Patti Smith. Foto: Antonio Heredia.
Cuatro días y veinte llamadas después, Patti Smith (Chicago, 1946) responde al teléfono mientras baja precipitadamente las escaleras de su apartamento en Manhattan camino del metro que la llevará al este de Nueva York. Alguien la espera en algún lugar de Rockaway Beach en una de esas tardes lluviosas y melancólicas de Queens. “Oye, ¿te importa que hablemos mientras voy andando?”, arranca. “Perdona que ayer no te atendiera, pero es que tuve que acudir a un funeral...”, arguye luego la Smith, que acaba de publicar Banga (Columbia Records), su nuevo disco de estudio y el primer surtido de temas propios tras el emocionante Trampin' de 2004. Desde que saliera a la venta en junio, la crítica lo ha elevado a la categoría de Horses, su álbum de debut y uno de los alegatos más nutritivos del movimiento punk femenino de los años setenta, cuando la cantante, compositora y poetisa se repartía los escenarios neoyorquinos con artistas como Blondie y The Ramones.
La comparación se antoja oportuna si tenemos en cuenta que la mayor parte de los doce temas autoproducidos de Banga han sido grabados en los míticos estudios Electric Lady de Jimi Hendrix donde se tostaron las dos caras del LP Horses y la pista adicional (My Generation) 37 años antes.
Ha pasado mucho tiempo, y las preocupaciones ya no son las mismas, pero a sus 65 años Patti Smith reconoce haber cerrado un círculo que va más allá de la temática de las canciones y el espíritu decididamente roquero (aunque no sólo) de esta última aventura, que incluye canciones de amor y varios homenajes, como una balada dedicada a la malograda Amy Winehouse (This is the Girl), una suerte de panegírico a su amigo Johnny Depp (Nine), un vals a la memoria de la actriz Maria Schneider (fallecida, como Amy, en 2011) y una versión de After the Gold Rush, de Neil Young. “Me atrevería a decir que Banga es menos transgresor pero más reivindicativo que Horses. Ambos comparten, eso sí, un mismo espíritu y una misma luz”.
Podrán comprobarlo los asistentes a los cuatro conciertos que va a ofrecer en España con ‘Her Band' durante el mes de noviembre: en el Museo Guggenheim de Bilbao (el día 13), La Riviera de Madrid (15), el Auditorio El Batel de Cartagena (16), el Polideportivo El Cabanyal de Valencia (17) y el Palau de la Música de Barcelona (19). Le acompañarán algunos de sus músicos habituales (el bajista Tony Shanahan, el batería Jay Dee Daugherty y el guitarrista Lenny Kaye), además de Tom Verlaine, Jack Petruzzelli y sus propios hijos, Jackson y Jesse Paris. “Curiosamente el disco ha tomado prestado también el nombre de un animal. Esta vez se trata del perro de la novela El maestro y Margarita de Mikhail Bulgakov, un personaje que representa la lealtad y la fidelidad. Es mi forma de agradecer la lealtad de los músicos que me han acompañado todos estos años y también la fidelidad de mi público, que siempre ha estado conmigo”.
De vuelta a las profundidades del metro, la voz de Patti Smith se pierde a ratos entre el bullicio de la gente, el ruido metálico de los vagones y los estertores subterráneos que describe Jennifer Toth en su Mole People, espeluznante crónica de la vida en las alcantarillas y las estaciones abandonadas de Nueva York. “El día a día en el underground puede ser muy dura...”, bromea entrecortadamente. Hace sólo unas horas que el National Hurricane Center de EE.UU. ha localizado un pequeño ciclón tropical en el mar Caribe que las autoridades han bautizado como Sandy. Ajena a la tragedia que se avecina, la Smith se apea en la estación de West Fourth Street -“que es como pasear por la letra enardecida del Positively 4th St. de Dylan”- en busca de cobertura para seguir hablando del tercer tema del disco, Fuji-San, dedicado a las víctimas del terremoto que asoló Japón en 2011. “La naturaleza nos acecha en todo momento. Nadie está completamente a salvo. En la ciudad una se siente segura entre los edificios o bajo tierra, pero todos sabemos que cualquier cosa podría pasar de un momento a otro”, dilucida premonitoriamente.
