Javier Tomeo. Foto: Antonio Moreno
Acudo al domicilio de Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) para una charla. La excusa es la edición de sus
Cuentos completos en la estimulante editorial Páginas de Espuma. Pienso que de llamarme Ramón y no Carlos, éste podía ser el principio de una de sus novelas. Ramón y Javier. Se cierra la puerta. Primera casilla. Ratón y gato con la medicación cambiada, por ejemplo.
Recuerdo leer a Javier Tomeo en los ochenta y tener la misma sensación que ahora. De ser un escritor libre en un planeta propio y acogedor pero solitario. Como el
Principito. O uno de los ogros de Óscar Wilde. Javier Tomeo encontró una manera subversiva de explicar la realidad desde sus primeros libros y allí sigue. Abres sus páginas y él coloca las piezas en el tablero y el sentido común ante situaciones absurdas, grotescas, ilógicas te lleva de una página a otra.
La literatura Tomeo te hipnotiza como una serpiente porque conecta con tus juegos mentales. Y muchos de sus ingredientes siguen siendo alquímicos. Solo así se entenderá que pasan los años y los lectores jóvenes siguen buscándole y encontrándole. La gente que le sigue lo hace con un afán devoto por alguien que te da lo que buscas aunque no sepas que lo andaras buscando. Javier Tomeo me espera en su salón. Cariñoso como siempre. La tele anda encendida pero sin sonido. Políticos que mueven la boca sin que escuchemos lo que dicen. Rajoy en la ONU sin auditorio. Artur Mas y el
Castillo de la Carta Magna Cifrada.
Pienso que algunos viven en tramas Tomeo. Y a todos nos iría bien leerle un poco más. No en vano Javier Tomeo es el escritor favorito de Frank Kafka. ¿Seguro que nadie en este país ha pedido un agrimensor?
Patria aragonesa
La actualidad política manda. Le han llamado de El Heraldo de Aragón, preocupados porque en un futuro estado independiente, Tomeo se quede en tierra extraña. Él los ha tranquilizado: “Siempre me han tratado muy bien aquí y aquí me quedaré. Haré patria aragonesa. Eso sí, cuando vaya allá iré con pasaporte.
Igual habrá un puesto de aduanas en Fraga. Cambiaremos moneda por peras. Peras limoneras”. Humor Tomeo. Sano. Pasamos a hablar de libros. Me pregunta por los míos. Se disculpa por no leer ya novelas de gente que empieza. “Debería hacerlo. Yo una vez fui joven y me gustaba que lo leyeran”. Le explico que quiero charlar con él de lo suyo. De cómo construye su mundo. Cómo empieza todo. Desde lo más básico.
Javier Tomeo: Escribo a mano. Es mucho mejor. En los últimos tiempos utilizo el ordenador. Más cómodo: puedes corregir. Y los márgenes ordenados.
Carlos Zanón: Escribir a mano es elegir las palabras, un esfuerzo físico. Pasa lo mismo con las fotos digitales. Es tan fácil que hemos perdido el ojo que buscaba y encontraba el momento mágico, el clic.
JT: Es mucho mejor a mano pero con los años,
yo tenía una letra bonita pero ahora escribo cosas que luego las leo y ni las entiendo.
Me lo imagino. La literatura de Tomeo siempre tendrá algo de artesanal, de mecano construido desde abajo. El trabajo de un albañil disciplinado y el sueño loco de un mago.
Concentración literaria
JT: A veces me siento delante de una cuartilla en blanco porque tengo ganas de escribir aunque no sé de qué.
Entonces empiezo dibujando una letra. La que sea. Una ‘e' pues una ‘e'. La dibujo, la decoro. Me doy tiempo. Y luego la acompaño de la siguiente. Una ‘l' pues ‘l'. Luego otra palabra. 'Hombre' por ejemplo. Y otra y otra. ‘El hombre avanza lentamente por la llanura'. La historia se empieza a mover.
CZ: Tus novelas tienen mucho de juego, de irse construyendo a medida que las escribes y que las lees.
JT: Sí,
escribo historias que trascienden la realidad a base de automatismos mentales. Situaciones dramáticas que encuentran su camino y llegan a finales inesperados. Las historias van llegando.
CZ: Tus personajes también obedecen a sus propios automatismos.
JT: Claro, si yo funciono a base de automatismos, los personajes también. Echan a andar y me escriben la historia. Tienen reacciones inesperadas.
Me gusta abandonarme al ello, al subconsciente. Pero siempre basándome en la realidad.
