El hecho irrefutable y admirable que hoy se posa en nuestro tendido de aire es éste: hay todo un nuevo orbe musical por descubrir, un continente aún poco explorado y, en cambio, día a día más lleno de riquezas y maravillas. Perdonen si me pongo en plan mítico pero tal cosa es cierta: me refiero a los cada vez más habituales aparatos táctiles (teléfonos y tabletas, pronto los mismos ordenadores personales, según parece) y a las aplicaciones musicales que se están creando para ellos.
Es un mundo al alcance de los dedos pero muchos, de entre los meros aficionados a lo musical pero incluso también de entre los músicos más inquietos e investigadores, parecen ignorar tal ruta a las Indias, ahuyentados de sus costas, igual que antaño lograron hacerlo las leyendas en los confines de los mapas, por la idea de no son más que juguetitos para pasar el rato o meras emulaciones falseadas y cutres de instrumentos de toda la vida. No es así. No hay leones poblando las tierras fuera del mapa ni terroríficos dragones allí donde el mar se precipita en un abismo de espumas. Acérquense, vengan. Todo aquel que flipe haciendo sonar música, pero los músicos más que nadie.
En serio, la cosa no va de ocarinas mágicas y demás gracietas para el juego social. Al contrario las posibilidades profesionales existen en cantidad disparatada. ¿Quieren pruebas? Todos los gigantes del software musical para entornos de trabajo con audio digital (DAW), o los fabricantes supervivientes de instrumentos electrónicos como cajas de ritmos, secuenciadores de bajo y sintetizadores en general (empezando la gente de Korg, Akai o Moog, por ejemplo), están desarrollando impresionantes nuevas aplicaciones destinadas a tal clase de aparatos.
Así, por un lado, están las más que interesantes emulaciones de instrumentos de siempre. Estas van de teclados de toda clase, con especial mención para un sinfín de sintetizadores de toda época y condición, a los samplers equipados con infinidad de sonidos ejecutables, las cajas de ritmos y los que reproducen instrumentos reales de percusión o los ya más dudosos instrumentos de cuerda o viento. Los mismos fabricantes de aplicaciones están creando accesorios para expandir las posibilidades de tocar tales instrumentos virtuales. Teclados donde conectar el móvil y convertirlo en un módulo de sonido controlado, por ejemplo.
De acuerdo, ya existían tal clase de aplicaciones y sampleados para las unidades de audio digital de los PC. Pero aunque sólo fuera porque se trata una ampliación más portátil y mucho más barata de aquéllas, ya sería una baza a tener muy en cuenta. Entre los instrumentos electrónicos, puede que no suenen exactamente como "la cosa real" pero se acercan mucho y tener las posibilidades de uno de estos instrumentos sin ocupar espacio, sin necesitar un coche para transportarlo y costando entre 0 y 20 euros, es algo a tener muy en cuenta.
En todo caso, siendo todo ello tan útil, no es eso lo que me parece más relevante. Lo que lleva a pensar que aquí se abre otro horizonte para la música son otras facetas con que se muestra o se intuye esta conquista radical de las posibilidades para crear y tocar música.
Democratización. A partir del momento de adquirir una de esas superficies de control que se venden para la comunicación, el entretenimiento y la asimilación social, cualquiera tiene a su acceso, incluso sin pagar un solo euro, a innumerables y fascinantes posibilidades para componer o divertirse manipulando sonido. A esa facilidad de acceso (por precios y velocidad de compra) y portabilidad, se une la de manejo de estas herramientas. Y esto es algo nunca visto antes en la Historia. En el diseño de las nuevas aplicaciones prima lo sencillo y lo intuitivo, lo accesible a cualquiera. Abundan los utilidades que simplifican poder tocar o crear sonido o secuencias, sin apenas necesidad de saber teoría musical. Ya no porque resultan fáciles de manipular sino porque facilitan la experimentación sin conocimientos previos, la fácil concordancia armónica y una práctica que, digamos, en seguida suena bien, que hace que uno lo deje sino que se aficione. Existen, por ejemplo, apps para componer fácilmente, instrumentos virtuales donde sólo hay que elegir entre los acordes e incluso entre los tonos, porque ya viene seleccionados los acordes que corresponden a ese tono.