La visita de la cantautora coincide con la publicación en España de su colección de poemas El mar de coral (Lumen), que escribió antes que Éramos unos niños, honesto relato autobiográfico en el que rememora sus días de juventud en la Gran Manzana junto al desdichado fotógrafo Robert Mapplethorpe y que le ha valido el prestigioso National Book Award. “¿Adónde conduce todo? ¿En qué nos convertiremos? Aquellas eran nuestras preguntas de juventud, y el tiempo nos reveló las respuestas. Conduce al otro. Nos convertiremos en nosotros...”, reza uno de los poemas, que parece sacado del último artefacto de Godard, Film Socialisme, en el que participó con un cameo: a bordo del Costa Concordia, un barco a la deriva de la civilización, Patti Smith se aferra a la guitarra como único salvavidas.
In memoriam
-Casi cuatro décadas y nueve discos separan Horses de Banga. ¿Qué cree que ha motivado tantas comparaciomes?
-Quizá los ingredientes de ambos trabajos, que son la improvisación, la poesía y la conciencia. Las canciones de uno y otro disco podrían tocarse juntas en un concierto sin que nadie notara los contrastes. Es algo que tiene que ver con la energía que aún emana de los estudios Electric Lady. Es cierto que muchos de los aparatos con los que trabajó Jimi [Hendrix] en su momento han sido donados al EMP Museum de Seattle, pero cada vez que bajo las escaleras y entro allí siento las mismas sensaciones que en 1975. Quizá porque aún sigo siendo la misma chica que un día escribió Rock ‘n' Roll Nigger. He cumplido años, he sufrido mucho, he aprendido de las experiencias y he llorado a toda la gente que se ha ido quedando en el camino: mi guapísimo marido [Fred ‘Sonic' Smith], mi hermano Todd, Robert [Mapplethorpe], mis padres...
-En Horses escribió Break it Up a la memoria de Jim Morrison. ¿Qué le llevó en Banga hasta Amy Winehouse?
-La rabia y la pena que dejan tras de sí las muertes prematuras. Cuando alguien tan joven como Amy muere deja tras de sí un vacío que hay que llenar. A pesar de que no llegué a conocerla personalmente, la tenía por una persona muy auténtica. La noticia de su muerte me afectó mucho.
-Ese día estaba en Madrid, a punto de dar un concierto...
-Íbamos a actuar en ese teatro precioso, frente al cual hay una estatua de Lorca leyendo...
-El Teatro Español.
-Eso es. Nos enteramos de su muerte justo antes del concierto, sin tiempo de preparar nada, así que le dedicamos uno de los temas. Luego, tras la actuación, me quedé un rato a solas en el backstage, sentada, medio a oscuras. Y escribí de un tirón la letra de la canción: This is the girl, for whom all tears fall, this is the girl, who was having a ball... Me salió de un tirón. De vuelta a Nueva York, Tony [Shanahan] compuso la música.
-No es el único salto geográfico que contiene el disco...
-He vivido mucho tiempo en el underground, componiendo mis canciones en Nueva York. Banga, en cambio, ha resultado ser un disco más de overground, un trabajo sobre la superficie, on the road, lleno de localizaciones: una casa de Nueva Jersey, una granja de Italia, la esquina de una calle de Madrid, una iglesia, una habitación de hotel... Por ejemplo, el tema Seneca, dedicado a mi ahijado, lo compuse con Lenny Kayeen en el Costa Concordia mientras rodábamos con Godard. De alguna manera, todo eso suena de fondo.
-Banga es, como Film Socialisme, una sucesión de personajes variopintos. ¿Cuál ha sido el criterio de su casting?
-Digamos que cada tema remite a una experiencia personal o a un sueño, a una reflexión concreta sobre la belleza y el caos de este mundo o una necesidad de explorar nuevos caminos. No busco los personajes, más bien llegan a mí de pronto en forma de recreación de lo que pudo ser la colonización americana [Amerigo], de reflexión sobre el arte y la naturaleza [Constantine's Dream] o de felicitación de cumpleaños a un amigo [Nine].
