Carlos Álvarez, por Gusi Bejer
Pregunta: ¿Cómo ha llevado estos meses de convalecencia?
Respuesta: Con tranquilidad y algún momento de zozobra. Ahora emocionado de volver a empezar de cero.
P: Entonces, con 26 años, le negó un Rigoletto al mismísimo Muti en La Scala...
R: Y volvería a hacerlo. Era demasiado joven. Para poder encarnar a Rigoletto hay que haber sido padre primero.
P: Por esa misma regla de tres, ¿qué hay que hacer para ser un buen Don Giovanni?
R: Haber vivido mucho. No sólo al contacto del amor y de la pasión, también de la traición y del miedo. Es un personaje con muchas caras.
P: Se llevan las lecturas redentoras, los dongiovannis que se van de rositas. ¿Por qué?
R: Todo obedece a una teoría psicoanalítica, según la cual algunos directores de escena proyectan sus problemas en el escenario. No es el caso de Roland Schwab. El Don Giovanni de Peralada recupera la idea original del libreto con un impactante desenlace.
P: Precisamente ahora, que la impunidad está tan a la orden del día...
R: No hay que desesperar. Los 33 consejeros de Bankia ya están imputados. La impunidad no es posible en un Estado de Derecho.
P: Volviendo a Don Giovanni, ¿es compatible la vida libertina con la carrera de cantante?
R: Hay que vivirlo todo, incluido los excesos. Está demostrado biológicamente que cuando una célula llega al límite de su crecimiento, de pronto, se divide. Infringir los límites forma parte de nuestra propia evolución.
P: ¿Qué será de nosotros si se demuestra la existencia del bosón de Higgs?
R: Esta mañana en Twitter una mujer preguntaba si se le puede poner bosón a las lentejas. No hay por qué temer. La vida se abre paso...
P: Pero, de confirmarse que somos sólo números, no habrá dongiovanni que valga.
R: Depende de cómo se mire. Las partículas elementales también se unen por una serie de fuerzas misteriosas. Pienso que los bosones que se quieren eligen estar juntos.
P: Viene de participar en un ciclo de conciertos producido por Manolo Sanchís. ¿Existen hooligans en la ópera?
R: Recuerdo el Auto de Fe de un Don Carlos en el Liceo en el que los cantantes aparecíamos por el patio de butacas mientras la gente nos imprecaba desde los palcos... En otra ocasión, durante mi debut en un Otello en Sevilla, el director de escena me había indicado que escupiera un crucifijo durante el Credo. Aquello indignó al público, que llegó a creer que era cosa mía...
P: Dimitió como presidente de su propia fundación. ¿No quería pertenecer a ningún club que le aceptara como socio?
R: Mi idea era que la fundación estuviera al servicio de la sociedad y no de intereses particulares. No tenía sentido que algo en lo que no creía llevara mi nombre.
P: ¿Qué es más doloroso, el silencio o el abucheo?
R: El silencio, sin duda. El abucheo, al menos, implica emoción. Lo mismo pasa con las críticas. Prefiero que me digan ciertas cosas y no que tengo los ojos azules. Eso sí, que vayan bien firmadas. Quiero mi derecho a réplica.
P: Iba usted para médico. ¿Qué aria analgésica le recetaría a sus pacientes?
R: La Wally de Catalani. No falla.
P: ¿Qué se le pasó por la cabeza cuando los foniatras le dijeron que quizá no volvería a cantar?
R: Desde luego que muchas cosas. Pero me volví solo desde Málaga a Sevilla en coche y no tengo memoria de ese viaje.
P: ¿Qué ha hecho mientras no cantaba?
R: Todo lo demás. Mi hijo me decía que era feliz, que en un año pasamos más tiempo juntos que en toda la vida.
P: Lo peor fue la recaída...
R: Iba a volver con el Attila de Muti en el Met. Pero la voz dijo basta. He llorado mucho en los camerinos, pero siempre con mi mujer y rodeado de buenos amigos.
P: Ahora todo se ve diferente. Incluso ese e-mail en el que le daban por muerto...
R: Decía que me encontraba en fase terminal en un hospital de Madrid. Ante esas cosas sólo cabe la risa o el llanto. Y, por suerte, a mí me tocó reír.
P: ¿Qué podremos aprender de su Don Giovanni?
R: Ahora que sólo se habla de dinero, convendría no olvidar que la nobleza de espíritu no tiene precio.