Puede que las series norteamericanas ya no vivan en sus tiempos de esplendor, cuando el buen "cine" se conjugaba en la pequeña pantalla, pero el año 2012 nos ha deparado grandes momentos televisivos… y también ciertas decepciones.



Nueve formas de entusiasmo...

Louis C. K. en Louie

Louie (3ª). No hay sitcom que pueda igualarle en estos momentos. Ni Community, ni El show de Larry David, ni The Big Bang Theory. Las mejores carcajadas y también la mejor emoción (en primera persona) proviene de Louis C. K. y su espectacular serie. Los grandes hallazgos no se ciñen únicamente al guión (como suele ocurrir en las sitcom), sino que el cómico norteamericano encuentra la equivalencia audiovisual de su particular, irreverente humor, ideando sketches (algunos completamente mudos) y ciertas ideas visuales que quitan el aliento. Lo más impresionante es comprobar cómo Louis C. K. ha evolucionado desde el primer hasta el último episodio de su serie. Un trayecto de autoconocimiento humano y creativo que avanza hacia su plenitud, amortiguando lo grotesco y afinando significados. Solo los cuatro últimos capítulos, en los que Louis C. K. alcanzó algo similar el 'zen creativo' con la participación de David Lynch, merecen colocar a este humorista neoyorquino entre los más grandes de sus semejantes. Lo mejor de este año.



Still de Far Away Places, sexto episodio de la quinta de Mad Men

Mad Men (5ª). Parecía imposible, pero es cierto. Mad Men sigue mejorando con cada nueva temporada. Situada en plena 'beatlemania', en el fragor de las libertades sociales y sexuales de los años sesenta, el año 1966 ha sido especialmente productivo para los publicistas de Madison Avenue. El nuevo mundo que se abría paso bajo las estructuras dominantes de la opresión social no cesa de colarse en las imágenes y los guiones de esta extraordinaria quinta temporada, tanto en el ámbito familiar como en el laboral. Imprescindible el sexto episodio, Far Away Places. Una obra maestra.



Bryan Cranston en Breaking Bad

Breaking Bad (5ª). En su primera parte, la última temporada de la serie más sorprendente de los últimos años ha acelerado sus grados de ritmo y tensión, pero sobre todo ha establecido, ya sin vuelta de hoja, cuál es la verdadera pregunta a la que debemos dar respuesta: ¿quién es el verdadero héroe de Breaking Bad? Ya les dijo Vince Gilligan a los compradores de HBO, cuando les vendió el proyecto, que su intención era convertir a Mr. Chips en Scarface. Pues bien, Walter White ya es Scarface. Los capítulos finales de la última temporada, para los que habrá que esperar hasta el verano, concentrarán su tensión en el enfrentamiento entre Walter y Hank, los verdaderos antagonistas (y amigos, y familiares) de la serie.



Steve Buscemi y Kelly Macdonald en Boardwalk Empire

Boardwalk Empire (3ª). La serie de Terence Winter (creador) y Martin Scorsese (productor) ha dado con la clave en su tercera temporada. Y esa clave es algo tan sencillo como el lugar común hithcockiano: la altura del drama estará a la altura del villano. El personaje: Gyp Rosetti. El actor: Bobby Cannavale. Además de que Rosetti propulsa la semilla de maldad y corrupción de la serie hacia territorios patológicos imprevisibles, los guionistas han logrado que su retrato coral de las mafias de Atlantic City, Nueva York y Chicago no decaiga un instante, que todas las tramas adquieran un creciente interés y las resoluciones no defrauden. No hay nada genial, pero todos los elementos de esta serie funcionan en un altísimo nivel de excelencia y profesionalidad. Bravo.



Laura Dern y Luke Wilson en Iluminada

Iluminada (1ª). El tono de este serie creada por Laura Dern y Mike White, sin duda una de las más estimulantes sorpresas de la teleficción del 2012, está hecho para paladares exquisitos, telespectadores pacientes y amantes de la extrañeza. Incluso de la complejidad. La personalidad quijotesca de Amy (habitada por Laura Dern en un papel hecho a su medida) toma el mando de un relato cuyo 'leit-motif' no es otro que tratar de integrar una vida espiritual "iluminada" en un mundo materialista, condenado, frío y perverso. La evangelización 'new age' de la que la propia serie nos invita a burlarnos termina por generar un efecto de empatía en el televidente, como si el propósito de Iluminada no solo fuera entretenernos en la ambigüedad de un 'dramedy', sino convertirnos a la causa del cambio social, inocular el deseo de una utopía.



