José Antonio Pascual
Hoy presenta en el Casino de Salamanca el libro 'No es lo mismo ostentoso que ostentóreo'
Pregunta.- Así que lo de ostentóreo no lo acuñó Jesús Gil, como tantos pensábamos...
Respuesta.- Esto es lo bueno de la filología: que te permite mirar a un pasado mucho más remoto de las palabras. La historia del origen de esta palabra, que es una mezcla de dos, es todavía mejor de lo que creíamos, porque el primero que la utilizó fue Juan Benet. En su caso no por error, sino deliberadamente, como si fuera un juego.
P.- En el prólogo se esfuerza por dejar claro que usted no es un lingüista sino un filólogo, entre los que hay, dice, la misma diferencia que puede haber entre un bioquímico y un médico decimonónico. ¿Por qué es tan pertinente la distinción?
R.- Seguro que a las nuevas generaciones les parece más atractivo estudiar los mecanismos del conocimiento y las relaciones del cerebro con el lenguaje. Eso es lo moderno, lo vanguardista y lo más importante: estudiar el ADN del lenguaje. Pero también es importante que los hablantes dispongan de unas reglas, de unos principios, de una visión con perspectiva de la palabras y su pasado. Eso es lo que ofrece el filólogo, y lo que intento hacer en No es lo mismo ostentoso que ostentóreo.
P.-Cita a Samuel Johnson, que decía que todas las lenguas, como todos los gobiernos, degeneran. Usted no parece muy de acuerdo...
R.- Lo puede comprobar en usted mismo. ¿Cree que habla una lengua degenerada? Seguro que no. Aunque si hace la comparación desde el latín pues quizá pueda pensar que sí. Cada lengua, en su presente, tiene un valor propio y completo. Si observas palabras concretas, como se pierde una y se impone otra aberrante, puedes pensar que la lengua va degenerando, pero no es algo tan sencillo. Como filólogo, yo observo que en el siglo XI no se habla mejor que en el XIII, ni en el Siglo de Oro que en el XXI. Lo de la decadencia de las lenguas, eso de que el que el castellano alcanzó su cénit con El Quijote y luego no ha hecho más que degradarse, es una historia que queda muy bien, sí, pero las lenguas, en cada periodo, están en plenitud para el uso de los hablantes.
P.-¿A la hora de incorporar vocablos diría que en la RAE hay dos facciones: los herméticos y los porosos?
R.- Le soy muy sincero: no. En general, a la hora de recoger nuevas palabras en el diccionario, suele haber acuerdos amplios. Al fin y al cabo lo que seguimos son las estadísticas de uso. Si una palabra se usa mucho va a acabar en el diccionario, nos guste más o menos. A mí implementación no me convence pero... Puede haber más discrepancias en asuntos como si hay que acentuar sólo como adverbio.
P.-Ahí parece que la RAE no ha tenido mucho éxito. Lo reconocía el otro día el académico Salvador Gutiérrez...
R.- La regla ya existía. De hecho, yo hacía tiempo que no le ponía la tilde. Lo único que se ha hecho ha sido reforzarla, tras una decisión conjunta de las distintas academias nacionales. Si analizamos los textos escritos con posterioridad a la promulgación de normas de la Academia, vemos que empiezan a aplicarse ampliamente a los 20 o 30 años. Es el tiempo que pasa desde que las aprenden por primera vez los niños en las escuelas. Cambiar esos usos es muy difícil porque están asociados a la infancia, al paraíso.
P.-Comenta que No es lo mismo ostentoso que ostentóreo es un libro perfecto para el verano...
R.- Es que no me querido poner demasiado cargante. Pero me he dado cuenta de lo difícil que es la divulgación, encontrar el registro adecuado para explicarte sin faltar al rigor. Espero que resulte ameno y entretenido.
P.-Bueno, y este año la Docta Casa cumple tres siglos de vida. ¿Cómo lo van a celebrar?
R.- Pues de una manera muy ponderada. Intentando seguir dando respuestas y recursos a los hablantes. Y con una exposición que recorra toda su historia. Y también mostrándonos los académicos a la gente, con el ánimo de que vean lo que hacemos, que no es nada del otro jueves: ocuparnos de los asuntos relacionados con la lengua.