Faulkner, en su santuario
50 años después de su muerte, celebramos al Nobel más díficil, influyente y descreído, el escritor que enfureció la novela
6 julio, 2012 02:00Un 6 de julio como hoy de hace cincuenta años moría en Byhalia (Oxford) el genio que dinamitó la novela contemporánea: se llamaba William Faulkner, Falkner en realidad, y había nacido en 1897. Sureño, Nobel, dipsómano y descreído, impregnó de manera decisiva a varias generaciones de creadores, desde los grandes del boom (García Márquez, Vargas Llosa, Onetti) a los novísimos narradores contemporáneos. Instalado literariamente en el territorio mágico de Yoknapatawpha, un condado “diseñado como un infierno de almas” según Alejandro Gándara, se ganó la vida como guionista de cine, trabajo que despreciaba, sin olvidar jamás que era preciso soñar y apuntar “más alto de lo que sabes que puedes lograr”.
¿Su secreto? Trabajar y leer incansablemente, todo, bueno y malo, sin ocultar su desprecio por los autores más jóvenes, hasta proclamar que “El día en que los hombres dejen de tener miedo, volverán a escribir obras maestras, es decir, obras perdurables”. El Cultural brinda por él con Alejandro Gándara, que lo desnuda letra a letra; con Ignacio Echevarría, que evoca al “Maestro inservible” y con José Antonio Gurpegui, que reseña sus Cartas escogidas.
- F.A.U.L.K.N.E.R, por Alejandro Gándara. Del alcohol, la bondad o Dios hasta la naturaleza, el progreso o el ficticio pueblo Yoknapatawpha, un recorrido por el imaginario del narrador estadounidense. Recorremos a William Faulkner, el escritor iracundo, de la A a la Z.
- Crítica de Cartas escogidas, por José Antonio Gurpegui. El autor sureño tenía plena conciencia, por primera vez, no solo de su éxito literario, sino de la influencia que tendría en la historia de las letras norteamericanas. La actitud de William Faulkner resulta, en el siglo XXI, un tanto paternalista.
- Un maestro inservible, por Ignacio Echevarría. “El día en que los hombres dejen de tener miedo, volverán a escribir obras maestras, es decir, perdurables”. El descrédito de su “estética de la dificultad” convierte a Faulkner en un viejo maestro cuyo poder de irradiación parece quedar fuera de esta época.