Escena de Girls, Lena Dunham en el centro

Girls (1ª). Producida por el mismísimo Judd Apatow, Girls pertenece sin embargo a un solo nombre: Lena Dunham. Como si fuera una suerte de Richard Linklater en femenino, o una Miranda July más carnal y menos etérea, Dunham crea, escribe, protagoniza, dirige y produce Girls… ¡con 24 años! A medio camino entre el tributo y la enmienda a Sexo en Nueva York, Girls exhibe una clase de su honestidad que no conoce complejos, capaz de retratar en términos contemporáneos el estilo de vida de unas veinteañeras sin horizonte laboral, con un humor ácido, locuaz y alejado de todo sentimentalismo.



Beirut is back de la segunda de Homeland

Homeland (2ª). Siempre forzando los límites de la verosimilitud, en ese punto en el que un escenario de realidad -la lucha antiterroista de la CIA- da paso a la fabulación, la segunda temporada de Homeland ha sabido generar una tensión infrecuente. Su capítulo dedicado al intento de asesinato de Abu Nazir en Beirut es uno de los 'highlights' televisivos del año, aunque la necesidad de perpetuar el recorrido emocional y romántico de Carrie y Brody haya llevado a los responsables de la serie a rizar demasiado rizos. Una tercera temporada suena a más de lo que la serie realmente necesita.



Escena de Luck

Luck (1ª). Otra cancelación a lamentar de una serie con muchas promesas en su interior. Con apenas nueve capítulos, la HBO liquidó bruscamente su desarrollo, como ya ocurriera con otras teleficciones de gran interés como Deadwood y Carnivale. En todo caso, la serie de David Milch y Michael Mann ha ofrecido unos niveles de calidad impecables. La sensualidad de las imágenes propias del cine de Mann, con su característica calidez fría, es apreciable en el modo en que la serie organiza cada uno de sus capítulos alrededor de las carreras de caballos, filmadas como quizá nunca se han filmado. Una serie sobre la suerte que, definitivamente, ha tenido muy mala suerte.



Escena de The Walking Dead

The Walking Dead (3ª). Ya dábamos por muerta la capacidad de sorpresa de la serie inspirada en los cómics de Robert Kirkman, que ha ido avanzando prácticamente como reacción y negación de su fuente original, proponiendo destinos alternativos a tramas y personajes. En su tercer año, alcanza una inusitada intensidad, no solo por la decisión de hacerse más sangrienta, sino por su interesante desarrollo dramático y la entidad que adquieren algunos de sus personajes. Determinados episodios aún nos hacen creer que esta serie es más importante de lo que delatan sus apariencias.



...y cuatro (pequeñas) decepciones

Treme

Treme (3ª). A pesar de que los amantes del jazz (y de la música popular norteamericana en general) difícilmente podrán abandonar la serie de los creadores de The Wire sobre la Nueva Orleans post-Katrina, lo cierto es que en su tercer año Treme ha padecido quizá más que cualquier otra serie los efectos del 'déja-vu'. No solo en relación a Treme, sobre todo en relación a The Wire. La indignación social que propulsa la serie casi se ha visto neutralizada por un retrato coral que se ajusta a una plantilla pre-concebida, en el que, lamentablemente, nada nos inquieta ni nos sorprende como lo hacía antes.



Juego de Tronos

Juego de tronos (2ª). Pedíamos mucho más. Después de una primera temporada absolutamente espectacular, no es aceptable que toda una segunda temporada se construya alrededor de un solo el episodio (el noveno), que por muy espectacular que éste sea, no amortigua la decepción generalizada ante un desarrollo dramático tomado demasiadas veces por las prisas y, quién iba a decirlo, algo parecido al tedio.



Kelsey Grammer en Boss

Boss (2ª). Lo cierto es que el final de la primera temporada ya era un síntoma de aquello que ha restado el interés de una serie que arrancó de forma extraordinaria. Si el propósito inicial pasaba por describir con realismo y verosimilitud las prácticas inmorales del juego político en Chicago, el empeño ha desembocado en la hipérbole y caricatura. Lástima.



Jeff Daniels en The Newsroom

The Newsroom (1ª). Qué oportunidad desperdiciada. Podría haber sido la serie del año, pero con sus "lecciones de utopía periodística" -en el escenario hipotético de un canal de televisión de máxima audiencia que se propone "hacer buen periodismo" enfrentándose a los intereses políticos y comerciales-, Aaron Sorkin prefiere sermonear que mostrar, y aunque podemos comulgar con su sustrato ético y sus mensajes de carácter liberal, el poco interés que despiertan las relaciones entre los personajes devalúa todo el tinglado.