Las utopías nos recuerdan que somos imperfectos. La perpetuación de las utopías -siempre las mismas, aunque adquieran otros rostros- nos alerta que, además de imperfectos, no aprendemos de los errores del pasado. The Newsroom (HBO), la nueva serie de Sorkin -sobre quien escribí hace unos meses este post-, redunda en otra utopía recurrente del audiovisual norteamericano, mostrándonos que, una vez más, quizá no es demasiado tarde para el periodismo. Los protagonistas de la nueva serie de la HBO, conductores de un informativo en la televisión nacional norteamericana, todavía guardan algo de romanticismo hacia su profesión. Creen que la información no debe rendirse al entretenimiento, ni esgrimirse como antorcha publicitaria de intereses económicos y políticos, ni renunciar a su condición de cuarto poder. "Llegó la hora de Don Quijote [...] Reivindicar el periodismo como una profesión honorable. [...] La muerte de la vulgaridad, del cotilleo y del voyeurismo", dice la productora del informativo, Mackenzie MacHale (Emily Mortimer). La ficción es altamente utópica.





[Breve interrupción: el estreno de The Newsroom en Estados Unidos (que emitirá Canal + en septiembre) coincide con el nombramiento del nuevo director de los informativos de TVE -otra "conquista social" también en alarmante regresión-, cuyas artes telemadrileñas entran en clara oposición con lo que defiende la serie de Aaron Sorkin. En verdad, entran en clara oposición con cualquier forma no planfetaria de periodismo].



The Newsroom llega en un momento en el que el periodismo se ve herido de muerte, atacado por varios frentes en forma de crisis (no sólo financiera, también la crisis de las comunicaciones y la muerte del oficio en favor de una productividad esclavista y no especializada), y al contrario de lo que hiciera The Wire en su quinta y última temporada -las malas prácticas del periodismo sensacionalista mediante el trabajo de un redactor arribista de The Baltimore Sun-, retrata un escenario hipotético (y utópico) en lugar de un escenario verosímil y real. Aaron Sorkin parte de una presunción: ¿qué ocurriría si una cadena de televisión poderosa decidiera hacer buen periodismo? Esto es: no casarse con nadie, buscar la objetividad y valorar las noticias en función de su interés público, y no bajo la dictadura de las audiencias y de la publicidad.



¿Por qué es Estados Unidos el mejor país del mundo?



El comienzo del piloto, dirigido por Greg Mottola (Adventureland), es un arranque de honestidad suprema por parte del periodista Will McAvoy (Jeff Daniels), que hasta entonces tenía fama de neutral, pero que en una mesa redonda universitaria suelta todo lo que piensa de su país (en el vídeo). "Estados Unidos no es el mejor país del mundo para vivir", sostiene. Encontramos aquí un claro tributo a la catarsis del periodista-profeta interpretado por Peter Finch en Network, de Sidney Lumet, que es según Paul Thomas Anderson el mejor guión de la historia del cine norteamericano (escrito por Paddy Chayefsky). El entusiasmo es hiperbólico, claro, pero ciertamente se trata de un excelente guión, cuyo leitmotif -la ética periodística, aquello que en la facultad llaman, al menos cuando yo pasé por allí, "epistemología de la comuniación"- es el mismo que el de The Newsroom. Sorkin ha tomado buena nota de la película de Lumet.







Pero el flujo dialogado de Sorkin, que llena sus guiones de palabra y velocidad, de manera que cada personaje siempre tiene la réplica perfecta en la boca, y cada actor debe hacer malabarismos para encontrar la respiración en sus líneas de diálogo, apela a un cine más antiguo, el de la comedia sofisticada de Howard Hawks. Luna nueva (His Girl Friday, 1940), considerada la primera película en la que los personajes se pisan unos a otros y hablan a la vez (mucho antes de que lo hicieran Robert Altman y Woody Allen), acude inevitablemente a nuestra memoria frente a la endiablada logorrea de The Newsroom. No es que la serie de Sorkin vuelva a ser una adaptación de la obra de teatro de Ben Hetch The Front Page -que antes de Hawks ya había trasladado con anterioriedad al cine Lewis Milestone, y se trasladaría varias veces después: Billy Wilder, Ted Kotcheff, etc.-, sino que más bien replica su metodología escénica.



Sorkin se ha consolidado como uno de los grandes autores de la teleficción por su capacidad para analizar microcosmos de la sociedad del espectáculo norteamericana -la política, la televisión, el deporte, etc.-, mientras que sus guiones cinematográficos siempre se sumergen en historias basadas en casos reales -La red social, Moneyball y ahora prepara el biopic de Steve Jobs-, si bien esta vez la sensación de deja vu es más poderosa que nunca. Aunque vislumbro sus intenciones pedagógicas, considero un error que, en lugar de fabular con crisis ficcionadas, sitúe su show en el pasado reciente, de manera que los argumentos de cada episodio se refieren a noticias viejas: el vertido de BP, el Tea Party, la política de inmigración en Arizona, etc.





Pero allí donde la "plantilla o la fórmula Sorkin" se manifiesta con mayor evidencia es en las situaciones románticas que propone, y que son el eje principal de la vertiente emocional de la serie. La relación entre McAvoy y MacHale, que no en vano guarda similitudes con la de Walter (Cary Grant) y Hildy (Rosalind Russell) en Luna nueva, es muy similar a la de los "ex" que trabajan juntos en Studio 60, su anterior serie. Mientras el hombre es el que lleva las riendas, el personaje femenino representa el modelo de comportamiento ético, que estimula y engrandece la profesionalidad en el trabajo. En cierto modo, The Newsroom prefiere sermonear que mostrar, y aunque podemos comulgar con sus mensajes de carácter liberal, el poco interés que despiertan las relaciones entre personajes devalúa todo el tinglado. La operación cómico-romántica, es decir, la vertiente Hawks de The Newsroom, deja mucho que desear en contraste con sus contenidos estrictamente periodísticos, que no en vano pecan de candidez y de forzado didactismo. Cuando la serie se desvía de su cometido político para adentrarse en las relaciones humanas, el desequilibrio queda en evidencia. En todo caso, habrá que seguir apelando a la utopía.