Carmen Gallardo. Foto: Gloria Rodríguez.
La periodista acaba de publicar su primera novela, 'La reina de las lavanderas' (La Esfera de los Libros), una biografía ficcionada de la reina María Victoria dal Pozzo, esposa de Amadeo I de Saboya.
Pregunta.- ¿Por qué eligió contar la historia de la reina María Victoria y no otra?
Respuesta.- De entrada me gustaron mucho sus valores. Parece que solo puede ser biografiado el ambicioso, el transgresor, el provocador. Era un reto hacer un personaje interesante a partir de una persona que quiso ejercer su papel de reina con decencia y desde su vocación de servicio a los demás. Además, fue una reina muy culta, hablaba 6 idiomas y dominaba áreas muy diversas del saber, sobre las que conversaba en las reuniones sociales al mismo nivel que un experto, y creó la Orden Civil de María Victoria, que premió a las figuras sobresalientes de las letras, las artes y las ciencias.
P.- ¿Por qué Amadeo y María Victoria cayeron tan mal a todo el mundo?
R.- Además del rechazo popular hubo una trama política detrás. Ellos fueron el experimento de Prim para democratizar la monarquía -fue el primer rey elegido en un parlamento-, acabar con la corrupción de los Borbones y meter a España en la Europa que en esos momentos se estaba conformando. La dinastía que mejor representaba la democracia y el laicismo eran los Saboya y por eso los eligió. La llegada de Amadeo I no sólo suponía un cambio de la Corte, también de las estructuras sociales, y la nobleza no estaba dispuesta a consentirlo. Tampoco los latifundistas cubanos, alarmados por la posibilidad de la abolición de la esclavitud, que también tuvieron que ver con el asesinato de Prim. Su proyecto se encontró con el rechazo de todos: de los carlistas, los alfonsinos, los republicanos radicales, las logias masónicas... Es una pena porque España podría haber sido una democracia cien años antes.
P.- Pero Amadeo y María Victoria se esforzaron por agradar a todo el mundo.
R.- En medio de este follón, estos dos chicos llegan con su mejor intención, sin querer hacer mucho ruido. De hecho de las 3.400 habitaciones del palacio real ocuparon solo 7.
P.- ¿La fundación del asilo de las lavanderas por parte de la reina María Victoria fue un gesto excepcional en un monarca español?
R.- La realeza siempre ha financiado obras de caridad, pero en María Victoria era algo que casi llevaba en los genes. De hecho, lo pagó de su dinero. Gastaba 100.000 pesetas al mes -hablamos de 1871- en donaciones a hospitales, iglesias y demás. La decisión de construir el asilo para atender y educar a los hijos de las lavanderas la tomó al bajar por el Campo del Moro y toparse con esa mísera realidad desconocida para ella. Muchas de esas mujeres eran viudas gallegas que habían llegado caminando desde Galicia con sus hijos de la mano, como fue el caso de Pablo Iglesias y su madre.
P.- ¿Qué precipitó la abdicación de Amadeo?
R.- Las peleas políticas entre los partidos y en sus propias filas, la tercera guerra carlista, las sublevaciones en Cuba, la calle hirviendo... Todos aconsejaron al rey dar un golpe de Estado, pero Amadeo se negó a romper el juramento que hizo a la Constitución. Además habían tenido un atentado casi idéntico al de Prim del que salieron ilesos, y el desprecio de todos era tal que un día, cuando acudieron al Retiro para oír un concierto, nadie le cedió el asiento a la reina, que estaba embarazada de su tercer hijo. El día que abandonaron Madrid ni siquiera se atrevieron a cruzar la ciudad hasta la estación de Atocha, así que para llegar allí tomaron un tren desde la Estación Norte [hoy Príncipe Pío, cercana al Palacio Real].
P.- Marta Sanz destaca en el prólogo su fascinación por las princesas y las reinas, y además se ha especializado profesionalmente en la información de las casas reales. ¿Esa experiencia le ha servido para escribir el libro?
R.- Es verdad que me gusta mucho el tema. Las princesas de cuna tienen una forma especial de estar en el mundo, muy alejadas de la realidad. Las que yo he conocido más por mi profesión, Letizia y Mette-Marit, son totalmente distintas. La irrupción de las princesas plebeyas es, además, la única posibilidad que tiene la monarquía de mantenerse como institución.