-También hay tiempo para Tarkovsky, el terremoto japonés y una inminente catástrofe medioambiental...
-Hablo de la destrucción, sí, pero con esperanza. Es un sentimiento latente en la conquista del Nuevo Mundo, en esa llamada a limpiar toda esta porquería. Recurro al Constantine's Dream de Piero della Francesca para aludir a ese estercolero en África al que van a parar todos nuestros desperdicios.
-Más allá de PJ Harvey, ¿reconoce a alguna sucesora entre las nuevas generaciones?
-No creo que el mundo de la música necesite una nueva Patti Smith, sino cantantes auténticas. Yo sigo aquí, haciendo mi trabajo a los 65 años. No necesito una sustituta, no quiero que nadie me reemplace...
-¿Qué ha impedido que el punk resurgiera en estos tiempos sombríos?
-Mire, cuando nosotros empezamos nuestra guerra allá por los setenta no nos llamábamos de ninguna manera. Cualquier idiota podría haberse inventado un nombre. Las etiquetas sólo sirven para ordenar los discos en las tiendas de una industria corrompida por el dinero y las ansias de éxito. Me consuela ver a mis hijos y a tantos otros jóvenes sobre el escenario que no buscan nada material en lo que hacen, sólo que les dejemos en paz, que les demos paso para expresar lo que piensan. La irreverencia del punk está muy bien, pero es algo que sale naturalmente, no puedes forzarlo. El tema Banga es la prueba de que, más allá de los problemas que nos afligen, la gente quiere reír y bailar.
-¿Fue suya la decisión de cambiar la fecha del concierto de Madrid para no coincidir con la huelga general?
-Sí. Era algo que no me habría perdonado. No quiero aburrirle con discursos sobre gobiernos tiranos y empresas responsables de los altísimos niveles de cáncer de nuestra sociedad. Hablemos, mejor, de matemáticas, de cuando la gente sale a la calle para protestar contra las injusticias y se da cuenta de que son más y de que, entre todos, se pueden cambiar las cosas. Tiene gracia que en un mundo tan interconectado como el nuestro al final lo que funcione sea el contacto físico a pie de calle. Actuar el día en que miles de personas se reúnen para protestar contra la difícil situación de su país habría sido un insulto, a los españoles, y a mí misma...
-¿Qué le animó a romper su silencio y empezar a escribir Éramos unos niños?
-Fue algo que Robert [Mapplethorpe] me pidió justo antes de morir. Me llevó diez años cumplir con mi palabra. Por eso escribí antes El mar de coral, un viaje algo más abstracto a través del dolor en el que hablo de su amor por el arte, de sus ganas de vivir y del cariño que me tenía. Quería que la gente conociera su lado más humano. Ahora estoy trabajando en la segunda parte de esa biografía. Mucha gente me ha pedido que escriba sobre el universo que rodea mi música, sobre el padre de mis hijos y otras personas importantes de mi vida. No sé lo que saldrá. Sólo espero poder contestar a todas las preguntas que me sigue haciendo la gente.
Cruda, directa y estremecedora
Patti Smith es una escritora. También canta y esas cosas, pero es una mujer de letra en pecho. Si le preguntas por sus fuentes artísticas, ella te habla de Lorca, Roberto Bolaño o de aquella vez que vio un libro de Rimbaud que tenía como portada una foto del poeta y lo compró porque le pareció un hombre guapísimo. Lo cierto es que el maldito por excelencia se parecía mucho a Mapplethorpe, ese noviazgo blanco de juventud que unió a dos de los seres más andróginos y underground del momento.
Patti Smith entró en la literatura antes que en la música. Iba a las reuniones de la generación beat, a los recitales de Ginsberg o a las reuniones en el 222 de Bowery donde vivían William Burroughs y John Giorno. Personalmente, su música nunca me ha gustado demasiado. Me fascinaba su actitud escénica, su forma de vida, su belleza masculina y las letras de sus canciones. Me atrevería a decir que a muchos de los que nos criamos en los pechos del punk nos aburría un poco, aunque quedara mal decirlo.