José María Carrascal. Foto: Pedro Carrero

Presenta 'La batalla de Gibraltar' en el Salón de Actos del Colegio Mayor San Pablo CEU junto con José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores

Gibraltar le duele a España. Un pedazo de suelo patrio que perdimos y todavía no hemos sido capaces de recuperar. Y eso que el derecho internacional está de nuestro lado. En 1967, después de cuatro años litigando jurídicamente en la ONU con los diplomáticos ingleses, el comité para la descolonización falló en favor de los intereses de España. Debía prevalecer el principio de integridad territorial de las naciones sobre el de autodeterminación. La victoria se quedó en los papeles. Sin traslación a la geografía. José María Carrascal (El Vellón, Madrid, 1930) cubría como corresponsal aquel contencioso. Mandaba crónicas casi a diario informando de sus constantes bandazos. Y por ahí se fue apasionando por un conflicto que no ha dejado estudiar desde entonces. Todo ese bagaje acumulado, con sus infinitos recovecos históricos, legales, políticos, militares..., los saca a relucir en el libro La batalla de Gibraltar (Actas). Es uno de los frutos alumbrados tras su retiro del mundo televisivo, donde se convirtió en uno de los periodistas más populares del país, con un sello personal inconfundible: la inverosimilitud de sus corbatas de un cromatismo chillón y desenfadado. En el telar ya tiene otras dos novelas, porque, no olvidemos, este periodista en 1972 ya ganaba premios literarios tan prestigiosos como el Nadal. Ahí es nada.



Pregunta.- Desde los 60 viene siguiendo el conflicto de Gibraltar como periodista. ¿Por qué se ha decidido a publicar un libro ahora sobre él?

Respuesta.- En esa época cubrí la batalla diplomática que libraron España y el Reino Unido por Gibraltar. Lo hacía para el Diario de Barcelona y para Pueblo. He cubierto como corresponsal el alzamiento del muro de Berlín, el Watergate, la llegada del hombre a la luna... Pero del único asunto que guardo todas mis crónicas es de Gibraltar. Lo tengo todo almacenado. No sé muy bien por qué. Imagino que porque me fascinó desde que empecé a profundizar en él. La batalla en la ONU se saldó con una inesperada victoria en 1967. Fue una sorpresa que un país que vivía bajo una dictadura venciese a una de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. Fernando María Castiella, el ministro de Asuntos Exteriores entonces, siempre me decía que iba a contar todo aquello algún día. Pero luego no lo hizo en sus memorias. Se limitó a transcribir las resoluciones y narraba muy por encima los entresijos de la lucha. Así que desde entonces me sentía un poco obligado a hacerlo yo.



P.- Aquel contencioso fue un verdadero laberinto de intereses, plagado de un sinnúmero de añagazas jurídicas. ¿Puede resumirse?

R.- Pues difícilmente porque es realmente complejo. Todo empezó con una insólita petición de Camboya y Bulgaria para que Gibraltar fuera incluido en la lista de la ONU de colonias que debía ser descolonizadas. Seguramente el Reino Unido utilizó a estos países para poner en marcha su estrategia, que buscaba que Gibraltar se descolonizase mediante el principio de autodeterminación. De esa manera querían saltarse el Tratado de Utrecht, en el que se señala que si el Reino Unido decide modificar el estatuto jurídico del peñón o venderlo se lo debe ofrecer primero a España. Pero la ONU determinó que el principio que debía prevalecer era el de la integridad territorial de las naciones en los procesos de descolonización, fijado la resolución 1514 de la ONU, la conocida como la carta magna de la descolonización. Era algo que sin duda nos favorecía.



P.- Y si el derecho internacional nos dio ese espaldarazo, ¿por qué todavía el peñón está en manos inglesas?

R.-Pues sobre todo por la división interna dentro del gobierno de Franco. El propio Franco se mantenía, como casi siempre, un poco distante cuando se tocaba el tema. Hubo un consejo de ministros muy tenso tras ganar la batalla en la ONU. El ministro de Asuntos Exteriores se expresó con claridad. Dijo que la batalla diplomática estaba ganada y que ahora otros debían coger el toro por los cuernos. Se refería, claro, a los militares. Carrero Blanco le reprochó que pusiera en duda el valor del ejército español. Carrero temía que si España tomaba Gibraltar tendría que dejar, por coherencia, Guinea y el Sahara, y luego Ceuta y Melilla. Al final, con la llegada de López Bravo al ministerio de Asuntos Exteriores se optó definitivamente por un intento de entendimiento pacífico con los ingleses. Esa política jamás nos ha funcionado porque los ingleses siempre han sacado lo que han podido y luego, a la hora de ofrecer ellos algo a cambio, lo que han hecho es darnos una patada en el culo.



