El dibujante Max. Foto: Domenec Umbert
Presenta estos días su novela gráfica más reflexiva, 'Vapor' (La Cúpula)
Pregunta.- No ha podido elegir mejor momento para escribir la historia de un tipo que se va al desierto porque está harto de todo. ¿Usted también lo ha deseado alguna vez?
Respuesta.- Muchas veces, pero esto no es de ahora. La crisis lo ha recrudecido mucho pero llevo años con esta sensación de agobio y hay momentos en los que me gustaría escaparme. Vapor es un poco la historia de San Antonio y las tentaciones llevada al mundo actual. Sus tentaciones son las de la sociedad del espectáculo, que le persiguen hasta el final.
P.- Se inspiró en Flaubert para escribirla.
R.- La idea se fue construyendo lentamente y a trozos. Lo primero que quería reflejar es lo insoportable que se hace cargar con los estímulos que nos vienen por todos lados y la banalidad de la inmensa mayoría de ellos. Nos tienen distraídos para que no tengamos un momento para reflexionar. Luego fui a dar con la novela de Flaubert [La tentación de San Antonio], porque el tema de los anacoretas me interesaba ya de antiguo. Quería hacer algo a partir de ahí pero pensé que el tema de buscar a Dios y evitar la tentación del diablo no podía interesar a nadie ahora. Así que entronqué esto con lo otro y rápidamente constaté que hoy, cuando ni Dios ni el diablo son datos que afecten a la sociedad, al menos no en nuestro lado del mundo, las verdaderas tentaciones son distracciones.
P.- Esas distracciones son en Vapor la publicidad, el ocio... ¿Cuál es la peor de todas?
R.- No sabría decirte una sola, creo que es la combinación de muchas lo que lo que hace que todo sea insoportable. No hay por dónde esconderse, te persiguen por todas partes. Es cierto que una de las peores es soportar la hipocresía de la clase política, su falta de autocrítica, sus irresponsabilidades. Pero hay muchas más.
P.- ¿Usted ha encontrado la forma de esconderse de ellas?
R.- Yo me he protegido en lo que he podido, eso ha significado convertirme en un francotirador. Mi obra es la de un tipo que va por libre y que no admite demasiadas injerencias pero eso al final hace que me sea difícil llevarla adelante... de todas formas estoy satisfecho.
P.- El año pasado la retrospectiva que se dedicó a su obra daba buena cuenta de que no le ha ido nada mal.
R.- Sí, es muy satisfactorio para mí comprobar eso, que por lo menos le reconozcan a uno la independencia mantenida a toda costa, la calidad de las cosas que hago. Está todo ligado, si viviera sólo de hacer cómics estaría obligado a dibujarlos continuamente y mermaría la calidad. Por eso sólo hago un cómic cuando tengo una idea buena.
P.- ¿Es ahora más reflexivo dibujando que antes?
R.- Sí, en los temas y en la manera de trabajar. Me lo pienso mucho, pero disfruto más que cuando lo hacía como un gamberro.
P.- ¿Y qué ve cuando relee las viñetas del chaval que dibujaba a lo gamberro?
R.- Veo a un autor joven buscando muchos caminos, porque yo siempre he ido en cada libro en una dirección distinta, aunque hay una unidad de fondo en todo y que notan muchos lectores. Es el sello personal que dicen y que no sé lo que es, está ahí y forma parte de mí. Hace un rato hablaba con alguien de que el sentido del humor es una de las cosas más personales que tenemos, es el que practico yo y no se parece al de nadie más.
P.- Es verdad que ha sido muy poco acomodaticio a la hora de dibujar. El estilo de este libro es muy novedoso. A veces recuerda al Frank de Woodring.
R.- Woodring me gusta mucho y admiro sus cómics porque no tienen palabras. Se expresa con el dibujo y de maravilla además. Dibujar algo así me tienta mucho. En este libro he tratado de darle un papel muy preponderante al dibujo y me he autolimitado mucho en los textos, porque a veces uno se pone a escribir y no para.
P.- ¿Y escribir sin más no le tienta?
R.- No lo hago desde los 90. Tengo un proyecto en mente, escribir un ensayo dibujado sobre el lenguaje simbólico en lo visual, aunque está en una fase del proceso en la que puede acabar en la papelera.