Mauricio Wiesenthal. Foto: Jesús Domínguez
Acaba de publicar 'Siguiendo mi camino', un libro de recuerdos de sus años de bohemia y trashumancias.
Pregunta.- El libro surge a partir de la correspondencia cruzada con su "buen amigo" Alfredo Valenzuela... ¿En qué circunstancias se trabó esa relación epistolar y cómo luego tomó forma de libro?
Respuesta.- Surgió de una manera espontánea. Él me planteó alguna duda o alguna preocupación y yo le contesté por carta. Así se puso en marcha todo, de ese modo tan sencillo. Luego él siguió planteándome 'pretextos' a través de este mismo cauce y yo siempre recogía el guante. Llegó un momento en el que Alfredo me dijo que todas mis respuestas podían dar para un libro. Vi que las cartas al principio eran cortas pero que poco a poco había encontrado la medida mi aliento a la hora de expresarme, como un cantante que se abandona a la emoción y el fraseo largo. Entonces decidí darles forma, porque yo soy un enemigo del informalismo y de la espontaneidad en el arte. Detrás del arte siempre debe estar la disciplina de la artesanía. Lo que había hecho con las cartas era lo que hacía Rubens con el lienzo en blanco (que es tan terrible como la página en blanco): darle una imprimación en ocre sobre la que empezar a trabajar. Es como escribo yo siempre: primero mancho la página, pongo el corazón sobre ella, y después le aplicó las reglas artesanales de la escritura.
P.- O sea, que primero se abandona y luego se contiene...
R.- Mi gran batalla la libro contra el manierismo de lo que se quiere presentar con el disfraz de lo sencillo. Detesto la doblez de los llamados poetas pastores que luego son los más intelectualizados de todos. No se puede hacer literatura sin cultura. Toda expresión artística debe estar sujeta a una disciplina. Debe ser modelada, como bien le enseñó Rodin a Rilke. El escultor sabía bien de qué hablaba, porque antes de cobrar fama, había trabajado en obras con carpinteros, vidrieros, albañiles... Otro ejemplo: al cantar debes poner tu alma en la garganta pero también debes controlarte. Puedes cantar el fandango más desgarrado pero siempre sin perder el compás. Ese es el principal reto del arte: hacer un ejercicio de estilo y someterte a una disciplina sin enfriarte ni perder un ápice de pasión.
P.- Vuelve a compilar en un libro los recuerdos de la peregrinación por medio mundo en busca de sus mitos literarios, como ya hizo en Libro de réquiems.
R.- En Libro de réquiems presentaba a mis maestros. El libro tenía un fondo biográfico en que repasaba la singularidad de sus vidas. Aquí lo que cuento es mi propio camino, el que recorrí para llegar hasta ellos. Recuerdo cómo y por qué lo hice. Soy yo el que me brindo a mis lectores. Recuerdo las razones que me condujeron a hacerme escritor, algo que implicaba un gesto de valentía, y cómo me eché al camino, impulsado por el idealismo. Explicó cómo conseguí viajar por todo el mundo tras la pista de escritores, músicos, pintores..., que me habían conmovido. Porque todos esos viajes no los hice porque fuera un privilegiado que gozaba de una sinecura o de una beca. No, me ganaba la vida como podía... He tenido que hacer de todo.
P.- Cantando, por ejemplo.
R.- Sí, cantar es una afición que me ayudó mucho a sobrevivir en esos años de bohemia. Cantaba en cafés, hoteles, restaurantes... A cambio de unas monedas, de una comida, de un pasaje en tren o en barco. Hacía fotografías y luego las vendía a la vuelta. Así conquisté mi independencia. No debo ningún favor a ninguno de esos burócratas y políticos en cuyas manos está el reparto de las sinecuras y las becas. Me encerraba en bibliotecas y me olvidaba hasta de comer. Por eso mi voz ahora llega libre a mis lectores.
P.- Buena parte de las canciones de las que habla en el libro, que conforman la banda sonora de su trashumancia cosmopolita, las tiene colgadas en Youtube cantadas por usted. Hay tangos, boleros, saetas, algo de fox, de flamenco, música lírica...
R.- Siempre románticas, ese es mi territorio. No me gustan las canciones que pretenden desentrañar los misterios filosóficos del mundo, sino aquellas que sirven para que dos personas sencillas se abracen y bailen y sueñen y celebren la vida... Porque la vida es un tesoro y el mundo, un diablo, que lo manipulan y lo envenenan. Por eso somos tan felices cuando alejamos nuestras vidas del mundo, y nos encerramos en la soledad, en el amor, en la poesía, en la música...
P.-¿Y quiénes son los que emponzoñan y manipulan el mundo?
R.- Los racionalistas y los materialistas, que vienen de la Revolución Francesa. Toda revolución, en su arranque, es un chispazo de luz: porque se niega a la falta de libertad, porque desprecia la superchería, porque se rebela contra el despotismo... Pero ese brillo es efímero.La Revolución Francesa duró en realidad un sólo día: el 14 de julio de 1789. A la mañana siguiente llegó Robespierre con el Terror. Y luego vino Napoleón con el imperialismo. Y surgió un orden nuevo que sustituyó al Ancien Regime pero que reproducía sus mismos defectos y arbitrariedades. Es lo que ocurre con la creación del Estado moderno, que no difiere tanto del Estado durante el reinado de Luis XIV, que decía aquello del Estado soy yo. Incluso es peor porque es mucho más difícil de derrocar. Antes se podía identificar su cabeza y decapitarla (una tiranía sólo se puede derribar decapitando al tirano o dándole pasaporte, opción que yo prefiero: no soy un sanguinario, quede claro). Ahora es imposible: el Estado es una organización abstracta cuyo poder se ramifica y llega a todas partes.
P.- Burócratas y especialistas que se reproducen en un Estado macrocefálico que no deja de crecer. ¿Esa es una de sus peores pesadillas?
R.- Desde luego. Porque todos ellos nos han traído hasta aquí, a este desastre. Se reían de nosotros, los idealistas, los románticos, los bohemios, los soñadores... Pensaban que éramos unos inútiles y no merecíamos ninguna atención. Empezaron a vender a la gente el cuento del bienestar social y la comodidad pequeño burguesa. Todo ha sido un fracaso y los más débiles lo están pagando con sangre. Y ahora se atreven a decirnos a nosotros, los que nunca nos hemos creído sus cantos de sirena, que son ellos mismos los que nos tienen que sacar de esta crisis. ¡Por favor!
P.-¿Cuánto tiene esta crisis económica de crisis espiritual o de valores?
R.- Todo. ¿Sabe por qué el Renacimiento fue posible? Pues porque primero hubo una Edad Media de pobreza y de fe. Miguel Ángel nació porque antes hubo un Francisco de Asís. El hombre primero meditó en silencio y buscó en el interior de su alma, algo que propició que luego pudiera cantar con alegría ese mundo antiguo con un lenguaje nuevo, porque se sentía puro. El problema de ahora es que el fracaso del mundo burgués nos hace sentirnos llenos de fango, culpables. Los jóvenes arrastran esas cadenas y no se sienten con el ánimo de cantar. Este libro quiero que sea como un quinto evangelio para ellos, para que sigan en el combate, como les pediría mi admirado Camus, un hombre que siempre lo estuvo.