I. Hoy se emite en TNT Be Right Back, el primer capítulo de la segunda temporada de Black Mirror, del que escribí ya en mi anterior post. De nuevo, la mini-serie británica se ciñe a tres capítulos. Hoy toca hablar de los otros dos: White Bear y The Waldo Moment. Antes de entrar en el territorio de los ‘spoiler' (quedan avisados), debo decir que el conjunto de la segunda temporada me ha parecido ligeramente inferior al de la primera, si bien el tercer capítulo es a mi juicio extraordinario, muy superior a sus precedentes. Como en la primera temporada, ciertamente el orden de estas historias autónomas adquiere un rango de creciente interés y relevancia (cada episodio es mejor que el anterior), en este caso invirtiendo el orden temático: primero, un relato sobre la suplantación virtual del cotidiano (como The Entire History of You); después, otro sobre las perversiones morales del show-business (como Fifteen Million Merits); y por último, una inteligente fábula de política-ficción (como The National Anthem).
[Spoliers a partir de aquí]
II. El dispositivo argumental de White Bear no tiene especial relevancia ni es particularmente original. La estrategia consiste realmente en ocultar información al televidente colocándole siempre en el lugar de Victoria (Lenora Crichlow), una joven que despierta en una habitación sin la capacidad de reconocerse a sí misma, sin saber dónde está ni qué hacer. Pronto descubre que ha despertado en un barrio residencial en el que la mayor parte de la población actúa como voyeurs y grabadores compulsivos con sus móviles. Aparentemente no sienten nada, solo el placer del voyeur que puede acercarse casi hasta tocar aquello que espía. Indolentes a lo que acontece frente a sus ojos, testigos de primera mano de un espectáculo sangriento. Victoria descubre también que tiene que huir, que unos tipos bien excéntricos, superhéroes de pijama armados hasta los dientes, la persiguen, que un par de personas, no menos excéntricas, también disfrazadas, la ayudan a escapar... Pero no sabe de qué, y nadie le da respuestas. Su vida está en serio peligro. Corre y grita. Grita y corre. Así durante treinta minutos, casi hasta el final del episodio.
En cierto punto, el televidente bien puede predecir, sobre todo en el marco de la serie Black Mirror, que Victoria es a su modo carnaza de un universo virtual, una fuente de entretenimiento, que a este televidente, al menos, le irrita más que le entretiene. O puede que no. Charlie Brooker, el escritor detrás de la serie, sabe que el secreto consiste en neutralizar toda clase de expectativas, desviar la atención con trucos que en este episodio son ciertamente chuscos, hasta innobles. Decíamos que la coartada argumental no es nueva, sobre todo para aquellos que recordamos entre la nostalgia y la devoción una película tan ochentera como Perseguido (1987, Ben Richards), basada en un relato de Stephen King, solo que en este caso Victoria no es consciente del sádico espectáculo del que forma parte. Una vez más, pero internándose en territorios casi caricaturescos, forzando el dispositivo hasta niveles de terrorífica artificialidad, Brooker nos está pidiendo a gritos que dejemos de vivir nuestras vidas a través de pantallas y simulacros. La degradación moral de la concurrencia se antoja víctima de la hipérbole.
III. Brooker se abre paso entre los interrogantes que plantea The Waldo Moment a partir de unos parámetros mucho más verosímiles y matizados. Es probablemente la primera pieza audiovisual que ha sabido imaginar un escenario político en el que fábula, ficción y realidad se complementan para generar un diagnóstico (unas ideas) en perfecta sintonía con el descrédito político global. Lo hace sin complejos y llevando sus ideas hasta sus últimas consecuencias, con sorprendente lógica y un desarrollo brillante. Un muñeco de animación, operado por un cómico, adquiere tanta popularidad y eficacia opositora en un programa de entrevistas a políticos que termina presentándose a las elecciones. Allí donde un guionista más sensato hubiera pulsado el freno, Brooker no le teme a las consecuencias de una caída libre, y conduce su ensayo de política-ficción con gran lucidez, hasta un epílogo asombroso, perfectamente concluyente.
Pero The Waldo Moment no se conforma con hundir el dedo en la llaga de la indignación y el descrédito de la clase política, también especula a partir de los peligrosos, tiránicos efectos que cobijan las aparentes utopías sociales, carentes no solo de un liderazgo de carne y hueso, sino de un programa sólido detrás, y cómo la política convertida en espectáculo puede conducir al más absoluto de los controles sociales. El planteamiento desde luego da mucho más de sí que para un capítulo de 40 minutos, y probablemente la idea puede cuajar con más impacto, generando una mayor implicación con el desarrollo de los personajes, en un largometraje. Parece que Robert Downey Jr. llevará a la pantalla grande The Entire History of You, el episodio final de la pasada temporada y la única de la historias de Black Mirror que no ha escrito Brooker. No estaría mal que algún showrunner de Hollywood también se interesara por Waldo. En manos de Paul Verhoeven o de Roman Polanski podría deparar resultados tonificantes.