Nos tomamos el café. Él sin azúcar. Nos lo sirve Alejandra, una chilena simpática y amable que ayuda a Javier, especialmente ahora que anda mal de la pierna “a causa de corregir tanto y estar tantas horas sentado escribiendo”. Corrige mucho. Muchísimo. De ahí pasamos a hablar de los autores que hacen libros de 800, 1000 páginas. Tomeo menciona a Ken Follet.
JT: Yo es que practico eso que se llama concentración literaria. Si puedes utilizar para decir algo dos palabras no utilices cuatro.
CZ: A esa clase no asistió Ken Follet.
JT: ¿Pero qué hacen estos tíos? ¿Hacen novelas históricas? Eso no son novelas son reportajes literarios. ¿Las venden a peso?
Palabras iluminadas
Me viene a la memoria en una charla en grupo con James Ellroy que decía que sus libros cada vez tienen más páginas porque tiene más ex esposas a las que pasar pensión. Después de eso cogió su móvil, llamó a su casa y se puso a hablar con su perro. Desconozco si el perro le contestaba. El librero Paco Camarasa asegura que sí.
JT: Me siento muy cómodo en el cuento. Tengo muchísimos. Desde microrrelatos a más extensos pero no mucho. Breves pero muy corregidos.
CZ: Tus narraciones se ven muy trabajadas. No hay nada superfluo.
JT: Es que quiero que las palabras estén iluminadas por dentro. Que tengan una luz interior. Los críticos franceses han dicho de muchos escritores españoles que son oradores que escriben, que utilizan palabras muy altisonantes a base de gerundios, alto, grande, espléndido, y tienen razón.
El café se me ha enfriado. Pero como me enseñó mi madre, si vas de visita, el café con leche te lo acabas y las galletas ni tocarlas.
CZ: Me gusta mucho de tus historias que los personajes tratan ante situaciones ilógicas seguir actuando siempre con sentido común, que no pierdan el control.
Y como era de prever aparece K. Yo me había prometido no mencionarle porque imagino que Tomeo ha de estar cansado de hablar de él tanto como yo del futuro de la novela negra. Pero K y T son buenos amigos. En el fondo es un lujo tener de compañero de viaje a Franz.
JT: Como los personajes de Kafka. Están ahí desvalidos. Se van moviendo en círculos concéntricos. La narración vuelve, vuelve, vuelve. Se repite, se repite y se repite. Pero yo ya me parecía a Kafka antes de leerlo. Entiéndeme, no lo había leído en profundidad.
La metamorfosis y poco más. Pero no está mal ¿eh? Lo considero uno de los mejores escritores del siglo XX, de la Historia de la Humanidad. Luego me fui diferenciando.
Ese sentido del humor negro, aragonés. Castellet me llamaba ‘víctima de Kafka'. Pero también estudié Derecho. Y Criminología. Y estudié a Freud, el ‘Yo', el ‘Ello', todas esas cosas y fui hacia una literatura marginal. Quizás de haber leído a Kafka en profundidad hubiera escrito distinto.
CZ: También él.
Literatura de acoso y derribo
Tomeo se ríe. Está muy contento con el libro de Páginas de Espuma. Me quiere enseñar la portada. La busca en su portátil. Se hace un lío pero la encuentra. La foto -“de una chica fotógrafa nueva, muy buena”- de la portada es de su cara, embozada tras el cuello de un abrigo.
CZ: Si echas una mirada hacia atrás ¿qué cosas son las mejores y las peores de dedicarse profesionalmente a la literatura?
JT: Peores hay muchas.
CZ: ¿Cuáles?
JT: El corregir y corregir. La perfección es difícil de encontrar pero mis primeras novelas,
El castillo de la carta cifrada,
Amado monstruo o
Historias mínimas son redondas, en cierta manera.
CZ: ¿Eso condicionó los siguientes libros?
JT: Yo he ido escribiendo.
CZ: Pero tu caso es distinto. Desde tus primeros libros la sensación que uno tenía es que ya eres poseedor de un estilo muy propio, muy hecho.
JT: ¿Sabes qué pasa? Que cuando yo empecé se estilaba el realismo. La literatura debía ser un instrumento de acoso y derribo. Y yo lo intenté.
Esos libros que hablaban de unos emigrantes que llegan a Barcelona y se enfrentan a un medio hostil… Yo me daba cuenta de que eso no era lo mío, no era lo que yo quería contar. Nunca llegué más allá de la página quince.
CZ: A medida que vas formándote como lector y escritor, creo que hay un problema que has de equilibrar…
JT. ¿Cuál?
