Pablo d'Ors. Foto: Alberto Cuéllar.
Acaba de publicar el libro 'Biografía del silencio'
Pregunta.- Afirma que a través de la meditación consigues modificar tu personalidad. ¿También el temperamento, que, según los profesionales de la psique, es su núcleo esencial y es casi inmutable a lo largo de una vida?
Respuesta.- El trabajo y el esfuerzo en la meditación no significa, por ejemplo, que si eres una persona triste te vayas a convertir en una alegre. El cambio no se da en ese sentido. Lo que sucede es que te permite ver la realidad con su verdadero color, y de esa manera la puedes entender realmente. Cometemos por lo general la ingenuidad de creer que lo que vemos y oímos es la realidad, pero esa realidad está distorsionada porque la miramos desde nuestro micromundo de miedos, anhelos, intereses...
P.- ¿Y en cuánto tiempo se puede dar ese ciclo de muerte-resurrección que la meditación propicia?
R.- No se puede dar una respuesta apodíctica. Es como si se pretende responder en cuánto tiempo un escritor puede alcanzar la excelencia. Depende. Lo que sí puede decirse es que la práctica del silencio continuada y constante termina por incidir en la personalidad. Primero, de una manera purgativa o de limpieza. Por esto, ya tiene un sentido por sí misma. Pero además es que también puede desembocar en una vía iluminativa, al brindarnos destellos que nos permiten ver de forma más auténtica y más plena.
P.-¿Cuánto tiempo lleva usted trabajando el silencio?
R.- Muchos años. En el ámbito cristiano desde los 20 años, porque lo que hacía entonces también era meditación. Pero fue a partir de los 40 cuando empecé a hacerlo de manera más rigurosa y constante, un par de veces al día, entre 15 y 20 minutos de silencio. Y de quietud, que también es clave para la concentración. No se trata de nada esotérico, eso debe quedar claro. En la meditación atraviesas tres fases. La primera es un trabajo con el cuerpo (relajación). La segunda con la mente (concentración). Y la tercera con el espíritu (contemplación).
P.-¿Y esta cómo se trabaja?
R.- Depende de la tradición en que nos movamos. En la budista se trabaja a través de los koan, que son acertijos que el maestro plantea a sus alumnos. Un ejemplo de koan sería: ¿Cuál es el sonido de una sola mano? Es un acertijo que no tiene solución racional, porque los plantea no para que lo resuelvas sino para que te disuelvas en él. En la tradición del cristianismo hay frases del evangelio que funcionan igual. Como, por ejemplo, "los últimos serán los primeros". El descubrimiento de la sabiduría que encierran acaba configurando tu personalidad.
P.-En el libro comenta que empezó a hacer estos ejercicios de concentración por su cuenta y riesgo. ¿Es lo ideal?
R.- Yo creo que sí, que uno debe empezar por sí mismo. Lo importante es ser humilde. En un principio, estar enclaustrado en uno mismo durante una hora de silencio puede llegar a ser un infierno. Hay que empezar con poco tiempo, un minuto, dos... Así se va entrenando la actitud de alejarse del mundo, no porque el mundo sea malo sino porque quieres sentirte con más profundidad. Es probable que con el tiempo te des cuenta de que necesitas una orientación para llegar más lejos.
P.-Encerrarnos para buscarnos tiene el riesgo de caer en el egocentrismo pero Biografía del silencio precisa que en la meditación vamos en busca de nosotros y acabamos encontrando el mundo.
R.- Meditar estimula la verdad. Te das cuenta de que mientras tú te encuentras en una situación pasiva el mundo sigue girando, sin necesidad de tu participación. Esa humildad conjura la tentación de hombre contemporáneo de desarrollar un activismo desaforado. No se trata de abolir el ego. Éste tiene su función pero es que hemos acabado dándole un papel muy predominante, hasta el punto de convertirse un criterio rector. Con la meditación es posible comprender que somos parte de un todo. Nadie ensalza a la mano derecha cuando socorre a la mano izquierda porque ha sufrido una herida, porque tenemos claro que pertenece a un mismo cuerpo. Las personas evolucionadas espiritualmente sienten al otro como propio. Esa es la auténtica caridad cristiana y la compasión budista.