Andrea Camilleri en su casa.
Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 1925) tiene 87 años pero sigue fumando y escribiendo con la pasión y el ritmo de un adolescente. Su editor, Antonio Sellerio, cuenta que el cenicero de su casa parece un erizo de todas las colillas que suele tener clavadas. Y de su pulso creador da cuenta la ristra de montalbanos, que no deja de crecer. En España han salido casi de una tacada dos nuevas entregas: La danza de la gaviota y La búsqueda del tesoro (Salamandra). Esta última es la decimoséptima que se publica aquí, aunque en su cartuchera todavía tiene otras tres. El autor siciliano se sacó de la manga al comisario como una especie de desafío. Quería contar de una vez una historia de un tirón. Dio a la imprenta los dos primeros volúmenes y con eso se daba por satisfecho. Pero el éxito, ya con 70 años, se le echó encima. Empezó a vender por miles sus ejemplares. Algo que no le había pasado hasta entonces, después de varias décadas urdiendo poesías y novelones históricos para minorías selectas. Ya no pudo dar marcha atrás y siguió cocinando nuevas tramas para sus fieles lectores. Con una serie de ingredientes que nunca faltan: el gusto por el diálogo, que viene de sus años como director de escena y su admiración rendida de Pirandello; el escenario al fondo de la Sicilia eterna, con sus inercias y vicios atávicos (la cosa nostra, la corrupción institucionalizada...); las corazanadas del detective, que siempre le ayudan mucho más que las deducciones lógicas y estrictamente racionales a la hora de resolver cada caso... Estos meses también Televisión Española emite los capítulos de la serie los sábados por la tarde, una adaptación a la pantalla pequeña con la que Camilleri, más allá de las diferencias físicas de su personaje (en la tele es más joven y atlético), convive pacíficamente. Desde su casa Roma responde a este cuestionario de El Cultural, que le sirve para repasar su atípica trayectoria como escritor, esbozar sus proyectos futuros (entre los que se cuenta deshacerse de Montalbano algún día) y glosar a los autores y personalidades que más le han moldeado durante la forja de su personalidad literaria: Cervantes, Joyce, Pasolini, Simenon, Eva Sellerio, Sciascia... Eso sí, de política no quiere ni oír hablar: por hartazgo y desesperación. Cómo le entendemos... Pregunta.- Ya tiene escrita la novela en la que termina con Salvo Montalbano. ¿Cómo va la tentación de publicarla? Respuesta.- Como tenía ya en mente un buen final literario para mi personaje, decidí escribir el último montalbano hace siete años. Así, cuando me canse de escribir más entregas de la serie lo publicaré. Aunque voy a esperar todavía. P.- Sciascia le recomendó escribir novela negra, porque ésta es como "una cárcel" para un escritor en la que encerrarse para trabajar con disciplina y regularidad. ¿Montalbano se ha convertido en una cárcel de la que no puede escapar? R.- No, no. Yo estoy muy agradecido a Montalbano. Gracias a él puedo tener en el catálogo de mis editoriales todas mis novelas históricas. P.- Hablando de Sciascia: usted lo llama "el eléctrico" porque siempre le carga las pilas. ¿Cuál es su verdadera influencia en usted? R.- No es una influencia directa, sino indirecta. Sciascia es un continuo estímulo para mi "inteligencia", en el sentido de "intellegere", es decir de entender las cosas. P.-¿Cómo se puede entender en profundidad el fenómeno mafioso: leyendo sus montalbanos o las investigaciones de Saviano? R.- La diferencia principal es que escribo novelas y Saviano publica un suerte de encuentro el ensayo y la novela, novelas de no ficción podríamos denominarlas. Es un modo muy inteligente de abordar el problema. Yo con Montalbano no afronto el tema de la mafia, lo doy ya por existente y lo trato marginalmente. P.-¿Por eso a él le persiguen y a usted lo han dejado tranquilo? R.- Precisamente porque Saviano habla de personajes reales. Él ha trabajado sobre este asunto ya desde la trinchera del periodismo, hablando con nombres y apellidos, mientras que mis personajes son todos producto de la fantasía. La camorra no mata novelistas, pero sí periodistas. P.- El texto de su último título de la serie, La búsqueda del tesoro, está compuesto casi en dos tercios por diálogos. Es muy teatral. R.- Sí, señor. Para mí el teatro es el ejercicio del diálogo y una experiencia fundamental en mi escritura. Tanto es así que antes de imaginarme físicamente a un personaje, lo hago hablar. P.-¿Y de Piradenllo cuál es la enseñanza principal que ha extraído? R.- La pluralidad de puntos de vista. La relatividad de los juicios y tantas otras cosas que conforman el pensamiento contemporáneo. P.- Ahora en Porto Empedocle una estatua de Montalbano comparte plaza con Pirandello. Qué satisfacción, ¿no? R.- Ha sido una curiosa coincidencia la colocación tan cercana de ambos monumentos. Me siento muy orgulloso, claro. Pirandello apunta con el dedo al comisario porque no tiene la mínima idea de quién puede ser. P.