CZ: Vas leyendo y formalmente escribes mejor pero si pierdes la desfachatez de con lo poco que uno había leído y escrito del principio, y se creía que el mundo tenía que escucharte, leerte. Si pierdes eso, lo pierdes todo ¿no?
JT: Hablas del arrojo, de la juventud, en suma.
CZ: Tú siempre has conectado con un público joven. Pasan los años y añades sangre nueva a tus lectores.
JT: Siempre me ha pasado. Tengo lectores muy fieles. Y jóvenes.
Tengo ciertos fanes. Soy pocos pero de mucha calidad. Buenos lectores. A veces me escriben y se nota que saben leer, que tienen criterio.
CZ: Además ahora hay editores jóvenes... ¿Has publicado con Alpha Decay? ¿Qué tal la experiencia?
JT: Muy bien. El editor era amigo mío. Gente joven que con los medios que hay ahora pueden publicar de forma fácil y bien lo que antes era un trabajo que ni te imaginas. Hay muy buen pequeño editor.
CZ: Sí, gente que cuida lo que pone en el catálogo. Los de Libros de Asteroide, Minúscula... Pero sobre todo tú has publicado con Anagrama.
JT: Sí, podría decir que es mi editorial. Sigue siendo muy buena editorial. Tú ¿dónde publicas?
CZ: En RBA.
JT: RBA está muy bien. ¿Y Anagrama? ¿Has probado con ellos?
CZ: Lo intenté con mi anterior novela, Tarde, mal y nunca pero nada, no me quisieron. Para mí publicar en Anagrama era algo especial. En los primeros 80 en que empecé a leer en serio, su colección de Narrativas, en especial la extranjera, era brutal. Un hallazgo libro a libro. Sam Shepard,
La soledad del guerrero, Capote,
La conjura de los necios...
A Tomeo le gusta dibujar. Confiesa que no es que lo haga muy bien pero que para él, a veces, es importante, dibujar a sus personajes, o el Castillo, o una butaca de cine o las escenas que la propia historia va desarrollando.
En el Centro Pompidou proyectaron una serie de dibujos suyos. No es dibujante aclara “si lo intento hacer bien, lo haré mal”. Tomeo tiene consideración de delicatesen en sus traducciones al alemán o al francés, lectores que quizás no entiendan del todo su humor o de la lógica de sus historias, pero que conectan con él de algún modo. Suena el teléfono. Un grupo de teatro de Madrid están preparando un montaje sobre algunos textos de
Historias mínimas. Tomeo está encantado. Si puede, acudirá al estreno.
JT: Me han llevado mucho al teatro. Gustan las historias. Y son montajes baratos. Pocos personajes, escenarios sencillos.
CZ: Es que cuando afrontas tus cuentos o las novelas o los textos dramáticos uno no tiene claro que sean compartimentos estancos.
JT: Pues eso me preocupa bastante en el sentido de que cuando escribo narrativa, escribo narrativa y el éxito -relativo- en las adaptaciones teatrales de las novelas me pueda condicionar y me salgan las cosas demasiado teatrales. Pero como soy amigo de la brevedad, de la economía del lenguaje tampoco lo veo mal.
Además creo que ha llegado un momento en que se ha de hacer otro tipo de literatura. Hemos de competir con los nuevos instrumentos culturales.
CZ: Jugar con la celeridad, el grado de atención, lo visual y las ventajas de la palabra pero sin ensimismarse, ¿no estás de acuerdo?
JT: Sí, precisión, economía de lenguajes. Los grandes maestros se lo podían permitir. Pero la decadencia de la literatura -hablo de literatura de verdad no de reportajes literarios- llega cuando olvida que ha de competir con los otros instrumentos culturales.
Buñuel y cuatro más
Hora de acabar. Alejandra -que había ido a la farmacia- parece que ha vuelto. Una puerta que se abre y se cierra. La chica no contesta. Mundo Tomeo. Le pregunto si le gusta el cine “sí, pero Buñuel y cuatro más. Ahora solo sirve para la televisión, alfombra roja y la actriz de turno enseñando la teta”, la música.
JT: Escribo con jazz, música moderna, dodecafónica, con ruidos aquí y allá, los rusos. La música excelsa, demasiado perfecta, no me interesa mucho. Demasiado hermosa.
Suena otra vez el teléfono. Me despido. Javier me acompaña a la puerta. Casi me sabe mal que me haya dejado escapar del Castillo. Las gafas de escritores como Tomeo hacen que la lógica absurda sea asumible y los reyes simples cartas de naipes.