P.- ¿Con todos los ministros de Asuntos Exteriores españoles?

R.-Sí, es una historia que se repite constantemente. Piqué, por ejemplo, les dio 75.000 líneas de teléfono, para una población de 27.000 habitantes. Las necesitaban para su industria de apuestas y blanqueo de dinero y sus sociedades tapaderas... Las únicas que no les han seguido el juego han sido curiosamente las ministras que hemos tenido, Ana Palacios y Trinidad Jiménez.



P.- ¿Cree que algún día dará la noticia de que el peñón ha vuelto a manos de España?

R.-Sinceramente no lo creo. Pero tampoco pensaba en septiembre de 1989, cuando fui a visitar a la familia de mi mujer a Berlín, que el muro iba a caer. Y en noviembre, compré el periódico una mañana en Nueva York, y leí la noticia. Creo que yo no lo veré, pero sí las nuevas generaciones de españoles. Y lo creo por tres razones. Primero porque la geografía pesa mucho y suele acabar imponiéndose. Segundo porque los paraísos fiscales están cada vez más perseguidos. Y tercero porque Inglaterra cada vez está más incómoda en Europa. Un signo inequívoco es el referéndum del que está hablando Cameron para votar la continuidad o no en la Unión Europea. Gibraltar necesita un vínculo con Europa, para seguir con sus ventajas para poder entrar y salir en suelo europeo. Hasta ahora ese eslabón era Inglaterra pero lo puede perder. Lo que está claro es que los ingleses, de siempre, son muy pragmáticos y si algún día mantener Gibraltar les genera más gastos que ingresos lo acabarán abandonando.



P.- Usted es uno de los periodistas más populares y veteranos de España. ¿Cuánto ha cambiado el oficio desde que enviaba esas crónicas a España desde la ONU en los 60?

R.-Yo enviaba mis crónicas desde Berlín en avión, escritas a mano. Llegaban dos o tres días después al periódico. Luego llegó el telex. Ahora se mandan por correo electrónico y llegan al momento. El cambio es instrumental, motivado por los avances de la técnica, pero en esencia el oficio se mantiene igual. El periodista trabaja con la presión de la cantidad de acontecimientos que suceden cada día. Su profesionalidad radica en saber discriminar qué es lo trascendente y qué es anecdótico, y hacerlo a mucha velocidad.



P.- Su popularidad televisiva ha tapado logros literarios como haber ganado el Premio Nadal en 1972. ¿Le da rabia?

R.-Cuando gané ese premio se me planteó un serio dilema. No se puede estar a la altura en el periodismo y la literatura ejerciéndoles simultáneamente. Lo decía Hemingway: el periodismo es el mejor camino hacia la literatura siempre y cuando lo dejes a tiempo. Yo en esa época estaba en Nueva York, viendo cómo el mundo cambiaba. Era demasiado estimulante como para abandonar, así que me quedé con el periodismo. Luego he escrito otros libros que no han tenido mucha repercusión. Lo de la televisión tapa todo lo demás. Hay gente que me pregunta: "Ah, ¿pero tú escribes?".



P.- ¿Y ahora que está más replegado lo hace? Me refiero a escribir ficción...

R.-Tengo dos novelas terminadas pero no estoy del todo satisfecho. Hay que dejarlas madurar. Una es de humor, que creo que es muy pertinente en la situación actual. Y otra dramática, sobre un terrorista del IRA que va a Nueva York a atentar contra intereses británicos. Pertenece a la facción que se autodenomina el IRA auténtico, que reniega de los acuerdos de paz y no acepta compromisos.



P.- Y lo escribir unas memorias, proyecto que le propuso Planeta, lo descartó. ¿Por qué?

R.-Porque si no digo toda la verdad prefiero no hacerlo. Y toda la verdad no la puedo contar. He conocido a tanta gente... Además, temo mucho al subjetivismo. El caso del Sahara también lo he seguido muy de cerca. Estaba en Nueva York cuando la Marcha Verde. A veces me vienen ganas de escribir sobre este conflicto pero no creo que lo haga, las heridas están todavía muy abiertas. También pienso a veces escribir sobre el Berlín que yo conocí, entre el 57 y el 66, una época y una ciudad fascinante.



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