- En La búsqueda del tesoro parece Bruce Willis, escalando edificios para detener a los malvados mientras le disparan. ¿No le da pena meterle en semejantes embolados? R.- Sí, la verdad es que me da mucha pena, el pobre. Él mismo se ve a sí mismo ridículo metido en este tipo de entuertos a su edad. P.- Sé que no quiere hablar de política (le entiendo perfectamente) pero ¿cree que Italia conseguirá dotarse finalmente de un gobierno? R.- Pues me gustaría darle una respuesta pero en este momento estamos todavía en alta mar por la elección de un presidente de la República. ¡Imagínese para el gobierno! [Camilleri había respondido a este cuestionario una par de días antes de que Napolitano renovase por sorpresa su mandato]. P.- Alguna vez ha recordado que la única vez que vio a Pasolini discutieron aparatosamente sobre cómo poner en escena Il Pilade. ¿Le echa mucho de menos, usted e Italia? R.- Yo le echo mucho en falta. Era alguien absolutamente necesario. No es que compartiese todas sus ideas pero era un excelente estímulo para el debate y el intercambio de ideas. Creo que no es una casualidad que en la Italia de hoy no surja nadie con un pensamiento tan heterodoxo y diverso como el de Pasolini. P.-¿Está ahora afiliado a algún partido filocomunista? ¿Tiene todavía fe en el comunismo? R.- No, no estoy afiliado a ninguno de los partidos de izquierda que surgieron tras la disolución del Partido Comunista italiano. Sin embargo, sigo teniendo un alma comunista. P.-¿Por qué lanzó huevos a un crucifijo cuando estaba en la escuela? R.- Porque quería que me expulsaran. Tenía que hacer un acto extremo para conseguirlo. De aquello me he arrepentido mucho. P.- Usted es ateo, ¿no? Pero ¿tiene algún dios literario? ¿Simenon? R.- Me gustaría hacer una pequeña distinción: yo no soy un ateo, soy un no creyente. Quiero decir que contemplo la posibilidad de creer y la de no creer. En lo que respecta a los dioses literarios, me considero pagano porque tengo muchos ídolos, de Pirandello a Joyce, de Cervantes a Simenon. P.- Y a Eva Sellerio también la echará mucho de menos, ¿no? R.- Era una mujer de extrema inteligencia y de un refinamiento en el gusto extraordinario sin por ello caer en el snobismo. Tenía un fortísimo sentido de la amistad y sabía ser severa con dulzura. Como decía el Che Guevara y como repite nuestro Papa Francisco, sin perder la ternura. La echo muchísimo de menos. P.- Ella fue la gran responsable de la larga vida de Montalbano, ¿no? R.- Ella con su olfato editorial entendió inmediatamente la importancia de Montalbano y fue ella la que obligó a continuar la serie, que para mí terminaba con los dos primeros volúmenes. Una vez más ha tenido razón Elvira. P.-¿Está el panorama literario italiano a la altura de los tiempos? ¿Alguna recomendación? R.- Recomendaciones no le doy. Hay muchos jóvenes escritores valiosos en Italia. Creo que el panorama literario es mucho más rico y prometedor que el panorama político. P.- A estas alturas de su vida ¿qué hace más: leer novedades o releer a sus escritores favoritos? R.- Me cuesta mucho leer, cada vez más. Pero cuando puedo alterno ambos. P.-¿Cuánto tiempo le dedica al día a la escritura y cuánto a la lectura? R.- No menos de tres horas a la escritura y no menos de dos a la lectura. P.-¿Y cuándo ha sido la última vez que se ha emocionado leyendo? R.- Con el libro póstumo de Tabucchi, Di tutto resta un poco. P.-¿Puede decirse que el principal factor que le ha empujado a escribir ha sido evitar el aburrimiento? R.- No exactamente. Es uno de ellos pero en realidad escribir es un impulso interior al que es muy difícil resistirse. P.- Comenta que cuando no acierta a sacar adelante una historia no deja de escribir, que se escribe cartas a sí mismo para no perder el fondo. ¿Qué se cuenta? R.- Escribo todo aquello que se me pasa por la cabeza. Escribo también a los desconocidos que encuentro por casualidad por la calle. Lo esencial es ejercitar de algún modo la fantasía. P.- Pero usted, a pesar de haber publicado decenas de libros, dice que es un escritor sin fantasía... R.- Es verdad, soy un hombre sin fantasía: no soy capaz de escribir una historia sin un mínimo apoyo en la realidad. P.- En el comienzo de su carrera escribía poesía. ¿Lo sigue haciendo? R.- No escribo poesía para publicarla pero me divierto todavía escribiendo verso. P.- "La edad no me da miedo, fumo como un turco y no me preocupo". Aún sigue desafiando a los médicos. R.- Mi relación con los médicos no es de desafío. Salvo por el tema del tabaco soy muy obediente con todas sus prescripciones. P.-¿Le cambia a uno algo en la vida al cosechar el éxito a los 70 años? R.- Lo que sí me ha evitado ha sido volver a casarme con una joven modelo que me obligara a ir a aburridísimas fiestas literarias y ponerme corbatas improbables.
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