Esto es un poco la prolongación de esa segunda vida de la idea de aquellos instrumentos portátiles y para toda la familia como el Suzuki Omnichord, de los setenta que ahora ha retomado Korg con instrumentos tipo KaossPad, Kaosscillator, Monotribe o Monotron.
Ahora, muchos a quienes encanta la música y que no conocen los trucos de la grabación en múltiples pistas de forma no simultanea, de los instrumentos y de las secuencias, pueden descubrirlos con facilidad, en la palma de su mano y de forma gratuita o muy económica. Esto debería tener como consecuencia extender entre los aficionados la práctica musical, y naturalmente la función educativa de estas nuevas aplicaciones es interminable. Pero la profesional no es desdeñable. Y es que es verdad que algunas clases de música ya pueden componerse y grabarse perfectamente con y en uno de estos dispositivos táctiles domésticos avanzados.
Relacionado con esto hay otro aspecto interesante: los métodos hasta hace poco exclusivos de la música electrónica se han adueñado de las maneras de tocar estos nuevos o reciclados instrumentos. Secuencias, ritmos o arpegios programables, control del sonido y de la expresión a través de controles de tipo potenciómetro (en este caso virtuales), además de las propias condiciones físicas del instrumento, pertenecen a aquel entorno de las máquinas para tocar, de los robots que pueden ejecutar lo que uno desea. Las consecuencias que este modo de pensamiento en función de patrones, secuencias, etc. puede provocar se me escapan. Pero, positivas y negativas, se adivinan.
El otro aspecto es la variedad. De sonidos, timbres y de posibilidades. La ingente cantidad y variedad de utensilios para hacer música sale a paladas cada mes. Desde un gamelán indonesio, a una caja de música, pasando por un autoharpa, un piano preparado por John Cage, un armonio o una guitarra eléctrica. Buscar, por ejemplo, una aplicación de sintetizador para sistema operativo IOS da como resultado más de 400 opciones. Los hay de todo tipo: aditivos, substractivos, FM, granulares...
Pero cuando las posibilidades de generar sonido se multiplican es cuando aparecen inventores de posibilidades específicas para este entorno. Así, están, por ejemplo, los que como Sound Wand, trabajan sobre el móvil como dispositivo inalámbrico (tipo Wii) que al moverse toca el sonido.
Sound Wand Turns iPhone into a Classical Musical Instrument, w/ Matt Jones and Annabel from Sound Wand on Vimeo.
Y luego los que más bien se enfocan en las posibilidades intrínsecas del mismo aspecto táctil-visual de estos nuevos aparatos. Ahí encontramos por ejemplo, al ingenioso músico e inventor digital Jordan Rudess y todas sus estupendas y muy usables chifladuras de Wizdom Music, como MorphWiz, Geo Synthesizer, SampleWiz, Tachyon, SpaceWiz, etc.
Por no hablar de esos locos visionarios llamados The Strange Agency y sus alucinantes desarrollos para realmente tocar el sonido y llegar a confluencias con la imagen, como MegaCurtis, HiperSpace 3D, CP 1919, Donut, Slice o Sound Scope.
HyperSpace 3D Synth from strange agency on Vimeo.
De la mano de desarrolladores como estos llegamos hasta la madre del cordero: este nuevo entorno táctil-visual, intuitivo, espontáneo, emparentado con el mundo de los videojuegos, permite sobre todo entrar en otra dimensión para lo musical. Con los instrumentos acústicos y amplificados la música se puede ejecutar e intuir visualmente, con el entorno digital se puede ver. En este nuevo escenario uno puede manipular con sus manos el mismo sonido, no lo que lo produce. Es virtual pero funciona hasta límites nunca alcanzados. Es la domesticación final de cacharros y timbres inasequibles para la mayoría y de instrumentos cuyo aprendizaje académico llevaría años. Privilegiar el uso para que hasta un niño de teta pueda entrar en contacto con la música en su sentido más abstracto, y para hacer tangible y visible el propio sonido es algo ya no novedoso sino de verdad revolucionario. La puerta abierta a una dimensión desconocida para la realización y noción de lo musical. Casi da miedo pues parece sólo el principio.