Hay historias que realmente merecen ser contadas. Y la de Sixto Rodriguez es una de ellas. ¿No saben quién es? Bueno, la revista "Rolling Stone" tampoco lo sabía, a pesar de que en Sudáfrica era más popular que Elvis Presley, un verdadero dios del rock, cuyas canciones de protesta sintonizaron con una nación en lucha contra el apartheid, donde sus temas los cantaban hasta los niños en la escuela. Pero el propio Rodriguez nunca se enteró. Sus únicos dos álbumes, editados en 1971 y 1972 (Cold Facts y Coming from Reality), fueron un absoluto fracaso en Estados Unidos, y la prometedora carrera de Rodriguez, un americano de Detroit de ascendencia mexicana, extraordinario compositor, dotado de una voz capaz de hibridar a Van Morrison con Cat Stevens, se disolvió en el olvido. Volvió a sus trabajos en la construcción, a su estilo de vida asceta. Figura espectral, misteriosa y esquiva, no ayudó desde luego su costumbre de interpretar de espaldas al público en los conciertos, y la leyenda construyó el mito del artista maldito. Veinticinco años después, hasta los productores de sus discos estaban convencidos de que los rumores eran ciertos, que había cometido suicidio en un escenario tiempo atrás (quemándose a lo bonzo o disparándose un tiro en la cabeza), frustrado por los fracasos continuados.



Esta es la historia que nos cuenta el documental Searching for Sugar Man, dirigido por el sueco Malik Bendjelloul, y que ha obtenido una nominación al Oscar. El filme, que se estrena el próximo 14 de febrero en la Cineteca y el 22 en cines, ha rescatado para la historia del rock a un artista completa e injustamente ignorado, como se puede comprobar escuchando sus álbumes o la banda sonora del filme: Rodriguez - Searching For Sugar Man. Otra vertiente de la leyenda cuenta que una turista norteamericana viajó al país africano en los años setenta con su primer disco, y causó tanta impresión entre los jóvenes de Ciudad del Cabo que las copias de sus álbumes se extendieron como la pólvora, adquiriendo en poco tiempo una celebridad clandestina y extraordinaria, que sin embargo nunca traspasó las fronteras del país africano. Nadie en Estados Unidos se enteró. Nadie tampoco en el negocio de la música y del entretenimiento. El documental se propone enmendar la historia y rescatar al artista del olvido, buscar sus rastros a partir de la investigación de un musicólogo. Son varias las sorpresas y emociones que aguardan a los espectadores del filme, que descubrirán una historia sorprendente y conmovedora. En plena sociedad del espectáculo, el caso Rodriguez es desde luego el de una anomalía inexplicable, uno de esos capítulos en los que el arte, la fama y el comercio colisionan estrepitosamente.



El documental de Bendjelloul se ha convertido en un verdadero fenómeno de culto en Suecia, como he podido comprobar en mi visita hace unos días al 36 Festival Internacional de Cine de Gotemburgo. La cinematografía sueca no goza del prestigio artístico de épocas pasadas. Los fundacionales Sjöströmn, Sjöberg, Stiller, Troell y Bergman quedan muy lejos. En las últimas décadas, los cineastas suecos que han recaldado en los mejores festivales europeos y en salas internacionales se pueden contar con los dedos de la mano: Liv Ullman (Infiel), Roy Andersson (Songs From the Second Floor), Björn Runge (Daybreak), Lukas Moodysson (Mamut), Thomas Alfredson (Déjame entrar), etc. A partir de 2010 se produjo el cambio generacional y una cierta metamorfosis en la internacionalización de su cine. Todo empezó a moverse a gran velocidad, auspiciada por una modélica regulación de las ayudas estatales (que apuesta por la equidad absoluta de géneros), mediante la conquista de una mayor amplitud temática y estética, generando una nueva ola de creadores jóvenes: Ruben Ostlüng, Jesper Ganslandt, Hakon Liu, Lisa Ascha, Jessica Nettelbladrt, Lisa Ohlin, David Herdies, Zanyar Adami, Martin Jern, Emil Larsson, etc.



Exceptuando Searching for Sugar Man, los éxitos creativos más recientes de la cinematografía sueca tienen una difícil salida internacional, probablemente porque sus mejores apuestas se ciñen al formato documental, como Belleville Baby (Mia Engberg), Finish Blood, Swedish Heart (Mika Ronkainen), Decency (Stefan Jarl) o Forest of the Dancing Spirits (Linda Västrik). Uno de los filmes documentales más reseñables es sin duda TPB AFK: The Pirate Bay Away from Keyboard, de Simon Klose. Este joven director, nacido en Estocolmo en 1975 y realizador de varios videoclips, siguió con su cámara durante cuatro años a los fundadores de The Pirate Bay, el portal líder de descargas torrent, y narra la crónica de sus vidas durante el curso de las investigaciones policiales y el subsiguiente proceso judicial. Su intención original pasaba por realizar un documental periodístico convencional, pero cuando entró en contacto con el montador danés Per K. Kirkegaard, éste extrajo de las 200 horas de material grabado un verdadero thriller que emerge como una de las reflexiones más lúcidas en torno a la legitmidad de las redes P2P de intercambio de archivos (películas, series y música, principalmente), y cuyo debate bien podría trasladarse a la industria española, que sigue a la cabeza en el número de descargas ilegales en Europa.



Simon Klose logró financiar su filme con la ayuda de donaciones anónimas, 1.800 individuos procedentes de sesenta países especialmente interesados en el tema, que en menos de un mes acumularon, por el sistema de crowdfunding, más de 50.000 euros. Fue su aval para que la BBC, la televisión pública sueca y el Swedish Film Institute también se implicaran económicamente en el proyecto. El propio Klose se guarda de emitir un juicio definitivo respecto a las sospechosas prácticas de Fredrik Neij, Gottfrid Svartholm Warg y Peter Sunde, los fundadores del portal, pero reconoce que durante la realización del filme aprendió valiosas lecciones sobre la industria del cine: "Mi principio básico es que el copyright es bueno porque permite que los creadores sigan creando. Pero hoy en día, los derechos de autor han acabado en manos de las multinacionales, algo que desde luego no fortalece la posición de los artistas ni contribuye a su creatividad. El copyright es hoy en día un impedimento para los creadores, les previene de mezclar música y cine, de samplear y construir a partir de trabajos existentes con el fin de crear algo nuevo".