrecogedora 'Speak Low', que acaba de publicar Sins Entido
Pregunta.- ¿La pintura era insuficiente para expresar todo lo que ha contado en Speak Low?
Respuesta.- Sí, empecé a dibujarlo en el verano de 2010 a partir de un linchamiento que sufrió un hijo mío al salir de una discoteca en la A6. Un año antes él había tenido un cáncer. Fueron tales la violencia y el sufrimiento que no tuve más remedio que contarlas en una historia. A un amigo de mi hijo le pasó lo mismo, en la puerta de un local le persiguió una chusma de gente bebida y drogada, como se cuenta en el libro, y no se le ocurrió otra cosa que atravesar la 503, donde fue atropellado. Todo eso lo mezclo con el hundimiento del mercado del arte, con el trapicheo de los galeristas en España, cuando se ha convertido todo en una merienda de negros. Me pareció como el preámbulo de lo que estamos ahora viviendo en España a nivel colectivo y el núcleo que me impulsó a escribirlo.
P.- Se adelantó a la sensación de miedo y asco que tenemos hoy todos.
R.- Me puse a dibujarlo en 2010, ahí ya estaba sintiendo cosas, me estaban cayendo palos de mucho cuidado. Es una reflexión sobre un estado de dolor o de pesimismo que te cae encima. Así fueron apareciendo las capas de dolor que tenemos en nuestra piel, las de otras épocas, y también los momentos felices de la existencia, esos que relaciono con cosas como la infancia de los hijos. Ves que la felicidad es desayunar con la familia, compartir una tarde de playa con los tuyos. Hay que tenerlo presente, tenemos que sacarnos ese miedo.
P.- ¿El cómic era el vehículo idóneo para esa catarsis?
R.- Hoy se han roto las barreras, con la música rock puedes llegar a hacer una obra maestra. No por estar pintando eres superior al que está dibujando viñetas en un periódico. Estamos en un momento híbrido, también en la cultura, y eso lo veo fantástico. A mí los escritores malditos, Faulkner, Scott Fitzgerald, Carver... son los que me gustan porque supieron mezclar lenguajes. Eso es lo que he hecho, meter la pintura en el cómic.
P.- Hay en el libro una decepción hacia su generación, con aquello en lo que se convirtió la contracultura de su juventud.
R.- Sí, viene de los 90, de cuando se desató el consumismo en España con los Juegos Olímpicos de Barcelona como guinda del pastel. Mucha gente de mi generación perpetuó el saqueo y lo incrementó. Este es un país en el que hemos pasado de la tortilla de patata en la tasca al tío que está desintegrándola y haciendo buñuelos sintéticos con ella. Se ha rizado el rizo a nivel de creación, en parte porque había un mercado internacional para ello. Yo no me apunté a la fiesta, me fui a la Bretaña francesa a pintar y a empezar un trabajo a la inversa: no más provocación, no más cómic gratuito... volví a los orígenes y me di cuenta de que ese nervio que nos une a toda Europa es la cultura griega y la Biblia, que son nuestro eje vertebrador y que han sido mis compañeros de viaje estos últimos 20 años. El sistema educativo español también ha fallado en este sentido, se ha perdido en la lucha de partidos por eliminar lo que había hecho el anterior. Se han creado cosas como Educación para la Ciudadanía, que es un manual para sobrevivir en un centro comercial pero no para la vida. Sólo la Biblia y la mitología hablan de lo que es el hombre. Nos hemos convertido en parásitos de nuestro sistema y en esclavos de las farmacéuticas alemanas...
P.- ¿Cómo ha encontrado el cómic a su regreso? Usted proviene de una época de esplendor de los tebeos. Dicen que ahora se está viviendo otra.
R.- No he leído nada de tebeos en estos 30 años, bastante he tenido con leer la Biblia o autores que me interesaban. Ahora estoy con Moby Dick, ahí encuentro cosas sorprendentes ¡como para leer cómic!
P.- Pues se publican cosas muy buenas.
R.- Seguro que sí, pero yo soy padre de familia. Me conecto a Facebook, que es como la prensa underground de los 70, el Ajoblanco de hoy. Tengo agregado a todo el personal del cómic y leo cosas divertidísimas, es como estar leyendo fanzines todo el tiempo.
P.- La crítica ha abrazado su regreso con elogiosas reseñas. ¿Lo esperaba?
R.- No me esperaba nada, para mí fue un momento mágico el de la creación del libro, me levantaba sabiendo lo que iba a escribir. Fue largo el proceso de elaboración, me iba por los cerros de Úbeda, lo releía con mi mujer, con la directora de la editorial... Era un análisis muy profundo y muy doliente, hacía falta un estado de ánimo muy duro y sincero y muy de verdad para escribirlo, supongo que lo habrán valorado.
P.- ¿Lo leyeron sus hijos?
R.- Sí, uno me decía que no iba a ningún lado; el otro, que hiciera manga... Es que no me asocian a esto porque he sido típico padre ama de casa. No me conocen para nada, no tienen ni idea de la época aquella de mi vida. Yo paso la aspiradora, hago los baños y luego me voy a pintar. En el fondo lo que pesa es el rol social.
P.- Speak Low es esperanzador. Con la generación de sus hijos y con la suya.
R.- Tiene muchas lecturas. La muerte del hijo en el libro simboliza el tsunami que le ha venido a nuestros hijos, que han pasado de tener vacaciones e ir a una universidad privada a no poder tener ni lo uno ni lo otro. Hace falta una energía social de todos y hace falta es abrir esa maleta del amor para salir de esta historia. Sobra el derrotismo y es necesario, más que ser optimistas, poner la brújula en su sitio. ¿Todo aquello que teníamos valía la pena? ¿Fiestas pagadas para celebrar un cumpleaños? No, tenemos que reorientarnos, es lo único. Todo lo que no sea eso, a la basura.