Emiliano Monge
Mañana presenta 'El cielo árido' (Mondadori) en la Central de Callao.
Pregunta.- Escribe que El cielo árido es una "novela discontinua". ¿Qué significa eso?
Respuesta.- Se refiere a la novela en la que el narrador decide contar la historia. No se narra desde la historiografía, de forma lineal, como se hace normalmente, sino buscando momentos claves. A cortes, desde la presentación de ciertos años.
P.- En narrador está muy presente, incluso establece un juego con el lector recordándole que ahí está él para recordar si el protagonista olvida algo.
R.- Me preocupa mucho que últimamente la figura del narrador se esté desclavando. Cada vez hay más novelas sin narrador, en las que es el escritor el que habla. No hay mediador entre él y el lector. La piedra de toque de la gran literatura es el narrador, y quería hacer una novela que fuera una declaración de principios en este aspecto. En El cielo árido, el narrador trata de meterse en la novela y ella le rechaza.
P.- Hay mucha poesía en este libro.
R.- Me preocupa mucho la forma, creo que es igual de importante la manera en que se cuenta la historia que la historia en sí. El lenguaje debe tener el mismo tratamiento que los personajes y la estructura. Creo en lo contrario del concepto de estilo tardío en la literatura de Coetzee, que desprovee por completo la historia de florituras. Busco que la sensación lírica y épica se casen.
P.- ¿Entonces no basta con tener una buena historia?
R.- No. Todos somos capaces de encontrar historias, a todo el mundo le suceden cosas que podrían transformarse en una novela. El asunto es cómo se cuenta, y quién lo cuenta. Qué sentido se le da a las palabras, qué tonos, qué colores, qué ritmos...
P.- Dice en la novela que más que una historia es un curso.
R.- Más que una historia es el curso de los hechos. Es una biografía, trata de contarnos una historia a través de la vida de un hombre, que podría llegar a ser historia.
P.- Incide bastante en la repetición.
R.- Es una parte fundamental. Tiene dos causas. Primero, la historia no tiene linealidad, renuncio a contarla como una línea de hechos. Son trozos no presentados por orden, y quería darle al lector ciertas anclas para que se ubique, para que recuerde en qué momento está. Por otro lado, tiene que ver con la lírica, porque funciona para darle cadencia al lenguaje.
P.- Encontramos también un uso recurrente de los dos puntos. ¿A qué se debe?
R.- Los uso muchísimo. Son narraciones muy largas, párrafos muy largos, y los dos puntos me permiten tener más libertad. Es el signo de puntuación que más libertades otorga. También tiene que ver con la sensación general que quiero causar. El título hace referencia a algo amarillo, reseco. Los dos puntos se hallan donde podría haber puesto una coma, para darla una pausa al lector. Pero lo que se encuentra aquí es una precipitación. El lector llega cansado porque se le acaba el aire, y lo que encuentra es algo que le cansa más. Le produce una sensación árida. Le da sed.
P.- El protagonista traza una línea imaginaria y decide que a partir de ese momento empieza su nueva vida, olvidando la anterior. Pero la violencia le persigue, y "los oídos no pueden cerrarse como se cierran los ojos y la boca".
R.- El tratamiento de la violencia no es como lo imaginamos la gente de ciudad, que la vemos desde nuestro código ético y moral como algo que se puede evitar, burlar, que se puede dejar fuera de forma racional. Aquí no está en las manos de los habitantes de este universo tomar una decisión así. La violencia es algo tan natural como imprevisible, irrefrenable. Está ahí, esa gente nace, crece, se reproduce y muere en la violencia. Por más que tratemos de hacernos a un lado, de ocultarla, está en este tipo de territorios. No tiene una connotación buena o mala. Es un hecho más.
P.- ¿La violencia se origina en el campo, pero la responsabilidad no es del mundo rural?
R.- Pensar si los seres humanos somos violentos por naturaleza es algo que siempre nos tienta. Me parece que hay que ir al antes de la violencia. Somos conflictivos por naturaleza, la vida significa enfrentarse a la resolución de conflictos. Es la manera de resolverlos la que habla de qué grado de civilización tenemos. Es muy distinto en el mundo rural que en las grandes ciudades. En el mundo rural se resuelven con la violencia.
P.- ¿El México del narcotráfico es la consecuencia de esa violencia que se refleja en El cielo árido?
R.- Eso es lo que trato de plantear. No sé si la palabra exacta sería consecuencia, porque los hechos históricos tienen más una lógica interna o un fluir propio que consecuencias propiamente dichas. Lo que sí forma parte es del mismo ciclo, que empieza con la Revolución mexicana y aún no ha terminado. El México de hoy tiene que ver con lo que el ciclo genera a su paso: corrupción, pobreza, analfabetismo...
P.- De su libro se ha dicho que es "profundamente latinoamericana". ¿Está de acuerdo?
R.- No sólo estoy de acuerdo, sino que me halaga mucho que se diga esto, porque quería hacer una novela de la tierra, apegada a este mundo tan latinoamericana que me habita y en el que he pensado tanto. Que un colombiano me diga que lo que sucede en la novela podría pasar también en Colombia, me hace estar muy contento.
P.- ¿La literatura debe imitar a la realidad?
R.- No puede, o no debe. Lo que de verdad no puede hacer es no verla. Está condenada a asomarse a la realidad, pero para imitarla están el periodismo, la sociología o los libros de Historia. La literatura lo que debe hacer es reimaginar la realidad. No tiene que buscar la verdad, sino generar veracidad, generar una realidad completamente nueva, pero que pudiera ser habitable, igual que la realidad de la que parte.